No es lo mismo una plaza vacía que una plaza deshabitada. Lo pienso al ver las fotografías que muestran los periódicos durante la cuarentena. Las imágenes tienen mucha fuerza, pero no me resultan tan atractivas como las de edificios abandonados o pueblos erosionados por el paso del tiempo. Porque no nos cuentan la historia de lo que pasó, sino de lo que no está pudiendo pasar.
Todos están en sus casas, así que las ciudades se han quedado solas. Internet es ahora la plaza en la que pasamos el rato, y ya no tiene sentido preguntarse quién es él ni a qué dedica el tiempo libre. Porque son muy pocos los que no están al tanto del día a día ajeno.
Unos aplauden, otros recitan versos, otros guardan silencio; otros leen, otros escriben, otros desdeñan lo que se lee y se escribe; otros hacen pilates en el salón, otros hacen pesas con botellas de aceite de oliva; otros ven política por todas partes, otros no tienen conexión a internet; otros caen en la cuenta de que forman parte de un grupo de riesgo, otros fingen no preocuparse, otros se preocupan por los que fingen no preocuparse.
Cada uno lleva la cuarentena como puede, que es lo que hemos hecho siempre con la vida. Llevábamos mucho tiempo sin que nos recordasen que estamos a merced del caos del universo, así que tampoco es cuestión de ponernos estupendos con el modo que tiene cada uno de afrontar el estado de alarma.
En mi caso, pensé que aprovecharía para hacer lo que no hacía antes. ¡Qué ingenuidad! Si tengo que seguir cumpliendo con mis obligaciones. Y encima, durante mi tiempo libre, compruebo que el encerramiento promueve la volubilidad de mi espíritu: tardo muy poco en querer hacer otra cosa, y con la misma rapidez me preocupo y me despreocupo. ¡Qué difícil es ser la misma persona más de una hora seguida!
Supongo que el ritmo de mis contradicciones se reducirá cuando todo esto termine. Aunque eso no me preocupa tanto como otras cosas, claro. Además, mañana probablemente cambie de idea; igual me considero equilibrado y constante, quién sabe. Lo único que prevalece, a pesar de la incertidumbre, es el deseo de que los periódicos vuelvan pronto a mostrar plazas repletas gente, aunque estemos hasta arriba de contradicciones.