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Una tumba propia para Larra

 

Hoy he visitado -a mediodía- El Panteón de Hombres Ilustres en Madrid. Se trata de un pequeño claustro con jardines -cerca de Atocha- que no se parece en nada un cementerio. Busco gestionar una visita con mis alumnos a la tumba del admirado Larra, para recordarlo in situ junto a sus restos, ofreciéndole nuestro fervoroso agradecimiento.

 

En un rotulito colgado en la entrada de la calle, se informa que los jardines históricos del Panteón están siendo restaurados. ¿Significará eso que se encuentran suspendidas las visitas?

 

Tras atravesar un primer jardín de acogida, cuajado de rosas rojas, (salvaguardadas del peatón por una cinta de plástico tensada y disuasoria), me encuentro ante una puerta como de iglesia o castillo. Empujo una de sus altas hojas y descubro que no opone resistencia. Ingreso en una nave de altas techumbres y muros cuajados de cristaleras, por las que la luz de mayo se cuela, maquillando de blanco todo el recinto. En la esquina de la derecha, una pequeña mesita oscura se muestra completamente a solas. Poca información podrán darme aquí, pienso.

 

Encuentro El Panteón de Hombres Ilustres, desierto de vivos, (¿significará esto algo?). O han salido a tomar un bocadillo, o se han dejado la puerta entornada al partir. A no ser que en un recinto funerario tan exclusivo, empleen fantasmas para recibir. El espacio amplio y luminoso, como la cuna de un recién nacido, me incita a descubrirlo. La cándida solemnidad del conjunto me impide despegar los labios. Me fascina el vacío y la tranquilidad que reinan en este lugar.  

 

Tras la primera esquina descubro la primera tumba: Canalejas está aquí enterrado. Su conjunto funerario ocupa gran parte del espacio, debe tener -en planta- el tamaño de un camión. Recias espaldas viriles se escapan de los bloques de mármol, para encarnar alguna alegoría de la vida. ¡El regusto que se dieron los escultores incorporando a sus modelos favoritos, a la tumba de los Jefes del País! Al fondo, una tumba en retablo –la del Marqués del Duero- ocupa todo el testero del muro. Parece extraída de la capilla de una catedral.

 

Intento abrir una puerta de madera lateral que da al claustro, donde presumo, que debe encontrarse la tumba de Mariano José y sus vecinos. En Internet he visto la fotografía de la tumba que busco. Una tumba triunviratal. Que Larra tuviera que compartir habitación mortuaria con Ramón Gómez de la Serna, al lado de la tumba individual de su amigo Espronceda, podría interpretarse como una greguería macabra de piedra, que hubiera prolongado las estrecheces vitales de Ramón ad eternum; pero que además tuvieran un tercer convidado de piedra en el mismo aposento, más que en Hombres Ilustres, parecía convertirlos en pobres de necesidad.

 

“José Gerardo Manrique de Lara, Presidente que fue de la Asociación de escritores y artistas”, como reza la saturada lápida comunal, decidió darse el gusto de enterrarse en loor de fama junto a tan ilustres cumbres de la literatura hispana; a la par que le ahorraba a su viuda unos dinerillos, no teniendo que gastar en la compra de un nuevo nicho. El susodicho señor tuvo la osadía de hacerse enterrar en esta histórica tumba, en el primer año del siglo XXI, cien años más tarde de la construcción del Ilustre Recinto. ¿Sentará cátedra el gesto del intruso Presidente, y desde ahora en adelante, todos los gestores de la mencionada Asociación o similares, tengan la potestad de enterrarse en la tumba de Larra con todos los demás?

 

Como todo esto fueron especulaciones de mi mente, decidí visitar la nave restante, por si encontrara alguna mejor oportunidad. La tumba de Cánovas del Castillo se desprendía del muro como un cuadro viviente, ocupando casi todo el espacio. Su ostentosidad meridiana rayaba con el esplendor de un cementerio florentino; demasiada tumba para España. Si las de los Monarcas de la Nación -en El Escorial- son mucho más sobrias que la de estos políticos de finales del decimonono siglo. Al salir me percaté de otra barroca tumba de pared dedicada a un aristócrata, que debió ser el prócer que dio nombre a la estación de Metro de Río Rosas.

 

No hallé nada más que se pudiera visitar. El Panteón de Hombres Ilustres se redujo en mi visita a dos políticos y dos miembros de la aristocracia, mientras que un coro de poetas figurantes debían estar hacinándose en tumbas compartidas, en el patio -bajo el sol y la lluvia- en colectiva mortandad.

 

Al pasar de nuevo junto a las rosas de la salida, pensé por un momento, ¿y para cuándo estará pensando la Ministra de Igualdad, construir un Panteón de Ilustres Féminas?

 

Este despropósito histórico tendría que ser regulado y enmendado. ¿Acaso no merecen Larra y Ramón, poseer una tumba propia, para vivir a sus anchas por toda la eternidad?

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