Cuando los jefes de Estado se reunen para contarse mentiras, ese acto se puede denominar de muchas formas, pero esta semana que comienza se llamará Cumbre del Milenio. El papel lo aguanta todo y las estadísticas más, así que hace unos años, los Gobiernos -y algún genio de la ONU- decidieron inventarse los dichosos Objetivos del Milenio: ocho metas cuantitativas para autoconvencerse de que en el fondo los poderosos no son tan canallas como lo parecen. En este planeta, en este momento, existen todos los recursos intelectuales, técnicos y financieros para acabar con la mayoría de los flagelos que hacen a la humanidad tan poco humana, pero no existe la voluntad de invertir tanto recurso en tan prosaica tarea. Por tanto, los Objetivos del Milenio (ODM) sirvieron para ponerse metas en ocho aspectos de cara a 2015.
Los ODM no eran muy ambiciosos pero aún así no se van a cumplir. O se cumplirán en el papel, en la mentira compartida. Ahora resulta que los países asiáticos han reducido a la mitad el número de pobres de rematar (debe ser a punta de incrementar el esclavismo de Estado), que Honduras va a cumplir con el objetivo de reducir drásticamente la desigualdad (imagino que al matar con tiro en la nuca a tanto líder social se cierra la brecha de la distribución), que Brasil y Perú ya se pueden relajar y conformarse con su número de pobres (aunque las calles de las ciudades brasileiras estén pavimentadas de mendigos y Perú sea un hueco de cobre y oro donde los excluidos rebañan las sobras del desarrollo)…
No sé que es peor, si que los jefes de estado se reúnan hoy y mañana a compartir mentiras o que todas ellas sean legitimadas por los burócratas de la ONU y retransmitidas por los medios de comunicación de masas. Es tan lamentable el papel de esta institución que hasta ella misma ha convocado una «cubre alterna» para que los supuestos beneficiarios de sus acciones y de sus ODM puedan abrir la boca.