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Vacas y prados

 

 

Creo que durante mi infancia vi más vacas en las verdes praderas de mi tierra de las que hubiera deseado. En aquellos tiempos la provincia de Santander, que aún no era conocida como Cantabria ni tenía como jefe de aldea gala irreductible a Miguel Ángel Revilla, la vaca, en sus avatares autóctonos y afuerinos, era omnipresente, un auténtico tótem. No sólo había muchas más vacas que personas, sino que estos bóvidos constituían la columna vertebral de la vida económica y social de mi tierra. El Mercado Nacional de Ganados hacía las veces de bolsa de valores de la región y los ecos de sociedad más leídos eran la columna del diario Alerta titulada “Vacas  y prados” de la que tomo prestado el título de este artículo.

 

Los antepasados de las actuales especies de las vacas fueron domesticados en el Creciente Fértil en pleno Neolítico, desde donde fueron llevados a prácticamente todo el planeta, pues hay pocas historias de adaptación exitosa a diferentes ecosistemas y climas como el de la vaca. En estas líneas nos concentraremos en las diferentes maneras de llamar a este bóvido. Por sus especiales características de encuentro y fusión de lenguas indoeuropeas y semíticas, la Península Ibérica conserva recuerdos de todos esos estratos lingüísticos en el campo semántico de la nomenclatura de las vacas y de sus cosas.

 

Rómulo unció una vaca y un buey para arar el surco que delimitaría el pomerium o recinto sagrado de la futura Roma, en la primera gran alianza bovina de la historia a través de un yugo. Entre los antiguos griegos la palabra presbys (de la que proceden nuestros “presbítero”, “présbite” y “presbicia”), “viejo”. ¿Cuál es la etimología de presbys? Pues pres-, “delante de” y bous, “vaca”, “buey”, ergo “el que guía el rebaño”, “el que dirige la yunta de bueyes”. Vacuna viene del latín vaccinus, pues para prevenir la viruela se inoculaba a los pacientes el virus de la viruela del ganado vacuno. Del francés nos llegó bachiller, que acabó designando al grado universitario más elemental, pero que en sus orígenes era una manera de llamar al joven caballero en periodo de prácticas y más tarde a los solteros en general, pero estas dos acepciones no pasaron con la palabra al castellano. La etimología de bacheler, bachelier, no está del todo clara, pero hay una pista bovina muy sugerente. La palabra podría proceder del latín baccalarius, un vasallo o siervo sin tierras propias que se ocupaba de cuidar una baccalaria o zona de pastos. Un lugar para las baccae, las vacas. Un bustrofedón es una figura retórica que se inspira en las vueltas que da una yunta de bueyes al arar un surco (bou + strofe + don); de la misma raíz griega bous tenemos hecatombe, el sacrificio de cien bueyes para aplacar a los dioses en periodos de suprema necesidad. Y el Bósforo de nuestras entretelas no significa otra cosa que “el paso de la vaca”, por muy mitológica que sea esta.

 

Los árabes no conocían los bóvidos en sus áridas tierras de origen, por tanto adoptaron el nombre de la vaca de las poblaciones semíticas con las que primero entraron en contacto. La segunda azora del Corán es denominada con ese nombre, Al-Baqara. En castellano tenemos varios arabismos que a veces nos ocultan su origen etimológico. Barbacana es “la puerta de la vaca” (Bab al-baqara); por esas puertas se comunicaba la alcazaba o fortaleza con la albacara, el pequeño recinto amurallado para guardar el ganado vacuno para poder abastecer de carne a la ciudad en caso de asedio. En el Mediterráneo y en Portugal se denomina albacora a un tipo de pez de la familia del atún que tiene la carne más blanca que el bonito. El nombre podría venirle de que es muy grande. Como una vaca. El DRAE nos informa de que del andalusí baqarí, “vacuno”, “propio de la vaca”, viene el nombre de algunos tipos de escudo o adarga hechos con esa piel. Por extensión vacarí ha acabado designando a aquellos objetos realizados con cuero de vaca o cubiertos de este tipo de cuero. Vacas griegas, vacas romanas, vacas árabes, vacas españolas y santanderinas. Una vaca es una vaca es una vaca.

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