La salud cuesta, la atención sanitaria cuesta dinero. Los costes de la sanidad crecen y crecerán. Por la inevitable evolución demográfica: el envejecimiento marca la tendencia, pero también por las nuevas terapias y métodos de diagnóstico, así como las nuevas indicaciones de tratamiento, que se irán incorporando.
La sanidad no está para ahorrar sino para gastarse correctamente sus recursos. Gastárselos en lo que más afecta e importa a los ciudadanos, que es sin duda su derecho a no enfermar prematuramente o a no morir, si la muerte es evitable. Y todo desde la equidad. Y todo desde la certeza de que habrá más bienestar y salud si disminuimos las desigualdades sociales.
Hacer todo el sistema sostenible es necesario. Desde un buen gobierno de la sanidad, pero también desde la priorización clara de lo importante (qué va primero). Y sobre todo, contándoles la verdad a los ciudadanos. Ellos, solo ellos deben (debemos) decidir qué preferimos, qué elegimos en primer lugar: reducir el estado, beneficiente y equilibrador de injusticias sociales, o aumentarlo hacia un verdadero y moderno estado del bienestar. Y en segundo lugar, ¿las inversiones importantes son las insostenibles ambientalmente y faraónicas obras publicas, o el sistema de pensiones, de apoyo a la dependencia y la sanidad?
Los ciudadanos deben ser informados y deben hablar.