Uniformes

 

Finalmente no pudo ser. Las masas esperaban con fervor el momento en el que la señora embajadora nos felicitara el día nacional enseñando cómo se pone uno un traje de protección contra el ébola, —Todos conmigo, la bolsa de plástico de Carrefour en un pie, vamos con la de Zara en el otro, ahora las gafas de bucear, luego las bragas en la cabeza…—, pero tuvimos que conformarnos con el discurso oficial. Ya lo decía alguien por ahí, en un país en el que hay que explicar cada año como se traga uno una uva con cada campanada imagínate el resto….

 

Un día de tiernos reencuentros con todos aquellos que te regalan el lujo de no haber reparado en su ausencia a lo largo del año.

 

Nuestro Tomás, Tomás Alcoverro, se acerca presuroso con su inseparable traje blanco.

 

—Oye tú, que me han dicho que me has nombrado en algún blog —Tomás es un caballero, jamás diría bitácora llena de putadas envenenadas que publicas en FronteraD—. ¿Habrás escrito algo bueno, no?

—Hombre Tomás… a mala leche la reservo para otros —aclaro yo vigilando con el rabillo del ojo al camarero filipino que protege las botellas de vodka del pueblo sediento.

—Ya, ya…. —me responde poco convencido. Aunque no lo diga le sorprende en el fondo que nadie haya intentado todavía acorralarme en un callejón y romperme las piernas.

 

Hundo mis tacones en el jardín. Dadme una faja reductora de dos tallas y me comeré el mundo.

 

—Delante de ti yo no digo nada —me suelta un tío de sopetón. Es un colega trajeado que durante la semana va por ahí agazapado con unos prismáticos en el sur del Líbano. A qué viene tanto acojone pienso yo, si en 5 años que llevo aquí aún no he logrado que nadie me cuente como se hace un intercambio de una cabra extraviada entre israelíes y libaneses—. He visto el blog y yo no abro la boca…

—Tampoco es para tanto —trato de calmarlo en vano—. T ú tómate otras siete copas que luego vuelvo…

 

El maño también anda por allí. Tan encantador como siempre, acompañado de una extraña pareja muy sonriente. Me pregunto si él es el que se tumba en el medio. A las 3 de la mañana intentaré sonsacarlo si no se ha marchado ya.

 

—Hoy estoy muy cansado, he tenido que madrugar para ir a un sitio… —dice con una sonrisita.

—A un sitio… a hacer cosas… Yo también vengo de un sitio —exclamo ufana refiriéndome a la peluquería.

 

Todos con sus secretitos….

 

Y el general… el general explica que los chinos flipan al ver a las machas de guerra españolas poniendo orden en la base del sur, yo me las imagino neutralizando a un chino salido con las tetas, lucha de pesos pesados en el barro, los drones judíos sobrevolando el espacio aéreo, haciendo fotos para consumo de pago en el youporn… Me interrumpe.

 

—Tú eres la que me contaba que Beirut es como Sodoma y Gomora… ¿no?

—Bueno… sí… un poco… más o menos. Sí.

—Tienes que contarme más cosas.

 

Claro, pienso para mis adentros. Yo sin saber lo del canje de cabras y que le cuente cosas… Abatida me voy a una esquina del jardín a lamerme las heridas. Si todo sigue así en un par de meses tendré que hablar a solas con los árboles. Pero entonces se acerca un tipo cuadrado, de traje, con bíceps, tríceps, cuádriceps protectores.

 

—¿Todo bien?

—Sí —digo—, pero necesito un baño.

—Te llevaré al de nuestra oficina —me conduce a un torreón en el que han miccionado buena parte de los egregios invitados.

—¿Esto es vuestra oficina? —alguien ha dejado una bandeja con galletas y mortadela junto a la ventana.

—Claro que sí, te enseñaré el despacho.

 

Me preparo para una visión aterradora y gigantesca a la una de la madrugada; él saca una llave, abre una puerta, enciende la luz mientras yo busco el candado de las bragas de castidad. Con gesto victorioso señala un montón de carpetas apretadas en una estantería: Aquí trabaja la Guardia Civil. Yo siento que me desmayo.

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