Sebastiaan Faber es un académico de muchos colores. No sólo los nacionales –holandés, norteamericano y español– sino en los propósitos que promueve en su actividad como profesor de cultura española e hispanoamericana en una universidad estadounidense. Se nota en sus muchas escrituras, tanto académicas como las destinadas a un público más extenso, una enorme preocupación por el lector de su obra y el porqué de ésta, preocupaciones que no siempre se manifiestan entre los habitantes del mundo académico, como él y yo. Jubilado –o emérito, como dicen en mi mundo universitario– desde hace un par de años, comparto ese marcado interés no sólo en el concepto de la actividad del intelectual público sino también en cómo ejercer esa labor. Por eso la publicación de su libro publicado en mi mundo universitario (una university press) sobre las “batallas” luchadas entre españoles y no-españoles, los que aún les obsesionan los conflictos a raíz de la memoria de la Guerra Civil, me hizo dejar mis cosas y entrar de nuevo en ese mundo académico del cual me he sentido algo restringido, no sólo como profesor sino también como ciudadano, hijo de españoles que salieron de España después de la guerra, que quiere contribuir al debate público. Porque allí está el dilema y el enfoque de Memory Battles: ¿cómo se cruza el límite, pregunta Sebastiaan, del mundo académico al del lector común (el common reader de Virginia Woolf) aún conservando las normas de rigor intelectual: argumentos convincentes, escritura coherente, fuentes precisas y documentadas, objetividad (siempre reconociendo la precariedad de la pretendida imparcialidad).
Faber nos pregunta, y a la vez afirma, que aún vale rememorar (¿otra vez?) el trauma español sobre la (mal-denominada) memoria histórica de la Guerra Civil y la posguerra. La pregunta parentética de ¿otra vez? la añado porque hay algunos que están cansados (justamente) de tanta palabrería, repetición e indignación, sobre un asunto que parece no tener ni fin ni nada nuevo que añadir. Sin embargo, con el autor de Memory Battles, quiero avanzar, tanto en mi pedagogía –sigo dando clase– como mi escritura, la postura de que cualquier intento colectivo o personal de conocer el turbulento pasado de un pueblo, tiene que ser positivo tanto en el sentido intelectual como político. Lo positivo de la re-memoria no surge tanto de los resultados –que a menudo serán objetos de polémicas, malentendidos y conflictos– sino del proceso de esa re-memorización, el ánimo y la obligación civil de entrar en un diálogo público y democrático.
Sólo hay que pronunciar de nuevo esa famosa frase articulada en tantos medios: “El que se olvida de su pasado está condenado a repetirlo”. Es un dicho que se ha convertido en un tópico repetido a menudo y en tantos contextos, como han afirmado David Rieff en Elogio del olvido: Las paradojas de la memoria histórica y a su manera Santos Juliá (qpd) en Elogio de la historia en tiempos de memoria. También se puede concebir como una sentencia, una actitud irrefutable sobre el cual no cabe crítica. Sin embargo, los dos indagan en esa sentencia, Rieff en términos filosóficos y Juliá como historiador de “nuestra” guerra. Bien articula su contra-argumento Rieff cuando observa que creemos a veces ciegamente que el recuerdo colectivo (o la memoria histórica) es un deber moral y que tenemos una deuda para con las víctimas, preguntando: ¿Y si nos equivocáramos –tanto los pensadores y escritores como los ciudadanos que elogian la memoria colectiva? ¿Y si ese recuerdo, ese intento de re-vivir la historia, fuera equivalente a la destrucción del propósito de estudiarla y mejor sería una buena dosis de olvido comunal que para Rieff es nada menos que “el sine qua non de una sociedad pacífica y decente” (58)?
El libro de Faber, publicado en una editorial universitaria norteamericana (aún sin traducir al castellano), ofrece no sólo una recopilación y análisis del enorme archivo sobre la memoria de la guerra y la posguerra, producido tanto por españoles como no-españoles –escritores, famosos historiadores de España contemporánea, cineastas, artistas, fotógrafos y representantes de la sociedad civil–, sino un análisis de tales textos, sus propias reflexiones, críticas y resúmenes mesurados que, aunque no sea su propósito explícito, sirven de refutación al escepticismo de Rieff y Juliá. En varias ocasiones de Memory Battles encontramos referencias al contingente de españoles afirmando consciente o inconscientemente el mismo peligro que ve Rieff en la intensa memoria de algo que pasó hace demasiado tiempo y que en el presente más vale estudiar y valorar objetivamente, olvidar el trauma, el rencor y las llamadas a la venganza y así entrar en un estudio verdaderamente histórico. Pero Faber no parece estar de acuerdo con esa contingente. Narra Faber, a veces de una manera directa y anecdótica, la intensidad y pasión que ha causado el diálogo público español sobre la guerra y su memoria, pero no por eso, afirma, debemos recurrir al olvido.
Uno de los rasgos de Memory Battles más diferenciadores entre libros académicos es el esfuerzo del autor no sólo de escribir de una forma amena sino también de incluir la participación de la sociedad civil. El libro comienza con el recuerdo de un debate emitido por la Cadena Ser en la campaña electoral nacional de 2016 en el que un joven de dieciséis años pregunta a un representante del Partido Popular (PP) cómo puede justificar el olvido de 100.000 cadáveres cuyos restos siguen sin encontrar de gente fallecida durante o poco después de la contienda. La pregunta por supuesto contenía una retórica pro-memoria al ser recibido con intensos aplausos de parte de la mayoría del público. El político del PP respondió previsiblemente que el deber de la sociedad española contemporánea no consiste en abrir nuevas heridas sino de continuar con el proyecto de progreso económico que ha emprendido España desde la (también conflictiva) “transición”. De esta polémica trata el libro, asegura Faber, pero también constata el autor de Memory Battles que la opinión del miembro del PP tiene sus partidarios entre algunos intelectuales, uno de los más destacados en España es el recién fallecido Santos Juliá, y hasta cierto punto, David Rieff cuyo Elogio ha sido bien recibido entre la contingente pro-historia academicista.[1]
El debate trata de muchos asuntos en juego: la política electoral, el poder, el valor y la importancia de los juicios de los historiadores oficiales-profesionales versus los testigos. Efectivamente, se trata, según Faber, del valor del testimonio, cosa que Juliá, como representante de la voz intelectual (léase objetivo, instruido, erudito y por eso convincente) ve como algo cuestionable, no necesariamente ilegítimo, sino propenso a errores y falsas suposiciones condicionadas por la pasión. Contrastado con el rigor y objetividad totalizadora de estudios profesionales, entre muchos uno propio de Juliá, Víctimas de la guerra (Temas de Hoy, 1999), los testimonios son susceptibles a la parcialidad, la selectividad de los hechos, la voz moralizante, y siendo así, nos ciegan ante la realidad, o sea, lo que verdaderamente pasó. Detrás de tal debate encontramos el tema no sólo de la veracidad de los textos históricos académicos, sino de la percepción de tal realidad, el saber (o percepción del saber) como un instrumento del poder.
La postura de Juliá le parece a Faber anacrónica y en esto tenemos que estar de acuerdo no sólo como ciudadanos interesados en el asunto sino como académicos. Refiriéndose a Haden White cuestionando la labor supuestamente empírica del historiador, el discurso de Juliá cae en la trampa de tantos estudiosos del pasado en creer que con el espíritu científico van a llegar a una realidad firme. Hace más de tres décadas se ha cuestionado la pretensión del intento de llegar a la incógnita de la verdad a través de la narración de hechos; efectivamente la historia en sí es narrativa (una creación del lenguaje) y como tal obedece a las estructuras y convenciones de ésta. ¿Cómo es que la universidad y todo el aparato del saber que ejercen los historiadores profesionales no sean susceptibles a la arbitrariedad y a la dependencia de sus pensamientos a las reglas de juego académicas, reglas determinadas por jerarquías sociales? Es más, esa incógnita de la realidad histórica es algo en eterno movimiento, un proceso de nunca acabar en el que cualquier intento de encontrarla se somete a otro intento.
Cuenta Faber en su libro otra anécdota que me pareció indicativa de lo que estaba en juego para Juliá. Una de las memory battles de la primera década del presente siglo se convirtió hacia 2007 en un conflicto entre Juliá y Faber que pasó de ser una discrepancia intelectual a una acusación de difamación. Veraneando Faber tranquilamente en Cádiz, su bienestar playero se interrumpió cuando los editores de una revista académica norteamericana en donde había publicado el profesor americano-holandés un artículo sobre la postura de Juliá frente a la Ley de la Memoria Histórica (‘The Debate About Spain’s Past’), le comunicaron la mala noticia de un posible pleito contra él basado en las ideas que expresaba: que algunos académicos como Juliá pierden legitimidad profesional cuando se ofrecen a los medios de comunicación, siempre afanosos de abrir y suscitar polémicas en un momento en que la memoria histórica de la guerra era un tema palpitante, más palpitante que en otros momentos, implicando quizás –y esto es lo que más parece haber enfurecido a Juliá– que hay académicos que se aprovechan (¿materialmente?) de dichos momentos para entrar en una relación íntima con los medios.
Aunque parezca ajeno a los propósitos de Faber en Memory Battles, que consiste primordialmente en dar al lector una idea de las vicisitudes de las reacciones y posturas sobre la memoria de la guerra dentro y fuera de España, esta anécdota revela el eje de la cuestión aún palpitante de la España de la pos-posguerra. Se trata de una postura debatible: que ha llegado el momento de estudiar los hechos y acontecimientos de la guerra como si fuéramos historiadores oficiales, para finalmente “echarlos al olvido,” como dice Juliá en su Elogio de la historia. Pero también se trata de otros asuntos igualmente importantes: ¿quién tiene el derecho y la autoridad para llegar a la verdad? Y más allá de tal autoridad, ¿a quién recurren los medios de comunicación para dar a la sociedad civil la versión correcta de lo que pasó? Efectivamente, viendo que su poder como historiador profesional erudito, serio y objetivo se estaba cuestionando y, más aún, que se insinuaba que su motivo de llegar a la realidad histórica se convertía en motivos ulteriores, Juliá se lanzó a cruzar el límite de una disputa intelectual y entrar en una riña en la que ya no era la realidad lo que estaba en juego, sino el estatus. Pero esa disputa y ese estatus son dignos de analizar; están directamente relacionados con los temas primordiales del libro de Faber. El mundo académico es uno en el que pocos pueden negar la importancia del estatus y la jerarquía del saber. Incluso si tomamos en cuenta la enorme pérdida de tal estatus en las últimas décadas, aún persisten la importancia y la credibilidad de la opinión pública de un consagrado intelectual. Como bien nos ha hecho recordar el propio Juliá en una entrevista, al estallar la guerra civil, el entero pueblo español estaba ansioso por descubrir qué opinaba Ortega y Gasset sobre el levantamiento, cosa que quizás con la llegada del conocimiento cibernético es impensable hoy día. Sin embargo, los Ortega de hoy día aun tienen acceso a las páginas de opinión de los periódicos más prestigiosos. Como una especie de Ortega sin lectores, me encuentro entre los que queremos participar (con Faber) en el debate como académicos cuya opinión tiene cierta validez más allá de la de un miembro cualquiera de la sociedad civil; o sea, queremos ser intelectuales públicos (pensadores “orgánicos” a la manera de Gramsci) que hemos estudiado profesionalmente el asunto en cuestión y por eso la sociedad civil nos debe prestar atención. Pero el problema es que a los medios les suele importar un comino lo que pensamos. Por eso me imaginé la cara de mi amigo Sebastiaan Faber cuando la revista académica norteamericana (que nadie lee) le interrumpió sus vacaciones: ¡Albricias –habrá exclamado– me van a llevar a juicio! Lo que expresa Faber, consciente o inconscientemente, al narrar esta anécdota es la ansiedad del intelectual público. El hecho de que el intelectual oficial y públicamente consagrado (Juliá), se haya indignado por sus ideas le abren la puerta al debate así aliviando de cierta manera esa ansiedad que sufrimos los que topamos con el cuarto estado –en tiempos de Cervantes, la Iglesia.
Creo que el tema primordial de Faber en sus Battles es más que nada el poder del testimonio, poder del cual no se fían Juliá y su contingente, percibiendo las historias de los testigos y sus familiares como una posible amenaza a su poder y autoridad intelectual. En este sentido es interesante comparar la postura de Juliá con la de David Rieff, vistas las dos desde el punto de vista Sebastiaan Faberiano. Aunque Rieff está menos presente en Memory Battles se nota (más bien noto yo como ávido y respetuoso lector de Rieff) la tensión en el tema que estamos comentando. Sin duda Rieff no se siente amenazado por los testimonios presenciales de hechos históricos; no tiene que sentirse así, siendo nada menos que el hijo de Susan Sontag y conocido por su trabajo humanitario durante las guerras de la antigua Yogoslavia. Sin embargo, lo que sí propone, de acuerdo con Juliá, es una interrogante sobre las consecuencias del recuerdo social como instrumento político. La lectura e interpretación de la historia, como sabemos todos, es y ha sido un factor fundamental en la estructura del poder. Explica Rieff que una historia mitológica puede determinar la política de un país. Veamos los ejemplos entre muchos que comenta Rieff: Juana de Arco consagrada por la derecha francesa, el asedio de Mesada como justificación de la defensa-agresión del estado de Israel contra Palestina, la toma de Kosovo por el Imperio Otomano, todos manifiestan el recuerdo como imponentes armas de control social y barreras contra cualquier intento de llegar a acuerdos pacíficos entre los partidarios que vivieron y aún viven conflictos sangrientos. Los recuerdos testimoniales de hechos reales, según Rieff, se convierten en partes integrales del mito, ficciones para recurrir a la necesidad de una justicia vengativa, muchas veces herramientas para poner en marcha una política específica a favor de un cierto sector de una población; es el error de ver el pasado como un eterno presente. En España hay muchos que repiten esos argumentos cuando se habla de una necesidad de “reconciliación”.
Faber reconoce la validez del argumento, sin embargo también desconfía de que la idealización de la actividad de los historiadores encerrados en sus archivos con actitudes de sospecha hacia las opiniones de la plebe sea el antídoto contra tal mitología, y al mismo tiempo quiere enfatizar y reivindicar las voces de testigos, no necesariamente como poseedores de una realidad incontrovertible, sino como voces con derecho a hablar y contribuir con sus historias al debate.
Efectivamente, el énfasis en tales voces ha dado resultado. La voz de la mujer en la guerra, menos mal, se escucha bastante más hoy día que hace un par de décadas. También la participación de grupos raramente estudiados en pasadas décadas, como otros partícipes en la Guerra Civil, como por ejemplo los reclutas marroquíes de Franco.[2] Esos relativamente nuevos enfoques se deben, creo, al interés en el testimonio desde los márgenes de la sociedad. Avanzando más allá, espero que algún día se estudie ese otro grupo, o ese otro tema: la sexualidad y la guerra. Parto de la idea que plantea Maite Zubiaurre en su libro pionero, Culturas del erotismo, en el que cuestiona la idea (¿tópico?) de las dos Españas tradicionalista y progresista en guerra desde los 1700 que sostienen tantos intelectuales consagrados. Para Zubiaurre hay que dar lugar al estudio de las cambiantes percepciones, actitudes y costumbres frente a la sexualidad: otra emergente España en la que los ciudadanos estaban hambrientos por una liberalización de las normas y los deseos. Respecto a este tema quisiera animar a los estudiosos de la preguerra, guerra y posguerra que se detengan a considerar esa otra España de los años 20 que empezaba a liberarse de la cárcel de las prohibiciones y tabúes de la Iglesia. ¿Cuáles fueron las consecuencias políticas? Consideremos, por ejemplo, el caso de Álvaro Retama, uno entre muchos que fue condenado a muerte después de la guerra.[3]
Tanta gente ha opinado, opina y seguirá opinando sobre el asunto de Memory Battles... Esperemos con David Rieff que tantas diversas opiniones y posturas formen parte de un entendimiento común y que las lecciones de la historia española puedan servir como ejemplo para otros pueblos. Tengo esa esperanza, quizás ingenua, como profesor. En mi jubilación (mi condición emeritísima) formo parte de un grupo de profesores que dan una clase sobre Autoritarismo y democracia. La parte que imparto como caso de autoritarismo es sobre la memoria histórica de la Guerra Civil Española; para muchos de los alumnos (mayoritariamente estudiantes de segundo o tercer año que toman la clase para satisfacer ciertos requisitos de sus respectivos programas) es la primera vez que piensan en lo que tantos historiadores ven como un ensayo para la Segunda Guerra Mundial. En vez de entrar en los detalles de la guerra (¡vaya aburrimiento!) les pregunto si lo que han estudiado sobre su propio país como campo de opresión autoritaria victimizando a la comunidad negra americana tiene algo que ver con la lectura-interpretación de su propia historia. Siendo la respuesta obvia que sí, les explico que así es en muchos países, dos de los cuales son míos: Estados Unidos y España.
Leemos un ensayo de Rieff basado en su libro, y la bien conocida novela (por lo menos en España) de Dulce Chacón La voz dormida. Mis alumnos reaccionan con curiosidad y ganas de saber más. La lección que quiere impartir su profesor es que los ciudadanos de naciones pretendidamente democráticas tenemos que ser como la autora de La voz dormida,[4] cuya narrador/a desempeña el papel del ciudadano civil/historiador, una voz que ha despertado al no fiarse de las voces oficiales. Lo importante es la búsqueda en sí, el proceso continuo de descubrir no sólo lo que pasó, sino un entendimiento de uno mismo en diálogo con el otro prójimo.
Referencias:
Faber, Sebastiaan. Memory Battles of the Spanish Civil War: Hisyoty Fiction, Photography. Vanderbilt University Press, 2017.
_____. (‘The Debate About Spain’s Past and the Crisis of Academic Legitimacy: The Case of Santos Juliá’, Colorado Review of Spanish Studies), 5 (2007): 165-90. Print.
Juliá, Santos. Elogio de la historia en tiempos de memoria (Pons, 2011).
_____. Víctimas de la guerra (Temas de Hoy, 1999).
_____. Entrevista a Santos Juliá: “Sólo hay interés en el pasado para utilizarlo en el presente.” https://www.letraslibres.com/espana-mexico/revista/entrevista-santos-julia-solo-hay-interes-en-el-pasado-utilizarlo-en-la-lucha-politica-del-presente.
Nietzsche, Friedrich. Más allá del bien y del mal. Educomunicación, 1999.
Rieff, David. Elogio del olvido: Las paradojas de la memoria histórica (trad. Aurelio Major, Debate 2017).
_____. ‘The Cult of Memory: When Memory Does More Harm than Good’, The Guardian. Marzo, 2016.
Savater, Fernando. ‘Recuerdos envenenados’, El País (https://elpais.com/diario/2010/06/22/cultura/1277157605_850215.html).
Zubiaurre, Maite. Cultures of the Erotic in Spain (1898-1936). Vanderbilt University Press, 2012.
[1] Fernando Savater en reseña, Recuerdos envenenados, ha celebrado el Elogio de Rieff sugiriendo que “aquí [en España] … harán bien en leer a Rieff: para enriquecer su perspectiva”. https://elpais.com/diario/2010/06/22/cultura/1277157605_850215.html.
[2] Como preguntaba Nietzsche en las primeras palabras de su Más allá del bien y del mal, “Suponiendo que la verdad sea una mujer –¿cómo?”
[3] Mi abuelo, Artemio Precioso García, también fue víctima de este tipo. No solo el hecho de haber sido gobernador civil durante la República, sino también por haber editado obras que se consideraban pornográficas, algunas de las cuales escritas por Retama.
[4] Hay tantas novelas que podíamos haber leído –Soldados de Salamina, por ejemplo. Irónicamente, Javier Cercas, aunque figura como miembro del contingente de Juliá. Sin embargo se podrían escuchar a sus considerados como portavoces de gente normal que se pasa mucho tiempo cuestionando a testigos y excavando en archivos para llegar a un entendimiento de una historia que va más allá de los hechos.