Siempre es la misma / cristalina constancia, / quizá opinable ley.
Las orillas sardónicas, / palpitantes, advenedizas, / miran las aguas muertas / del río / pues por mucho / que fluyan: aguas muertas.
Siempre lo mismo: / en el Averno hay vida, en los cimientos / que soportan el túmulo.
Pero arriba, en un espacio inerte, / vanamente bruñido y marmóreo, / se recoge la burla (desde abajo) / callada y fragorosa de esos bichos / con cabeza de hombre, / calvos y sonrientes en lo eterno. / Quienes asesinaron a Inés de Castro.
En las esquirlas, vida. / Muerte en el lento avance del rebaño. / Las abejas, vivaces, / liban de esas airosas florecillas / que fenecen al sol crepuscular.
Los montes apagados sucumben en la sierra / mientras se oyen las carcajadas / de las innumerables Catoblepas / que en el incendio viven, / cunden exhaustas en la estratosfera / y se renuevan en la tiniebla de los veneros / que hacen que corra el Zêzere, el Mondego y el Alva.
À beira da lagoa do Vale do Rossim