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AcordeónUna línea roja todavía divide Chicago en dos realidades

Una línea roja todavía divide Chicago en dos realidades

 

Aparece en seguida, tras haberse disculpado unos segundos, con un mapa entre las manos. “Esto es Bronzeville, uno de los barrios más maravillosos de Chicago”, proclama orgulloso. “Podéis pasear por aquí, por toda esta zona, si vais más allá de esta calle no puedo garantizar ni mi propia seguridad”. Es Harold L. Lucas, trabajador social y luchador incansable contra el racismo y por la igualdad de todos los estadounidenses. La anécdota no debería ir más allá, pero por desgracia es un estigma que ha crecido y se ha expandido en la sociedad americana. Desconfían de los barrios de mayoría negra con pocos recursos.

 

Una línea roja divide Chicago en dos realidades. La del fuerte, con dinero en el bolsillo, y la del débil, marginado, pobre, negro en su mayoría. Un viaje en la línea roja del tren elevado de la windy city, desde el barrio de Howard hasta la calle 95/Dan Ryan, muestra cómo está estructurada la sociedad en la ciudad, el país, en definitiva. Un pueblo multirracial, multicultural, que se disgrega con el paso de las estaciones.

 

En el apeadero de Roosevelt todos los viajeros de rasgos asiáticos dejan atrás el bochorno de los kilómetros soterrados que realiza el tren para apretujarse en un autobús que les llevará a Chinatown. La población latina han quedado en el Loop (centro de Chicago), para coger las líneas azul o marrón y dirigirse a los suburbios del oeste. A partir de la estación de Jackson el vagón toma un solo color, y la cultura afroamericana, más jovial, inunda cada centímetro cúbico disponible. En los asientos del trillado vagón de metro sólo quedan personas de tez negra. En el momento en que la red line emerge de las profundidades el paisaje cambia de manera notable. Hay espacios abiertos, solares comidos por las hierbas, vestigios donde se levantaron casas, comercios o fábricas. La 35/Sox, parada del barrio de Bronzeville es el destino de los más afortunados, y es aquí donde comienza el verdadero viaje.

 

 

Bronzeville, inicio del viaje

 

Bronzeville es el portón del área negra de Chicago, de lo que un día se denominó black belt o cinturón negro: uno de los barrios más representativos. Surgió cuando una congregación de judíos se instaló en esos terrenos. Con la llegada de la población negra, los judíos pasaron a un segundo plano y se mudaron. De esta forma echó raíces el nombre de Villa de bronce, debido al color bronceado de sus nuevos inquilinos. A pesar de que es seguro y está formado por una comunidad multicultural, en el norte de la ciudad, muchos chicagüenses no tienen una buena opinión sobre el barrio.

 

Pero, ¿es entonces Chicago una ciudad segregada y racista? Harold L. Lucas, mentor y director de un centro social del distrito, ha lidiado con el problema y no tiene dudas: “Sí, lo es, la sociedad americana es una de las más racistas”. A pesar de ello, admite que la situación actual es consecuencia de un cóctel explosivo de desempleo y segregación.

 

Una serie de organizaciones sin ánimo de lucro intentan levantar el mastodóntico barrio a base de esfuerzo. Es el caso de Lucas, un animal político de calle, que ha conseguido grandes progresos en el terreno gracias al trabajo a pie de obra con los menos favorecidos. Todo ello ha nublado su personalidad. Aun así habla con claridad, y cierto resentimiento, de los problemas de una sociedad que bajo su punto de vista tiene como principal lacra sus “pensamientos racistas”. Su receta para la integración es la creación de empleo en Bronzeville. Para ello dirige una serie de proyectos relacionados con el turismo y la venta de camisetas donde involucra a los más jóvenes. Además, junto a su equipo organiza charlas y clases dirigidas a los que menos tienen.

 

 

Billete a la historia

 

Un viaje en la red line es el mejor indicador de cómo está la situación entre los chicagüenses. Es en el metro donde se forjan el recelo y la desconfianza. Donde las barreras se alzan. Donde las formas de ser, el poder adquisitivo, el modo de entender la vida se oponen. Un modo de comportamiento más escandaloso, más alegre, quizá por la influencia del jazz y el blues, ante una existencia más mísera. Es lo que tiene vivir en los barrios del sur donde el desempleo arrincona a una población sin oportunidades. Enfrente, la sobriedad, la responsabilidad y lo discreto de un modo de vida regido por el trabajo. Es un choque de trenes suavizado por el contexto de producirse en un espacio común, que a veces se rompe por el eslabón más débil. Los desequilibrios, el carácter taciturno de algunos, la desesperación hacen que ante los ojos inocentes del blanco que no conoce el sur de la ciudad se generalice la forma de ser de la comunidad negra.

 

Por ello es habitual encontrarse que plantear una visita al sur de la ciudad sea acogido como una osadía. Un acto peligroso a los ojos de muchos habitantes de los barrios del norte, a pesar de que conviven todos los días con vecinos, compañeros negros de mayor poder adquisitivo. En muchos casos no es una cuestión de raza, sino económica. Y en Estados Unidos esto se ve elevado a la enésima potencia. Las relaciones se establecen de igual a igual según el nivel económico de cada uno. De hecho, cualquier incursión al sur es desaprobada y calificada con un: “mejor no ir, no hay nada allí”.

 

Las revueltas, disturbios y luchas de los años 60 con Martin Luther King Jr. a la cabeza han quedado atrás. Ejemplo de ello es la descuidada avenida que lleva su nombre y que atraviesa, llena de baches, los principales barrios del sur. Los avances, el atrevimiento que entonces supuso una auténtica revolución, han caído en saco roto, al menos en las cifras. Según datos de 1990 del censo Local (Community Fact Book), el 69% de los afroamericanos de Chicago vivía en comunidades cuya composición era casi en su totalidad negra. Según cifras de 2011 del centro de investigación Social Impact, dos tercios de los afroamericanos vive en barrios donde el 95% de la población es negra. Dos décadas de estancamiento.

 

 

Testigo de esa inmovilidad

 

El punto de vista de Bernard C. Turner es más positivo, desprende menos resentimiento. Conoce los problemas, pero prefiere ver el lado positivo. Es escritor y comercial de libros para la escuela pública. Creció en Bronzeville, donde su padre dirigía una gasolinera. Habla con orgullo de que su progenitor fuera “posiblemente el único afroamericano en un negocio como aquél”.

 

Describe el suburbio como un “barrio interesante. Siempre ha estado sobrepoblado, pero entonces había clubes, teatros, negocios, iglesias donde todo el mundo participaba”, afirma. No podían moverse de allí debido a la ley restricitive covenants, que no permitía a los afroamericanos mudarse a barrios de mayoría blanca. Bronzeville fue parte de lo que se denominó black belt, que no era más que un espacio delimitado en el mapa donde sólo podía vivir la población negra.

 

En 1948, el Tribunal Supremo derogó la ley y el éxodo fue inevitable. Hoy es todavía un barrio multicultural, donde la población afroamericana es mayoría. Aun así Turner no lo considera sólo un problema racial. “¿Es Chicago más racista que Boston o que Nueva York?”, se pregunta. Más que esto se refiere a la economía, y a las consecuencias que trae su destartalado estado como principal causante de los problemas. Y que provoca, según datos del Social Impact de 2011, que un 34,1% de los afroamericanos en la ciudad de Chicago esté en niveles de pobreza.

 

 

Claves para la solución

 

El desempleo, o la educación son las bases del conflicto. ¿Por qué se venden drogas? ¿Por qué existen esos índices de criminalidad en algunos barrios del sur? Turner es directo: “No tienen ninguna oportunidad, no han ido a la escuela, ya no hay negocios en éstas áreas donde puedan buscarse la vida”. Considera que el hecho de vagar por la calle debido a que no tienen otra actividad donde ocupar su tiempo les condena. “Si les das un trabajo, estarán ayudándose así mismos y a la comunidad, serán felices”. Y es que según el US Census Bureau, en 2010 las familias afroamericanas de media ingresaban 29.371 dólares, frente a los 58.752 dólares de las blancas, el doble.

 

Una de las cifras más sangrantes corresponde al desempleo. En 2012, ha aumentado hasta el 19,5%. Muestra el desgaste que ha sufrido en este aspecto la población negra ya que en los 70 el desempleo para este colectivo rondaba el 8%. Bernard C. Turner fija las causas de la falta de trabajo en los problemas en la educación de muchos jóvenes y adolescentes. Recuerda su propia experiencia. Dio sus primeros pasos en la escuela pública y culminó en la Universidad de Chicago: “si no recibes una educación de calidad no tendrás ambición, ni razones para hacer algo bueno por la comunidad, no tendrás un buen plan de vida”.

 

Turner, además, habla de oportunidad perdida cuando se refiere al primer y único mandato de un alcalde afroamericano en Chicago, representado por la figura de Harold Washington. Desde 1983 a 1987, Washington trató de que todos los chicagüenses, fuesen del estrato social o el color que fuesen, contasen, tuviesen voz para construir “una ciudad mejor”. Tras su reelección un ataque al corazón desbarató sus planes el 25 de noviembre de 1987. “Todo el mundo le apreciaba”, comenta.

 

 

Una comunidad dividida

 

Es final del verano, a pleno sol, bajo una ola de calor que abrasa la orilla del lago Michigan. Desde los andenes elevados de madera puede verse en la lejanía cómo corretean por la calle unos niños alrededor de una boca de incendios abierta. El agua emerge del subsuelo y forma un géiser de unos 3 metros de altura. Los niños juegan felices. Empapados, mitigan las altas temperaturas. Recuerda a la escultura The Crown fountain, sita en el parque más emblemático de Chicago, el Millenium. Pero es un espejismo en un contexto de desempleo y de marginación.

 

Don Wicliff, columnista del Chicago Tribune y profesor de la Universidad de Loyola, representa y explica este contraste. Considera que “es un error hablar de la comunidad negra porque hay al menos dos subcomunidades dentro de ésta”. Se refiere también al poder adquisitivo: “Hay una clase media que ha prosperado, a pesar de la recesión, y está en una buena posición. Por contra hay una clase pobre, hundida”.

 

Habla con nostalgia de un informe publicado en 1965 y titulado The Negro Family: The Case For National Action, más conocido como el informe Moynihan, por su autor. Trata de los problemas que sufría la familia afroamericana. Wicliff cree que entonces se dieron las circunstancias para un cambio, para pensar en un futuro mejor para todos. “Si se hubiesen reconocido en los sesenta los problemas que había, se hubiese cogido a esos chicos y se les hubiesen enseñado unas habilidades, se les hubiese dotado de una educación, hoy hablaríamos de una sociedad diferente”, afirma. Queda pensativo: “Estamos muy lejos de aquello hoy, ahora sólo hay sitio en la cabeza de la gente para pensar cómo mantener sus puestos de trabajo. Creo que al menos yo no veré un cambio en este sentido”.

 

 

A ojos del periodismo

 

Sentimientos encontrados se cruzan en la mente de Jane Hirt, periodista y vicepresidenta del Chicago Tribune. Es un tema incómodo, con el que cada uno ha lidiado desde diferentes perspectivas. Desde la dirección del Tribune, Hirt considera que “Chicago, en concreto, es una ciudad muy segregada en barrios, áreas. No tengo la solución, pero sí que es verdad que puede ayudar un plan para asegurarse de que todo el mundo acceda a la misma educación, a las mismas oportunidades económicas”.

 

Un futuro común sería lo ideal para esta experimentada periodista: “Chicago es un lugar muy diverso, y me encanta esa diversidad, te permite tener una mejor perspectiva de la vida. Pero creo que esto durará mucho más tiempo”. De hecho, su periódico ha publicado un informe con múltiples datos e infografías denominado Crime in Chicago donde se muestran los aspectos más críticos de la ciudad. Aun así, y a pesar de ser el diario con más lectores y más fama de Chicago, no es el más interesado en temas sociales sobre la población negra en peor situación. Dicho cometido corresponde al Chicago Defender, periódico comprometido con la colectividad afroamericana desde 1905.

 

Chicago, Estados Unidos, han tenido la oportunidad de convertirse en una sociedad más equitativa, de eliminar las diferencias entre norte y sur, este y oeste. Todos los chicagüeneses podrían haberse beneficiado de una ciudad que rebosa historia, cultura, música (jazz, blues), diversidad. Para llegar a ello, y a partir de la fotografía de este momento, queda mucho camino por recorrer. Una mayor apertura de la población negra segregada, una mayor implicación del gobierno, una mayor comprensión y esfuerzo de integración, dejar atrás los tabúes… son algunas de las claves. La implicación de todos los sectores sociales, institucionales, políticos es fundamental. Parece fácil que Lucas deje a un lado la rabia que le invade. O que Turner pueda convencer a más americanos con sus ideas a favor de la educación. O que Hirt se vuelque en los temas sociales en su periódico. Incluso que el presidente Barack Obama, que tiene sus raíces políticas en Chicago, o quien le suceda, junto con la sociedad americana, se implique de manera radical en el asunto. En cualquier caso, el camino será arduo y largo.

 

 

 

Adrián Blanco Ramos es periodista. Interesado en el periodismo de datos y narrativo, trabaja en la sección de Política en la Agencia EFE. En FronteraD forma parte del blog colectivo El Inquirer. Su blog, aquí. En Twitter: @lapichicera

 

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