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Una encuesta inesperada

 

Esto sucedió hace tiempo, cuando unos alumnos de Psicología le devolvieron a su profesor unas preguntas a tumba abierta que él había elaborado después de una de esas tardes en las que la vida parece acabarse. En cuanto al temor, ¿cuánto puede cambiar uno después de diez años? ¿Algo, mucho, nada? Es posible que algunas respuestas hubiese hoy que matizarlas. O no, puesto que ante la sombra de esa infancia que siempre regresa el hombre permanece esencialmente inmaduro. Y el lector, si existe, pensará mejor a partir de los defectos, sin los cuales nadie es nada. La violencia de las preguntas, en todo caso, buscaba empujar a cada alumno a su suelo, asediando el inevitable y escandaloso narcisismo de cada cual. Y eso fue exactamente lo que ellos me devolvieron. Ninguna biografía es insignificante. Enfrentado cada uno al absoluto de la muerte, lo personal -eso que el puritanismo angloamericano ha enterrado en lo «privado»- es lo político, la condensación primera y más alta de esta despistada obsesión nuestra por lo mundial.

 

1. Si la personalidad está constituida en torno a un trauma (Freud), ¿cuál es el tuyo, la escena traumática que crees te ha marcado?

Los mimos, su ternura. Crecer entre siete mujeres y carecer de hermanos varones que me presionasen, que discutiesen mi terreno. Mi padre, un santo varón bastante reservado, se inhibió demasiado, fue excesivamente liberal conmigo, muy poco autoritario. Con lo cual yo crecí entre nubes: soñaba continuamente porque no podía aterrizar en el pragmatismo del mundo compartido. Como carecía, digamos, de esa indispensable columna vertebral de la parcialización, la única forma para mí de ser alguien entre mis amigos era ser el más bruto. En medio de una oscilación perpetua entre extremos, tuve muchos problemas con la necesidad natural del no, con la dureza de escoger y rechazar. Después de la adolescencia y una juventud difícil -solitaria, complejamente rebelde, demasiado intelectual-, cuando me di cuenta tenía mi portería llena de fracasos. Por reacción, me costó un poco no convertirme en un vengativo «asesino en serie». ¿Recordáis a Nietzsche? Aún ahora tengo problemas para pasar del León al Niño…

 

2. Explica si te dan miedo los otros, y en qué sentido.

En general, hace tiempo -tal vez desde los 22 años- que no. Incluso, aunque parezca increíble, los otros me producen curiosidad. De pequeño era muy tímido, me ponía de color ultravioleta a la mínima. Me daban pánico el público, las reuniones, las aglomeraciones, eso de tener que ver cien caras juntas. Aquello me marcó; tanto, que poco a poco adquirí el descaro de los tímidos, quienes nunca tienen mucho que perder. Finalmente tuve que hacerme osado, tan «intrépido» como profundo era mi temblor ante cualquier cosa. El tímido no tiene nada que perder: así pues, «de perdidos, al río». Todavía puedo ser muy tímido en ciertas circunstancias. Pero como siempre me meto en camisa de once varas… en fin, no puedo ahora contar más, pero os podéis imaginar la vergüenza que puedo pasar día a día.

 

3. ¿Te producen ansiedad las relaciones sexuales, te genera temor o vergüenza la intimidad física con otros?

Nunca he tenido vergüenza en las relaciones sexuales, no me da ningún pudor el desnudo, ni el sexo, ni las «barbaridades» que se puedan comentar sobre el particular. Pertenezco a una generación que fue sencillamente libre en ese punto. El sexo es fácil, el problema está en las relaciones afectivas. Lo cual no quita para que uno haya pasado mucha vergüenza cuando no pintaba nada en tal o cual situación «sexual» que, con cierta prudencia, debía haber quedado en un simpe café cortado. Incluso la «primera vez» ya fui muy desinhibido, sorprendiendo a mi novia de entonces, teóricamente más experta. ¿Ansiedad? Sí, gracias. Soy ansioso por naturaleza. Pasé la típica fiebre adolescente; después, por diversas calenturas -aún no me he recuperado de la última- cuando se juntan los factores pertinentes: situación, atractivo físico, abstinencia prolongada.

 

4. ¿Crees que es posible encontrar, a partir de cierta edad, una pareja estable para siempre?

Siempre me han dado envidia las parejas estables, tal vez porque el matrimonio «ideal» de mis padres duró eternamente. Además, siempre -hasta ayer- he intentado ser «normal», o al menos parecerlo. Y tu pareja es el sello de la normalidad, sobre todo en el moralista mundo moderno: la persona que te presenta ante los otros, la que «traduce» tu inevitable rareza y te pone en el mundo. Tengo amigos y enemigos que sé que han nacido para estar establemente enlazados. Y me dan un disgusto cada vez que comunican sus desavenencias o su hipotética separación. En ese caso siempre les digo, más o menos sinceramente: «¿Qué os creéis, que la vida del soltero es fácil? Afuera no hay nada». De todas formas, después de unas cuantas experiencias he comprobado que la pareja no es para mí. No es que sea infiel; todo lo contrario, soy tan fiel que agoto las relaciones. Después de dos o tres meses, por hacer una media, ninguno de los dos quiere saber nada del otro. ¿Demasiada pasión? Probablemente una pasión que sustituye una relación intuida muy frágil en su raíz. A veces he pensado que padezco la ansiosa promiscuidad del casto o el asceta, de quien en el fondo sabe que quiere estar solo; que tiene que estarlo, pues está casado con la apertura del mundo y sus mil nombres. A veces he pensado: mi mayor virtud -mi supuesta independencia, mi «fortaleza»- es mi mayor defecto. Eso quiere decir que hoy por hoy no creo para mí en nada parecido a la «media naranja». ¿Cómo vas a creer en la mujer de tu vida si tu vida es tan compleja que sientes que tienes varias? Por otra parte, como el sexo no me obsesiona, ya que he tenido mi dosis -a veces, también la de otros- no siento la necesidad de correr detrás de nadie, de hacer cola ante ninguna estrella.

 

5. ¿La soledad es una vivencia frecuente en ti, te inquieta?

Sí, la soledad es una vivencia fuerte en mí desde la infancia. He llegado a hacer de ella un lugar al que siempre vuelvo, del cual parto para retomar los temas, las personas, las situaciones de otra manera: arrancándoles esquirlas, dándoles otra oportunidad desde detalles menores. La escritura es eso, el pensamiento es eso, la enseñanza -si es algo- es eso. Ya sabéis que la palabra soledad es particularmente ambigua, pues uno puede sentirse solo en medio de la multitud. Por un lado, es el bendito cruce del que parten todos los caminos; por eso el que es muy sociable es también muy solitario, necesita su desierto. Por otro, la soledad puede ser una atormentada ausencia de mundo, de caminos, de pasos. Dios nos dosifique este veneno, aunque también es necesario.

 

6. Describe una situación típica que te produzca temor.

Tener que hacer el ridículo en público, desdorar mi imagen.   


7. ¿Tienes terrores nocturnos? ¿Hay una pesadilla que sea recurrente en ti?

No, no suelo tener pesadillas y terrores nocturnos. Dentro de un sueño ligero, duermo relativamente bien. Me acuesto agotado, procuro agotarme durante el día. En todo caso, mi filosofía es: si tienes problemas de sueño, no pienses en el sueño, no leas sobre el sueño; haz tu vida, a fondo, y el sueño vendrá por añadidura. Y esto vale para todo, sexo y dinero incluidos. En nada que sea vital tiene sentido especializarse o buscar ayuda de los expertos. Aunque sí, hubo una pesadilla que se repitió bastante en la infancia. Me encontraba a veces bajo una esfera gigantesca, abstracta, una sensación de impotencia que me impedía salir, moverme, respirar. Mi padre me despertó una vez que me sintió llorar bajo esa angustia. ¿El peso incipiente del mundo? Pobrecito de mí, no sabía lo que tendría que llegar a comprender y aceptar.

 

8. ¿Crees que la gente piensa con cierta frecuencia en el suicidio?

Sí, creo que la gente lo piensa y no lo dice. Es una idea bastante constante en la humanidad, un fenómeno cubierto incluso por una liturgia, por leyendas y tradiciones. Pensar en el suicidio es, entre otras cosas, una forma de vengarnos del mundo que no nos comprende. Después de pensar -aunque no sea muy seriamente- en el final, todo se ajusta ante ese límite absoluto de la muerte, cualquier problema se relativiza. El fenómeno del suicidio, más frecuente de lo que parece -también, a veces, tras lo que llamamos «violencia machista»-, es una muestra de que la muerte es algo esencialmente afirmativo, la posibilidad más alta, una tarea extrema que en todo caso tenemos que hacer.

 

9. Y los mayores, ¿qué crees que te separa de ellos, cómo te sientes frente a ellos?

Ya soy mayor. Sin embargo, dado que tengo un problema patológico con el crecimiento y el hacerse mayor, como padezco una inmadurez congénita, puedo reconocer que tengo una relación inestable, un poco desesperada, con los mayores. Con frecuencia me parecen patéticos, falsos, escondidos. Por decirlo brevemente, creo que con demasiada frecuencia han traicionado el sueño de la infancia, ese que se prolonga como suelo callado de la juventud. Por eso quizá tengo mejor relación con la juventud y con la vejez, esa sabiduría en la que se produce un regreso de la infancia, un coraje que está «de vuelta» de los hipócritas compromisos sociales.

 

10. ¿Te preocupa madurar, hacerte mayor? ¿Temes perder tu integridad, tu inocencia, tu generosidad, ese algo propio de la juventud?

Sí, sí, sí, sí, sí y sí.

 

11. Describe cuál es para ti la situación perfecta de felicidad.

Cualquiera donde pueda ocurrir algo, algún detalles accidental que nos ponga en juego, donde tengamos que arriesgarnos. Incluso en medio de la más tediosa situación -¡hasta en la tele!- puede ocurrir algo. En general, la seguridad me hastía y el peligro me anima. Por eso la vida virtual me deprime y la sucia presencia real me fascina.

 

12. ¿Sientes que estás haciendo tu vida o, por el contrario, sueñas con una vida distinta?

Algunas personas que me quieren creen que soy libre y hago lo que quiero. Incluso a veces lo dicen con un punto de envidia. Sin embargo, yo creo que nunca he elegido nada: me he limitado a obedecer a los signos. Sueño así, continuamente, con una vida distinta, aunque momentáneamente consiga algo así en esta vida. Cada vez que suena el teléfono sueño con algo o alguien que va a «salvarme» -¿de qué?- y va a cambiar mi vida. Y esto ocurre, curiosamente, cuando por otra parte no tengo envidia de nadie y puedo decir que soy libre; ocurre cuando en el fondo estoy contento con lo que tengo y la vida que me ha tocado. ¿Una contradicción más, otra muestra de inmadurez? Vale.

 

13. ¿Existe algo íntimo, una idea o sueño por los cuales te sientas diferente, raro frente a los otros?

Sí, desde siempre. Me temo además que esto nos pasa a todos. Yo también estoy convencido de que he sido elegido, aunque todavía no sepa para qué.

 

14. ¿Temes al fracaso, vives con ese temor?

Continuamente. Vivo con un continuo temor al fracaso social, profesional, personal. Incluso, ante los probables errores que cometemos, me escandaliza esta ausencia generalizada de «complejo de culpa» que hoy nos rodea. Pero el temor al fracaso no me impide moverme y arriesgarme, todo lo contrario. Como le temo más al aburrimiento y a la seguridad, continuamente arriesgo lo que tengo, lo poco o mucho que he «conquistado» con tanto esfuerzo.

 

15. ¿Piensas en la muerte alguna vez, te obsesiona, te parece algo «natural«?

La muerte siempre es violenta, y me parece un escándalo. Pienso tan continuamente en ella que a veces creo que es eso lo que me mantiene a salvo, lo que me libra del temor a morir, como si ya hubiera «muerto». De joven el pensamiento de la muerte me hacía grave, reflexivo, demasiado serio. De mayor me ha hecho despreocupado, irónico, «provocador».

 

16. Si ahora tuvieras que morirno será debido a esta encuesta-, ¿qué escena crees que te gustaría fijar como resumen de tu vida?

Cuesta elegir: ¡son tantas! Aquella chica nicaragüense que me acarició la cabeza en el coche, en medio de unos sorprendidos amigos, un atardecer de verano en el que yo desfallecía… Son demasiadas escenas. Solo puedo elegir bajo presión, por ejemplo, ésta. Esta presión y esta escena: Subo a saltos las escaleras de la casa familiar de Sandra en Canarias -mi mujer está seriamente enferma, retirada a su lugar natal con nuestra hija- mientras Laura, con cinco años, me espera arriba emocionada, nerviosa, radiante al ver que su padre sube corriendo para cogerla en brazos tras una larga ausencia.

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