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Mientras tantoUna semana de mayo

Una semana de mayo


Midnight in Paris, el último trabajo de Woody Allen, es una hermosísima y divertida película sobre los mitos personales y la nostalgia, sobre el placer de adorar a alguien que nunca has conocido pero cuya obra veneras, sobre la búsqueda en el pasado de modelos que nos ayuden a escapar de nuestra mediocridad cotidiana, sobre la creatividad maltrecha. Pero al mismo tiempo es un canto al presente y a la necesidad de actuar, porque el ahora es lo único que tenemos, porque el pasado ya no existe y además es mentira, y porque, como decía ayer mi vecino de blogs Paco Gómez Nadal, cada uno tiene la obligación moral de formar parte de su tiempo.

Lo saben bien quien han puesto en marcha –y mantienen– ese movimiento conocido ya en todo el mundo como #spanishrevolution, lo más importante que ha ocurrido en España desde la Transición. Un punto de inflexión de cuya importancia no somos todavía conscientes.

En tan sólo unos días, mientras los bipolíticos seguían enfrascados en sus broncas tabernarias, unos maldiciendo la merecida hecatombe que les esperaba, los otros babeando de placer por ese talón en blanco que el electorado les iba a regalar, a pesar de la cochambrosa indecencia y el sectarismo oligofrénico de algunos medios de comunicación, a pesar de la cómoda indiferencia de la mayoría de la población, hemos asistido a un ejemplo insólito de ciudadanía responsable y creación colectiva. Lo que esta gente ha hecho, y en un tiempo récord, tiene un alcance global, nos afecta a todos, a la política, al urbanismo, a las tecnologías, al arte, al periodismo, a la arquitectura, a la filosofía, a la sociología; a lo más intimo de cada uno y a lo más público, es el despertar de una conciencia que en este país de pan y circo llevaba mucho tiempo adormecida.

Al contrario de los prefabricados y mediocres discursos de los partidos políticos, este movimiento ha resucitado de forma espontánea reflexiones esenciales para nuestro futuro, sobre temas como ciudadanía, solidaridad, gobernanza, responsabilidad social, procomún, legitimidad, reflexiones eternamente aplazadas por la urgencia del bienestar inmediato que exige la brutal maquinaria de la economía, la que engorda las arcas de los partidos y financia sus particulares festivales de eurovisión.

Con el combate entre dinosaurios terminado –unos teniendo lo que se merecen y los otros lo que se creen merecer–, supongo que ahora lo que toca es dividir a los indignados, emborronarlos, diluirlos. Muchos pensarán que no es difícil, sólo hay que inocularles una vez más la repugnante lógica del balance, las audiencias y la cuenta de resultados, exigirles eficacia, logros concretos, dudar de su futuro. Otros les atacan porque algunas de sus propuestas están fuera de lugar. Es curioso, podemos votar tranquilamente a 55 candidatos imputados judicialmente, pero no admitimos dos o tres consignas nostálgicas pegadas con celo, tan ingenuas como inofensivas.

No prestar atención al movimiento 15M será un error que, tarde o temprano, pasará factura a quien lo cometa. Lo realmente importante de toda esta historia es que ha sucedido y que a partir de ahora sucederá cuantas veces haga falta. El milagro es haber demostrado que en una semana de mayo han podido conectarse a través de la Red las conciencias de decenas de miles de personas y tomar las calles y las plazas de las ciudades de forma legítima. Una perfecta correlación entre lo virtual y lo real, sólo al alcance de quién sincroniza internet y su vida plenamente convencido del valor que ambos tienen para mejorar el mundo.

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