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Una historia triste, ¿no crees?

 

 

 

“El terror de los sueños a hacerse realidad

y un miedo inconfesable a no tener excusas”

Inmaculada Mengíbar, Fragmento de ‘¿No se te olvida nada?’

 

 

No es que Haruki Murakami me guste demasiado ni que sea una experta en él. De hecho, tan solo he leído Tokyo Blues y me costó lo mío acabármelo. Buenos amigos míos le admiran y eso me da que pensar que quizás yo no lo haya leído bien. Sí, la verdad es que tengo que reconocer que no le di una segunda oportunidad –como a Knåusgard-, y estoy pensando que tal vez debería hacerlo.

 

A lo que íbamos. No me gusta demasiado Haruki Muralkami con lo que estuve contenta de que le dieran el Nobel a Patrick Modiano porque –aunque tampoco lo he leído– hubo un título que me cautivó desde siempre: En el café de la juventud perdida. Evocador cuanto menos.

 

Sin embargo, ayer, aunque diga que no me gusta Murakami, mientras repasaba unos apuntes, encontré una referencia a un relato suyo titulado: ‘Sobre encontrarse a la chica 100% perfecta una mañana de abril’. El título, que me pareció un poco absurdo –perdona, Haruki, esto ya es ensañamiento– me llamó la atención así que lo busqué, y empecé a leerlo. A grandes rasgos cuenta la historia de un chico y una chica que se encuentran un día por la calle y saben que están hechos el uno para el otro. ¿Por qué? No lo saben. Supongo que esas cosas se sienten. No tiene que ver ni con el tamaño de los ojos, el color del pelo o la complexión física. Es posible que uno se cruce a una persona, se siente delante de ella en una mesa y sepa que ésa es la persona. No estoy hablando de Hollywood, no. Y Murakami parte de esa misma premisa. Cuando se cruzan, el chico no sabe bien qué decirle, ella tampoco. Pero acuerdan que lo mejor sería que el tiempo decidiera por ellos y si están hechos verdaderamente el uno para el otro ya se verá, ¿no? Entonces dejan que en su historia se cuelen el tiempo y el azar. El tiempo, ya se sabe, que es el peor óxido. La última frase del relato es: “Una historia triste, ¿no crees?”. No hace falta que desvele nada más.

 

Cuando nos enamoramos de un sofá, de un coche, de un perro, de un piso ¿hay que probar otros sofás, coches, perros, otros pisos para saber que ese de verdad el que nos conviene? ¿Hay que dejar pasar diez años para comprarse el sofá? ¿Y el perro?

 

El otro día una amiga me contaba que en la vida, lo que realmente nos asusta es la falta de excusas. El refrán de buscarle tres pies al gato existe por algo: porque basta que algo no tenga defectos para que no nos convenza. Estoy segura de que alguien nos debió convencer de niños de que las cosas buenas costaban o no eran tan buenas como creíamos. ¿Cómo era aquello? Sí: lo barato sale caro. Pues algo parecido. Las cosas fáciles cuestan. Están ahí. Solo hay que dar un paso, cogerlas. Entonces nos asalta esa duda que termina, la mayor parte de las veces, en historias tristes. ¿Qué pasa cuando no hay excusas? Pasa la vida misma, que o lo tomas o lo dejas.

 

Por ello, pensaba en el relato de Murakami, en las excusas y en la manera que tenemos siempre de retrasar las cosas para probarlas, como si tuvieran esa garantía de los electrodomésticos. Benditas garantías. Ya podrían existir en la vida real. Por las dudas.

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