Leo su libro en los tranvías, quiero sentarme luego bajo un árbol y sacar de la mochila el agua, las nueces, una naranja grande y mi cuaderno
Subo a otro y me siento al final, casi vacío, se va alguien y no sube nadie
Estoy cansado, quiero otras historias o la primera personal del plural
Entra Víctor, me ve, se sienta cerca
Se está bien aquí, los dos en el tranvía, a solas, la estufa encendida, los únicos pasajeros (aunque no debemos olvidar al conductor que nos lleva), se han apagado las pantallas y casi las luces
Hemos tenido suerte de dar con este lugar, que circula en silencio y por vías
Las luces se apagan y encendemos una cerilla
Nos vemos los rostros de noche
él
yo
fuera, todo oscuro, ni farolas, ni aullidos, aunque estrellas cubiertas por nubes
Sentimos un temblor nuevo o antiguo en un punto inconcreto del pecho
Y algo aparece
Porque las palabras se tensan hacia el otro, no son nada sin la promesa de la escucha
le digo
me dice
Aquí, antes, espera
Que exista la posibilidad
Que encontremos la abertura
Que viva.
Vivir sin la intuición de esos libros futuros -a menudo meras fantasías de contornos imprecisos- resultaría insoportable.
Mañana me voy, V. Colden