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Una imaginación imprecisa

Imagina, y solo imagina, que llevo estos días durmiéndome en las esquinas, cruzándome a la gente conocida sin saludarla (por puro despiste), chocándome contra las puertas cerradas del metro. Imagina, y solo imagina, hasta donde llegó mi apatía que el otro día, en la Barceloneta, me encontré un billete de cinco euros y ni siquiera lo recogí del suelo. ¿Por qué? No sé, pensé que alguien quizá seguro lo necesitaría más que yo.

Imagina que hemos llegado tarde al colegio (o quizás justos), que hemos mantenido varias reuniones a la vez (la una presencial, la otra via zoom), que sigo olvidándome de afeitarme, que los pantalones me caen y sigo siendo incapaz de acertar con las putas tallas. Que todo me abrasa o aburre. Que ya no sé qué más decirte cuando me llamas, y que no, que no tengo ganas de ir a tu casa.

Imagina y acertarás, que ni siquiera me enfadé (me he enfadado) por esto y aquello. Que tus provocaciones me dan risa. Que me pareces más tonto que un zapato. Que ni siquiera sé por qué dejo entrar a los mentecatos en este párrafo.

Imagina que esto quisiera ser un poema. Pero le falta orgullo. Y le sobra atemperancia.

Pero algo de bilis precisa sí tiene, como aquellos dos versos últimos del poema ‘Detesto las imprecisiones’, de Miriam Reyes, que dicen así: “Cuando dices todo tiene más sentido a tu lado / siento ganas de hacerte daño / físicamente”.

Imagina que esto no es tu imaginación que me mira y se sonríe.

 

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