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Valle-Inclán, Harry Houdini y el hombre que tenía rayos X en los ojos

En aquel tiempo Ramón María del Valle-Inclán tenía todavía la barba negra y Harry Houdini iba perfectamente rasurado. Ciertamente coincidían en pocas cosas y cuando ambos se enfrentaron a un mismo enigma reaccionaron de manera muy distinta. El enigma fue el llamado caso Argamasilla, un joven español que aseguraba poseer visión de rayos X, de manera que podía ver a través de los cuerpos opacos.

 

Vallé terció en la polémica en 1923 y Houdini la zanjó en 1924. Aunque incomprensiblemente sus coletazos persistieron en España tiempo después. Pero comencemos por el principio. ¿Quién era Argamasilla? O para ser más precisos ¿quién era Joaquín de Argamasilla de la Cerda y Elio? Responder a esta  pregunta implica referirse a su padre, que desempeñó un papel determinante en el asunto. El padre se llamaba Joaquín Argamasilla de la Cerda y Bayona. Procedía de una familia tradicionalista y había rehabilitado cuatro años antes el título de Marqués de Santa Cara. Era  buen amigo de Valle-Inclán con el que le unían dos extravagantes afinidades: El carlismo y el ocultismo. Empecemos por la primera. A principios del siglo XX, el marqués  inició una carrera  política en las filas del Partido Carlista que resultó un fiasco. Reflejó su decepción en una novela de aliento modernista titulada El yelmo roto (1). En ella aborda el declive de la aristocracia, cuyos valores y estilo de vida se desvanecen en el ambiente cosmopolita del París del primer año del entonces nuevo siglo XX.

 

La atmósfera libre y decadente  de la novela sedujo a Valle, que aceptó escribir el prólogo. Una atmósfera determinada por la atracción de lo prohibido, las transgresiones, la libertad sexual, el apego a las drogas que guardaba en su fondo la amargura infinita de todos los desengaños. Así lo escribió en el prólogo. Las últimas líneas de la novela pueden ofrecer una idea del horizonte imposible y gaseoso al que se abre el final del libro, con cierta tendencia al folletín. Mis ojos, áridos de llanto y abrasados de fiebre, siguen al barco que camina en demanda del mar. Sobre su este la pasa el reflejo sangriento de los fanales de popa y avante el reflector ilumina su ruta rasgando a ráfagas las tinieblas.

 

Es probable que a Valle le atrajera el personaje del marqués por encima de la novela que había escrito. En el universo crepuscular del marqués identificaba a grandes trazos el mundo que aspiraba a representar en sus Sonatas. En el carácter, comportamiento y actitudes del carlista reconocía la decepción, la conciencia de la inutilidad, el orbe desolado, el fino sentimentalismo, el desarraigo en el tiempo, la incomodidad frente a la realidad política y social, que se convertirían en los trazos maestros de su personaje Bradomín.

 

 

Descubrimiento de la Metasomoscopia

 

Durante los años que siguieron a la publicación de su novela, el Marqués de Santa Cara se interesó por el espiritismo. Junto al Conde de Gimeno fundó, en 1920, la Sociedad Española de Estudios Metapsíquicas. Valle compartía la sugestión por el tema. Se sentía afín a las corrientes mística y gnóstica que a través del romanticismo alemán derivaron hacia el ocultismo. Le atraían las doctrinas espiritualistas porque reaccionaban frente al positivismo y el materialismo. Estos sistemas filosóficos, no lo olvidemos, al aplicarse al arte y la literatura, habían inspirado un realismo y un naturalismo que detestaba. Al igual que los simbolistas, convirtió las creencias esotéricas en el fundamento de su estética, plasmada en los ensayos de La lámpara maravillosa (2), que precisamente dedicó al marqués de Santa Cara, y en los poemas de El viajero.

 

Las convicciones espiritistas de Santa Cara no obedecían a motivaciones estéticas, como sucedía en Valle. En modo alguno el marqués desdeñaba los aspectos experimentales. Aquel carlista desengañado se convirtió en un investigador entusiasta de los fenómenos psíquicos, las manifestaciones supranormales, lo maravilloso y lo inexplicable que contraponía a las limitaciones del pensamiento científico. Estudiaba fenómenos como la lucidez mediúmnica, el hipnotismo, la telepatía, la clarividencia, la percepción extranormal. Experimentaba en su propio hijo, Joaquín Argamasilla de la Cerda y Elio, que por entonces tenía diecisiete años. En noviembre de 1922 descubrió en él una nueva facultad humana a la que denominó metasomoscopia. Consistía en la visión a través de ciertos cuerpos opacos.

 

La suerte me favoreció encontrando en mi familia el sujeto más apto que he hallado para el ejercicio de facultad tan extraña, escribe con desparpajo en un libro, Un tanteo en el misterio (Ensayo experimental sobre la lucidez sonambúlica) (3), publicado hacia 1923. Al final de esta obra el marqués de Santa Cara incluye un apéndice en el que da cuenta de su descubrimiento y describe las condiciones precisas para reproducir el fenómeno. Los requisitos son cinco. El sujeto ha de estar aislado totalmente de la luz, mediante una venda que cubra sus ojos y unos pedazos de guata que bloqueen totalmente sus párpados. Ha de estar situado de espaldas a la fuente de luz, de manera que la luz se proyecte sobre la superficie de la caja cuyo interior debe percibir. En tercer lugar la caja ha de moverse hasta lograr un punto desde el cual se produzca el enfoque acertado. Los objetos que ha de percibir deben situarse en un mismo plano. Por último el espesor de la caja dependerá del material. La plata y, sobre todo el oro, permiten un mayor grosor que la madera, la ebonita o el cuero. Los materiales aislantes, malos conductores de la electricidad, como la porcelana o el cristal, no permiten la visión. Curiosamente el papel tampoco. Y hace notar que si se interpone una hoja de papel de seda la visión se interrumpe.

 

¿Cómo se desarrolla la experiencia? Enumeraré los detalles. Argamasilla hijo tiene los ojos vedados. Sostiene en sus manos una caja. En ella se ha introducido un escrito. Coloca la caja a la altura de la cabeza. La mueve hasta ajustar la distancia exacta, el enfoque, para que su vista penetre en el interior. De repente ve el escrito y empieza a leerlo, sin dejar de efectuar movimientos transversales o perpendiculares, para poder abarcarlo en su totalidad.

 

Argamasilla padre organizó algunas sesiones ante un público proclive al espiritismo. Entre los asiduos se encontraban el ingeniero Manuel Maluquer, el escritor y diplomático mexicano Francisco A. de Icaza y el notario Cándido Casanueva, que daba fe de lo sucedido. El también ingeniero Joaquín Menendez Ormaza publicó en el diario El Imparcial una serie de artículos que recogió posteriormente el libro La luz negra o la visión al través de los cuerpos opacos. Historia del asunto, seguida de un estudio sin pretensiones… conocimientos referentes a la moderna Metafísica (4). Cuenta cómo Argamasilla hijo fue capaz de hacer una lectura exacta de una hoja de un Tratado de Derecho Romano que el notario Casanueva había arrancado en su domicilio e introducido en una caja que cerró herméticamente. Poco después, el propio Menéndez  Ormaza, desgarró otra hoja, esta vez del Poema de Mío Cid y la depositó en una caja de metal. El joven Argamasilla declamó los versos y, también, una tercera hoja, cortada del Quijote por el mexicano Icaza.

 

 

Teoría de Maluquer y explicación de Valle-Inclán

 

En su obra, Menéndez Ormaza extracta un informe del ingeniero Maluquer que ofrece una explicación del fenómeno. Tras descartar  la posibilidad de la visión hipnótica, o de la visión a través de la piel, Maluquer se remite a la convicción del físico Augustin Charpentier (1852–1916) de que el hombre es una perpetua fuente de radiación e impresiona de él todo lo que vive, todo lo que existe. Carpentier creía haber descubierto  la existencia de radiaciones especiales –los rayos N– que producen los centros nerviosos del organismo y, especialmente, la frente. Posteriormente el doctor Luys y David denominaron a tales radiaciones la luz del cerebro o luz negra y aseguraron haber logrado registrarlas en una placa fotográfica. 

 

Para Maluquer los rayos de luz negra atraviesan los cuerpos opacos, al igual que los rayos X. Como se reflejan y refractan, son capaces de iluminar los escritos y regresar al cerebro, en forma de imágenes, que la retina transforma en corriente nerviosa. Su intensidad es débil, de manera que es necesario excitar la sensibilidad del cerebro, es decir, acentuar una función que se ejecuta constantemente de manera inapreciable. Al cerrar los ojos es posible ver con estos rayos en la oscuridad, valiéndose exclusivamente de los rayos negros para la visión. La conclusión es una paradoja: Para percibir el fenómeno, para ver a través de los cuerpos opacos, es preciso cerrar los ojos.

 

Esta explicación pretendidamente científica de Maluquer es casi tan imaginativa como la que ofreció Valle-Inclán. Según Julio Caro Baroja las tertulias madrileñas se dividieron entre argamasillistas y antiargamasillistas. Valle-Inclán asistió a una o varias de estas experiencias y terció en el asunto, alineándose con el bando de su viejo amigo el marqués carlista. A su entender el joven Argamasilla veía a través de las paredes de la caja porque era capaz de doblar la mirada e introducirla por la finísima rendija de la tapa como si se tratara de una hoja flexible de acero, que una vez dentro se apropiaba de la imagen, se doblaba de nuevo y regresaba hasta el vidente.

 

 

El doctor Lafora reclama rigor a los prodigios

 

Hasta ese momento no existía polémica. La polémica sobre la llamada metasomoscopia se desencadenó tras la intervención del doctor Gonzalo Rodríguez Lafora, un brillante neurólogo y psiquiatra, formado por Ramón y Cajal, que había ampliado sus estudios en Alemania, en Francia  y en el Hospital mental de Washington. En Estados Unidos describió una dolencia de origen genético que causa una progresiva demencia, acompañada de ceguera y acaba provocando la muerte. Hoy día se conoce como  enfermedad de Lafora. A su regreso a España en 1912 se incorporó al laboratorio de fisiología experimental del sistema nervioso con Cajal y, años después, fundó la revista Archivos de Neurobiología, el Instituto Médico-Pedagógico y el Sanatorio Neuropático de Carabanchel. Contribuyó al conocimiento del psicoanálisis en los países de lengua española, desde una perspectiva crítica respecto a algunas de las teorías de Freud. Fue  autor de tres centenares de trabajos de investigación, con contribuciones importantes sobre psicopatología, psicología jurídica, senilidad, neurosífilis y sobre el sueño. Ligado a las empresas culturales de Ortega y Gasset, desarrolló una rigurosa labor divulgativa y pedagógica en la prensa que le obligó a mantener agrias controversias. En 1918 inició su colaboración en el diario El Sol. Dedicó numerosos artículos sobre las supuestas manifestaciones de fuerzas ocultas o poderes excepcionales, aplicando los métodos de observación empírica. Algunos de estos trabajos fueron recogidos en libro (5) con el título Espiritismo, videncia y engaño.

 

En enero de 1924 publicó dos artículos en el diario El Sol sobre la visión a través de los cuerpos opacos en los que, tras analizar las distintas explicaciones propuestas del fenómeno, las desechaba porque ninguna demostraba de manera evidente y rigurosa desde el punto de vista científico que los hechos propuestos eran auténticos.

 

 

La postura de Salvador de Madariaga

 

Sus detractores dieron la vuelta a este argumento. Las distintas réplicas a su artículo le reprochaban su escepticismo ante nuevos fenómenos que no sabía explicar. Salvador de Madariaga, en el mismo periódico, planteaba varias cuestiones en este mismo sentido. La convicción científica, decía, no implica la verificación personal de un hecho. No puede rechazarse un hecho porque altere o modifique nuestras ideas adquiridas. Hay hechos metafísicos que están avalados por personas de gran solvencia científica. Aunque se demostrase que los prestidigitadores e ilusionistas pueden provocar esos mismos fenómenos, no significa que tales fenómenos no puedan producirse por procedimientos puramente metafísicos. Aseguraba que algunos de estos fenómenos no pueden ser reproducidos e imitados. Y acababa sus observaciones afirmando que los estudios metapsíquicos revelan modos de funcionamientos que no están en contradicción, sino que armonizan con las leyes biológicas y psicológicas.

 

Si se analizan detenidamente tales argumentos nos encontramos en un callejón sin salida, pues nos obligaría a aceptar la realidad de cualquier hecho que por novedoso y distinto no podemos explicar con el estado actual de nuestros conocimientos. Lafora no se negaba a admitir ninguna nueva evidencia, pero exigía que su existencia fuera demostrada en las condiciones experimentales adecuadas. En abril de 1923 se había constituido, por iniciativa de la Reina María Cristina, una comisión para estudiar el caso, presidida por Ramón y Cajal, de la que formaban parte el físico Blas Cabrera, el fisiólogo Juan Negrín, el oculista Márquez, el histólogo Tello, el cardiólogo Calandre y el propio Lafora en su condición de neurólogo y psiquiatra.

 

Santa Cara y su hijo no se presentaron, lo cual no fue óbice para el marqués reprochara  a Lafora, en réplica publicada El Sol, no haber visto directamente nunca la facultad de su hijo. Afirmaba que el doctor confundía la visión a través de los cuerpos opacos con visiones mediúmnicas, aunque se trataba de un fenómeno puramente físico difícil de explicar por la Física moderna.

 

 

Avales del mundo científico

 

Con brío sorprendente, con una aparente convicción que no dejaba margen a la duda, el viejo carlista llevó a su hijo a París para que sometiera sus experiencias al examen del doctor Richet. Fue entonces cuando el caso adquirió una dimensión internacional.  Charles Robert Richet (París, 20 de agosto de 1850–París, 4 de febrero de 1935) era un eminente médico francés que demostró que la sangre de animales vacunados contra una infección protege contra la misma. Acuñó la palabra anafilaxia para describir los cambios que se operaban en los organismos humanos tras esta clase de tratamientos eficaces para el tratamiento de muchas enfermedades. Por ello obtuvo el Premio Nobel de Medicina en 1913.

 

Pero en Richet convivían dos almas. Era un hombre persuadido de la realidad de lo que denominaba metapsíquica, un término que cayó en desuso posteriormente, al ser sustituido por el de parapsicología. Richet escribió un voluminosísimo Tratado de Metapsíquica y un libro titulado El porvenir y la premonición. De ambos existe traducción española, publicada en aquellos años. Por una parte era una persona que deseaba creer en esta clase de fenómenos. Por otra era un científico prestigioso, catedrático de Fisiología y profesor de la Sorbona, miembro del Instituto de Francia, presidente de la Sociedad de Biología y, como ya he indicado, Premio Nobel de Medicina. La persona idónea para respaldar los proyectos del Marqués de Santa Cara.

 

Richet quedó complemente convencido de la lucidez del joven Argamasilla. Sus poderes le parecían  maravillosos, creía ver en ellos un nuevo horizonte para la ciencia, pues abrían la posibilidad de descubrir nuevos rayos. Llegó a declarar: Estamos en días de descubrir nuevos rayos. Nos encontramos en presencia de uno de los mayores descubrimientos de nuestros días.

 

Con su aval y el respaldo del médico espiritista Gustav Geley, el del físico inglés y estudioso del éter Oliver Lodge, con el refrendo de numerosos científicos españoles, el joven Argamasilla parece haber superado con garantía todas las pruebas que demostraban que efectivamente era capaz de ver a través de los objetos. La noticia llega   al otro lado del Atlántico y un promotor norteamericano formula al marqués de Santa Cara una interesante oferta para que su hijo realice una gira por las principales ciudades de Norteamérica dando a conocer públicamente sus asombrosas habilidades.

 

 

Argamasilla en Nueva York

 

En Nueva York es presentado como El hombre que tenía rayos X en los ojos. El ambiente ha sido calentado previamente por una campaña publicitaria. La expectación es enorme. La primera demostración se celebra en el Hotel Pensilvania. Entre el público se encuentra un hombre menudo, pero atlético, de ojos vivos, eléctricos, que se clavan en el escenario. Al describir la segunda demostración, el 9 de mayo de 1924, el enviado especial de New York Times recurre, una y otra vez, a símiles extraídos del mundo del boxeo. ¿Por qué? Alude a que la velada no se celebra en el Madison Square Garden. Califica la corpulencia de Argamasilla como la de un peso pesado. Le sitúa en un rincón de un imaginario cuadrilátero. Pero un combate de boxeo precisa al menos dos contendientes. ¿Quién es el oponente de Argamasilla? El periodista descubre a aquel hombre menudo, su figura diminuta, tensa, resuelta, en la que cree adivinar una fuerza grandiosa. Se trata de Harry Houdini, el ilusionista. Ha acudido allí impulsado por la sospecha que suscitó la primera actuación del español y ha lanzado su guante. No es la primera vez que desafía a las gentes que utilizan las técnicas de los ilusionistas para producir sorprendentes efectos, afirmando que tienen poderes especiales o sobrenaturales. ¿Cómo se desarrolló la velada?

 

Cuando Argamasilla llegó a Nueva York encarnaba un deseo: Atravesar sin estremecerse la barrera infranqueable de la materia, interrogar la médula de lo inanimado, hacer visible su interior invisible. ¿Por fin aquel deseo se vertería en la vida real? Mr. Davis, el representante brasileño que organizaba las demostraciones, le presentó como El hombre que tenía rayos X en los ojos. Venía de Europa, avalado por personalidades indiscutibles pertenecientes a la comunidad científica. El Nobel de Medicina Richet, el doctor Gustav Geley –discípulo de Charcot en el Hospital de la  Salpêtrière– e investigadores españoles de la talla del ingeniero Torres Quevedo, el físico Blas Cabrera o el ingeniero de montes y biólogo José María de Castellarnau.  Todos ellos habían asistido  a las sesiones en París y en Madrid, y garantizaban por escrito que Argamasilla “había superado todas las pruebas y había demostrado concluyentemente a su satisfacción que podía leer a través de metal”.

 

 

Clima espiritista

 

Llegaba en un momento propicio. ¿Cómo describir algo tan vigoroso y, a la vez, tan frágil como un estado de ánimo colectivo? Tras la primera guerra mundial se había producido un incremento de las creencias y prácticas espiritistas en Europa y Estados Unidos. El doctor Lafora, en su notable ensayo sobre el espiritismo, consideraba natural que esa multitud de parientes y deudos, agobiados por la tristeza de ver desaparecer para siempre tanto ser querido en plena flor de la vida, intentasen acogerse a una esperanza ideal, a una tendencia animista que les ofrecía la posibilidad de poder comunicarse de nuevo en la Tierra, con el ser querido, arrebatado por la crueldad de la guerra (6). El duelo generalizado explica el apasionado interés por el más allá o la existencia después de la muerte.

 

¿Justificaba también la creencia en facultades excepcionales que se mantenían en un plano estrictamente físico como sucedía con la visión a través de los cuerpos opacos? El marqués de Santa Cara sostenía que la metasomoscopia –recordemos que tal era el nombre con el que había bautizado al fenómeno– era una visión de carácter retiniana, alejada del plano astral por el que vagaban las elucubraciones de los ocultistas. Existía una corriente, denominada metapsíquica, que tenía un escrupuloso cuidado en diferenciarse del espiritismo. A los físicos, pues, correspondía desentrañar el portento.

 

El  clima que he descrito más arriba afectaba también a los círculos científicos en los que no era difícil encontrar una actitud benevolente hacia las creencias en las manifestaciones de energía psíquica desconocida y en la existencia de facultades humanas supranormales. Existía una reacción, en ocasiones no del todo consciente, contra el desencantamiento del mundo provocado por la ciencia a partir del  renacimiento y especialmente desde el  siglo de las luces.

 

En vano Lafora reclamaba rigor –el rigor de la ciencia– a la hora de estudiar esta clase de prodigios. Miguel Masriera, un excelente periodista científico, que escribía en La Vanguardia, trasmitía la alegría casi infantil con la que sesudos científicos saludaban el triunfo de la metasomoscopia. Los conocimientos del hombre provienen de los sentidos –clamaba uno de ellos, riéndose de su paradoja–. Tal era el axioma de la ciencia positivista, y he aquí un caso en que es necesario inutilizar el sentido para lograr la percepción (7). No menos risueño, el doctor Ureña levantaba los brazos al cielo y exclamaba: La ciencia se hunde. En unos años no quedará nada de ella. Torres Quevedo, más comedido, declaraba: Veo el fenómeno y constato su veracidad, pero no me lo explico. Esto es todo. Soy ingeniero, no físico.

 

 

Enfrentamiento en el Hotel Pennsylvania

 

En Nueva York, las primeras demostraciones tuvieron lugar en el Hotel Pennsylvania. Un hotel situado en la 7 ª Avenida. entre las calles 32 a 33 frente a la antigua estación de Penn. Allí tocaban, por entonces, Vicente López y su orquesta canciones como La última rosa del verano, Bing Bing o, tras el descubrimiento de la tumba de Tutankamon, Tut Music. Mr. Davis convocó a personalidades de todos los ámbitos para que sirvieran como testigos de la autenticidad de los hechos. La expectación era enorme.

 

Aquel día, el Pennsylvania, uno de los hoteles chic de Nueva York, no es frecuentado únicamente por los ricos. En la sala hay gentes de toda clase y condición atraídos por la extrañeza del fenómeno. Argamasilla está de pie, de espaldas a una ventana, por la que penetra la luz del sol. Entorna los ojos, y pasea la mirada por la multitud que ha pagado su entrada. Hasta él se acerca su padre. Mr. Davis está nervioso –le dice casi al oído–. Acaba de descubrir al prestidigitador Houdini entre el público.

 

El joven Argamasilla tarda en localizarle. Es un hombre menudo, aunque de aspecto enérgico. Sabe que este mago, ilusionista, al fin y al cabo un hacedor de trucos, ha dedicado una parte sustancial de su vida en descubrir las mistificaciones y fraudes de los falsos médiums y hechiceros. No lo puede comprender. Pero la realidad es que Houdini no admite que nadie pueda afirmar que realiza un prodigio sobrenatural, cuando él puede duplicar ese prodigio utilizando medios exclusivamente naturales. ¿Es condición suficiente para desechar la veracidad de los fenómenos que reproduce? Algunos consideran que en modo alguno. Admiten que Houdini ha adquirido un  conocimiento enciclopédico de las técnicas secretas de los prestidigitadores, lo que le permite remedar con experimentos convincentes las demostraciones de los espiritistas. Pero se resisten a creer que los espiritistas se valen de esta clase de procedimientos tramposos. Lo que Houdini hace con truco –sostienen en el filo de la lógica y del sentido común– los espiritistas lo llevan a cabo sin ninguna clase de manipulación. Sin embargo quienes son capaces de hacer estas disquisiciones son una minoría. Cuando Houdini emplaza a un médium en su punto de mira sus intervenciones son demoledoras y acaban situándole frente a  la decepción y el repudio de los espectadores. 

 

 

Houdini y los espiritistas

 

Esta actitud de Houdini asombra y, tal vez, desazona, a Argamasilla, pero no resultará sorprendente para quien dirija una mirada a la historia de la magia. En concreto a su desacralización. Fue en 1584 cuando un abogado llamado Reginald Scot publicó en Francia un libro titulado Descubrimiento de la brujería (8). Lo hizo por razones profesionales. Estaba harto de defender a pobres diablos que cuando ejecutaban maravillas por arte de magia, es decir mediante su destreza, ingenio y capacidad artística, eran acusados de valerse de fuerzas sobrenaturales en complicidad con el maligno. Scot había intervenido en numerosos procesos por brujería, adquiriendo la convicción de que las acusaciones contra magos y hechiceros eran injustificadas, pues se valían de medios naturales para realizar sus prodigios. Dedicó muchas horas a la observación de las actuaciones de prestigiadores, tropeleros, trashechadores jugadores de pasa pasa y de maese Coral. Así es como se llamaban por entonces a los ilusionistas. Describió y transcribió por escrito, por vez primera, las técnicas de las que se valían. Aquel libro ofrecía una información veraz sobre la magia. Su efecto fue contundente y duradero. Sirvió para que los magos se sacudieran cualquier relación con las fuerzas  sobrenaturales  y la magia se secularizara, convirtiéndose en una rama de las artes escénicas, basada en los efectos, la psicología, las tecnologías del  espectáculo.

 

Nada tiene de extraño que Houdini pusiera sus conocimientos y sabiduría al servicio de la búsqueda de la verdad. Seguía la estela de Scot y de los magos posteriores. En el siglo de las luces los magos se presentaban como profesores de física y llamaban a su magia física recreativa. De este modo se convirtieron en los auténticos difusores de las ciencias entre las gentes que las ignoraban, que eran casi todas. Houdini no se cansaba de repetir, aunque pudiera perjudicar a su fama, que sus extraordinarios prodigios –como librarse de esposas y cadenas, evadirse de celdas herméticamente cerradas, de tumbas o de acuarios– no eran imposibles para el esfuerzo humano. Eran el fruto de años de estudio minucioso de la percepción, la atención y el funcionamiento del cuerpo y de los sentidos. 

 

Ahora, aquel hombre que no creía en los milagros, que había dilucidado una por una las pretendidas manifestaciones espiritistas y desenmascarado a los supuestos médiums, le observaba fijamente, con ojos en los que solo había dureza, sin mirada. Cuando la madre de Houdini murió estos embaucadores se ofrecieron para ponerle en contacto con ella en el otro mundo. Al fin, uno de ellos le entregó un mensaje. Estaba escrito en inglés, un idioma que su madre desconocía. Ella se expresaba en una particular koiné, una mezcla de yidisch, alemán y húngaro. De esta manera Houdini descubrió el fraude y decidió evitar que otros bribones sorprendieran la credulidad de las gentes y se aprovecharan de su ingenuidad.

 

¿El periodista de New York Times que escribió la crónica de aquel día percibió el desafío de aquella mirada? La proximidad  del Hotel Pennsylvania al Madison Square Garden le inspira la metáfora de un combate de boxeo. Un combate que podemos reproducir en nuestro imaginario. Argamasilla es un joven corpulento, un auténtico peso pesado. En la báscula Houdini hubiera marcado el peso de la categoría pluma o, como mucho, ligero, pero en su pequeño cuerpo se concentraba una energía indomable, que le había permitido dejar fuera de combate a varios espiritistas y embaucadores.

 

Estamos en la primavera de 1924. También la primavera está presente en la sala, a través de la luz que penetra por la ventana abierta. Argamasilla se ha sentado en el alféizar, con los ojos vendados. Levanta hasta sus ojos una caja de metal, plateada, y lee en su interior el nombre de E. Hendrickson. Seguidamente lee la palabra japonesa Munehira, omitiendo la e. Después solicita al público un reloj de cadena, provisto de una tapa. Previamente indica a los espectadores que coloquen las manecillas como les venga en gana, marcando la hora que quieran. Cuando han cerrado la tapa, lo toma en su mano, lo agita unos instantes y adivina la hora marcada.

 

 

Houdini descubre los trucos

 

Houdini no ha perdido de vista ninguno de los movimientos de Argamasilla. Se ha fijado en que mantiene el reloj horizontalmente entre los dedos índice y pulgar un instante. Luego lo eleva hasta situarlo frente a su rostro en posición vertical y lo hace descender de nuevo, recuperando la posición horizontal, pero sosteniéndolo esta vez de manera distinta, de forma que el pulgar se sitúa sobre el resorte de abrir la caja y el resto de los dedos lo sujetan por la parte de la esfera. Houdini se da cuenta que esta hábil maniobra permite a Argamasilla oprimir el resorte con el pulgar para que la esfera se abra un poco. ¿Qué sentido tienen los movimientos de alejamiento y acercamiento? Son los que le facilitan enfocar el interior del reloj para ver la hora a través de la mínima abertura. Tras lograrlo, devuelve el reloj a la posición inicial, pero no interrumpe los movimientos de enfoque. Continúa ejercitándolos largo rato, aunque ya no sirven para nada. Sólo se detiene cuando juzga que ha pasado tiempo bastante para que los espectadores hayan olvidado sus movimientos iniciales. Sólo entonces anuncia la hora.

 

Houdini se fija, también, en los movimientos que hace Argamasilla con la cabeza. De arriba abajo. De abajo arriba. De ese modo levanta los párpados cubiertos con algodones y, al bajar la vista, puede ver a través de la separación de la venda y el rostro. Son prácticas sutiles, que exigen una gran soltura y naturalidad y, como tales, requieren entrenamiento.  

 

Sin dudarlo, Houdini interrumpe la sesión. Afirma que apuesta 5 contra 1 a que puede reproducir cada uno de los efectos que ejecuta Argamasilla. El reto provoca un gran tumulto en la sala y Mr. Davis acude en ayuda de su representado. Declara que Houdini  actúa de mala fe y que no está dispuesto a aceptar un desafío en tales condiciones. Entonces Houdini se levanta y señala a Argamasilla. ¿Visión sobrenatural? –ironiza–. Este chico no ve a través del metal. Las adivinaciones que hace responden a un truco. Exijo que reconozca que tiene truco.

 

Fueron varias las sesiones en las que Houdini continuó acechando a Argamasilla. En la que se celebró en el Newspaper Feature Syndicate (Sindicato de la Prensa) se colocó a su izquierda y pudo percibir cómo abría fugazmente el reloj. Se había percatado de que Argamasilla tenía por norma ubicarse cerca de una ventana. Esta posición no sólo le permitía una buena iluminación sobre los objetos a manipular sino también mantener a los observadores controlados y de frente. Por otra parte, el vendaje que utilizaba podía impresionar a un profano, pero no a un mago experimentado como Houdini, que conocía más de una técnica para echar una ojeada subrepticiamente por debajo de éste o cualquier otro vendaje más complejo.

 

En un folleto (9) que publicó referido al caso Argamasilla (Houdini exposes the tricks used by the Boston medium «Margery» to win the $2500 prize offered by the Scientific American: Also a complete exposure of Argamasilla, the famous Spaniard who baffled noted scientists of Europe and America, with his claim to X-ray vision), Houdini dibujó la posible configuración de las cajas para permitir, a través de una rendija, el paso de la luz y, en consecuencia, la visión directa del interior. Los cierres metálicos permitían la movilidad suficiente para levantar un ángulo de la tapa o desplazar la corredera. Argamasilla sólo lograba descifrar los textos ocultos cuando utilizaba sus propias cajas metálicas. Houdini logró reproducir su diseño y los movimientos y maniobras con los que las manipulaba de manera que consiguió reproducir sus efectos públicamente.

 

 

Difícil regreso

 

Padre e hijo regresaron rápidamente a España. Podemos pensar que lo hicieron con prudente reserva, tentando una salida discreta tras el descubrimiento del fraude. Pero no fue así. Sorprende que volvieran aureolados por el éxito. Para una parte de la prensa española, Houdini había sido el gran derrotado. El sábado 24 de mayo de 1924, el periódico La Época (10) titula: El éxito en Nueva York de don Joaquín Argamasilla. La noticia se hace eco de la crónica de Nueva York, escrita por Miguel de Zárraga y publicada en el diario ABC, en la que se afirma que “Houdini apostó 5000 dólares a que hacía lo mismo que nuestro compatriota y, a pesar de los subterfugios que utilizó, perdió la apuesta”. Zárraga abandonaría aproximadamente un año después la corresponsalía para ejercer como profesor en Vermont, en la Universidad de Middlebury. Con la llegada del sonoro trabajaría  en la  adaptación al castellano, para las versiones españolas, de las películas de la MGM y de la Fox.

 

Resultaba una quimera ocultar la verdad durante mucho tiempo. Sin embargo muchas personas en España habían comprometido su palabra y su reputación, en defensa de la metasomoscopia y no parecían dispuestos a dar su brazo a torcer. Tras el descubrimiento del fraude, la discusión fue más agria y violenta. La ausencia de argumentos sólo dejaba libre una salida: la desautorización del contrario. Houdini se convirtió en el blanco de sus ataques. Un caso representativo es el de Antonio Zozaya, escritor próximo a Giner de los Ríos, fundador de la Biblioteca Económica Filosófica. En artículo publicado en La Esfera (12) el 19 de septiembre de 1925 afirma no sentirse competente para entrar en el fondo de la discusión, pero sí nos parece, y hemos de consignarlo sin ambages, que el menos indicado para comprobar hechos en apariencia maravillosos es un profesional de la taumaturgia. Acostumbrado a introducir en sus experiencias el fraude escénico, ¿cómo se librará de esta inclinación en frente de hechos en que toda sofisticación es merecedora de censura?

 

La desinformación de Zozaya, hombre por demás encantador y bienintencionado, le conduce al prejuicio. Precisamente Houdini llevaba muchos años estudiando toda clase de fenómenos paranormales y había formado parte de dos relevantes comisiones de investigación promovidas por publicaciones de carácter científico como Scientific American o el Journal of Anormal and Social Psychology. Era la persona adecuada para examinar esta clase de manifestaciones.

 

A su regreso a España, el Marqués de Santa Cara se prodigó en la prensa para insistir en la veracidad de su descubrimiento. En algún caso se le escapa cierto detalle significativo. En la entrevista que concede a Masriera en su casa de la calle Españoleto de Madrid  afirma que las excelentes cualidades telepáticas de su hijo le permiten con la baraja, por ejemplo, hacer juegos maravillosos (11). Es decir que Argamasilla hijo era aficionado al ilusionismo y, en concreto, a la cartomagia. Un detalle que pasa inadvertido, pero que, a mi juicio, tiene su importancia.

 

 

Polémica ideológica, polémica sin fin

 

A pesar de que en el conjunto de los países civilizados el caso Argamasilla se convirtió en sinónimo de superchería, en España la polémica arrecia a principios de 1926. Será el año en el que morirá Houdini tras recibir un puñetazo en el abdomen, que le pilló desprevenido y le provocó una peritonitis. Unos meses antes el doctor Lafora publica tres artículos en el diario El Sol que constituyen una mise au point del asunto. Tras resumir los argumentos de Houdini, Lafora propone realizar las pruebas de una manera controlada sin permitir al vidente tener en las manos los objetos cuyo interior quiere visualizar, evitando así manipulaciones (13). Propone fabricar una docena de cajas perfectamente herméticas, controladas en todo momento por los observadores, para realizar los experimentos.

 

Su diagnóstico sobre la responsabilidad de Argamasilla hijo desarrolla toda una teoría psicológica sobre la videncia. ¿Se trata de un megalómano? ¿De alguien capaz de burlar la buena fe de las personas? Para Lafora la actitud del muchacho es disculpable. Pone el acento en su padre, a quien le consume una atracción que califica de exaltada por los fenómenos metapsíquicos. Su hijo ha vivido inmerso en ese ambiente desde niño, oyendo hablar de fenómenos supranormales y de la posibilidad de transposición de los sentidos. Ha asistido a cientos de sesiones y ensayos hipnóticos y, tal vez, aventura, ha sido sometido a ellos. Si tenemos en cuenta estos antecedentes podemos imaginar su reacción cuando su padre, en plena adolescencia, pretendió desarrollar en él una nueva facultad visual. Nada tiene de extraño que se sugestionara y creyera ver con los ojos, lo que realiza sólo con ellos.

 

Las réplicas a Lafora se multiplican. Santa Cara, su hijo, un grupo de doce profesores del Instituto Médico y Oftalmológico, el ingeniero Méndez Ormaza, varios académicos de ciencias, Valle-Inclán nuevamente. ¿Se puede hablar de un lobby que defiende a los Argamasillas en contra de la evidencia? En cierto modo así es. Aunque se trata de un lobby heterogéneo. Unos le defienden por amistad, como Valle-Inclán. Otros porque han comprometido su prestigio y se sentirían ridículos al reconocer su error. Los argumentos se repiten. Coinciden en desautorizar a Lafora que no ha visto lo que ellos si han visto y pretende negarlo.

 

En cierto modo, Valle-Inclán insiste en este mismo argumento, aunque con más gracia.  Por lo visto –escribe Lafora a propósito de unas declaraciones del escritor en El Imparcialel señor Valle-Inclán cree que somos tontos los que al ver a un hábil prestidigitador japonés pescar un pez vivo entre el auditorio, o convertir unos huevos en polluelos bajo un sombrero, o hacer cualquier otra habilidad ilusionista, no averiguamos el truco empleado.

 

No. Yo no creo que sean tontos los que no averiguan el truco de un juego de manos. –replica Valle-Inclán en el mismo periódico–. Los tontos son los que, sin haber visto una experiencia, se empeñan en explicarla.

 

El redactor le pregunta entonces si cree que la explicación de Lafora es aceptable. La respuesta de Valle es imaginativa, divertida. El escritor se distancia de los argumentos más convencionales de sus compañeros de polémica: No. El señor Lafora está diciendo una porción de puerilidades… Hoy, por ejemplo, exhibe con aire triunfal la carta de un señor que dice que ha presenciado la experiencia y cuenta, con tono escéptico, que Argamasilla vio una línea de color violeta en un objeto colocado en el fondo de la caja. Pues bien, este hecho destruye esa teoría de la rendija defendida por el señor Lafora. Si Argamasilla hubiera mirado por una rendija, aunque ésta fuera muy amplia, un objeto de color violeta en una caja que estaba, según cuentan, plenamente iluminada por el sol, el objeto le habría parecido negro… Eso lo sabe cualquier pintor. Es muy extraño que un doctor no lo sepa.(13)

 

 

El dictamen de Negrín

 

Intuyo que el doctor Lafora debió sentir en aquellos momentos cierta soledad. En uno de los artículos hace alusión a ciertas personas que tras asistir a las demostraciones de Argamasilla, le han comunicado en privado sus observaciones sobre la falsedad de lo que ha visto. Les pide con cierto dramatismo, que las hagan públicas. Los tapados resultaron ser el escritor y periodista Luis Araquistain y el doctor Negrín. Araquistaín enumera en un artículo (14) las conclusiones de ambos tras asistir al fenómeno.  Presencié el experimento en compañía del doctor Negrín, de unos cuantos amigos del joven señor Argamasilla y de su padre, el marqués de Santa Clara. Confiesa que la primera prueba le dejó estupefacto: En una de las cajas metálicas que usa el señor Argamasilla habíamos metido Negrín y yo un recorte de periódico. Como de costumbre Argamasilla colocó dos algodones sobre sus ojos y envolvió la cabeza en una venda. Cogió la caja que le dábamos, bien clausurada, y comenzó a enfocarla por la arista del cierre, situado en el centro. La apartó y la acercó al rostro repetidas veces, la ladeó en diferentes sentidos y al cabo de unos instantes de angustiosa espera, leyó unas cuantas líneas del recorte. Abrimos la caja, y cotejado lo leído con lo impreso, resultó que era idéntico. La prueba se repitió otra vez con el mismo éxito. El hecho era indiscutible. El señor Argamasilla leía dentro de una caja cerrada con llave.


Pero el doctor Negrín seguía desconfiando y reclamó que se hiciera una tercera prueba. Aún diciéndose fatigado, el señor Argamasilla accedió gentilmente a lo que se le pedía. Nos retiramos de nuevo Negrín y yo al cuarto contiguo donde hacíamos la preparación de la caja […] sacó una tarjeta de visita con un nombre en el centro; escribió una dirección con letra bastante grande, e imitando la de imprenta, en el borde inferior y me dijo con su gravedad característica:
Verá usted como no lee lo que he escrito.
En efecto: el señor Argamasilla leyó el nombre impreso pero no la dirección manuscrita, a la cual no hizo ninguna referencia
.

 

La conclusión de Araquistain es de una ingeniosa ironía: El señor Argamasilla ve bastante bien en los cuerpos opacos y todavía mal a través de los cuerpos opacos.

 

A pesar de la defensa numantina que hicieron de sus actividades, puestas e tela de juicio, los Argamasilla perdieron su crédito y se vieron forzados a renunciar a sus pretensiones.  Nunca llegaron a reconocer el fraude en el que habían incurrido, pero Argamasilla hijo dejó caer aquí allá que sus poderes disminuían paulatinamente. Un día confesó que se habían eclipsado por completo.

 

¿Qué fue de el? ¿Qué fue de su padre? Tras su desenmascaramiento la actividad de Santa Cara se encauzó hacia la política. Publicó un libro cuyo título producirá desasosiego a quien conozca sus antecedentes: En honor de la verdad (15). Pero no trata de su propia vida. Es una defensa apasionada, en él todo era apasionado, de la dictadura de Primo de Rivera. Con el general tal vez le unía el espiritismo. Primo había sido fundador en Sevilla de la segunda sociedad espiritista organizada en España.

 

Durante la última década de su vida –moriría en 1940– Santa Cara elaboró una versión castiza del antisemitismo, que había alcanzado su cota máxima en la Alemania de Hitler. A su juicio existía una revolución mundial, cuya trayectoria conducía a la barbarie, de la que la sinagoga era la entidad directiva.

 

El joven Argamasilla, cuyos poderes se habían eclipsado, siguió toda su vida vinculado al mundo del espectáculo. Tras la guerra civil se incorporó a la vicesecretaría de Educación Popular, el organismo encargado del propagación del modelo ideológico y cultural del partido único. Dirigió la sección de la que dependía la censura teatral y cinematográfica. Con los años llegó a ser director general de Cinematografía.

 

El resto de los protagonistas de esta historia siguieron variados caminos. Valle- Inclán murió antes de que se produjera la tragedia. Torres Quevedo y Amalio Gimeno en Madrid, el primer año de la guerra civil. Castellarnau en Segovia, poco después, en el 43. Lafora, Madariaga, Araquistaín, Negrín, Zozaya, Blas Cabrera, marcharon al exilio. Houdini, como ya he indicado, murió antes que todos ellos. Durante mucho tiempo se ha admitido la versión de que el responsable fue un estudiante de la Universidad McGill  de Montreal en la que Houdini estaba  realizando una demostración en la que desacreditaba a un médium de Boston. El estudiante le preguntó si era cierto que podía resistir cualquier golpe que recibiera en el estómago. Houdini asintió sin demasiado entusiasmo. El estudiante, sin previo aviso le golpeó al menos cuatro veces con todas sus fuerzas antes de que pudiera detenerle. El golpe había pillado desprevenido al mago, sin la preparación precisa para encararlo. Días después Houdini moría en un hospital a consecuencia de la rotura de su apéndice. Se dio por supuesto que los golpes y la muerte estaban relacionados. Pero desde el punto de vista médico parece que no hay constancia de casos de apendicitis producidos por un golpe. Un libro reciente aventuró una nueva hipótesis según la cual Houdini habría sido envenenado por elementos radicales del movimiento espiritista.

 

Lo curioso es que Houdini siguió librando su batalla después de muerto. Había elaborado un código que sólo él y su esposa conocían y había acordado con ella que el primero que muriera se pondría en contacto con el otro desde el más allá, despejando de una vez por todas las incógnitas. Diez años después de su muerte, su esposa afirmó públicamente que no se había producido manifestación alguna y que el experimento podía darse por concluido.

 

 

Notas

 

(1) Argamasilla de la Cerda y Bayona, Joaquín: El yelmo roto [prólogo de Ramón del Valle Inclán]; Madrid: La Editora, 1913. 

(2) Ramón del Valle-Inclán: La lámpara maravillosa, ejercicios espirituales de Don Ramón del Valle-Inclán; Madrid: Sociedad General Española de Librería, 1916

Para la relación de Valle con el ocultismo ver: Virginia Milner Garlitz, El centro del círculo: ‘La lámpara maravillosa’ de Valle Inclán; Santiago de Compostela: Universidade de Santiago de Compostela, Servizo de Publicaciones e Intercambio Científico, 2007, y Fernando Barros, ‘La lámpara maravillosa’ de Valle-Inclán: algunas claves esotéricas; Vigo: Cardeñoso, 2007. 

(3) Argamasilla de la Cerda y Bayona, Joaquín Un tanteo en el misterio (Ensayo experimental sobre la lucidez sonambúlica); Madrid: s.n., s.a.,  J. Pueyo, ¿1923?

(4) Menéndez Ormaza, Joaquín: La luz negra o la visión al través de los cuerpos opacos: Historia del asunto, seguida de un estudio sin pretensiones… conocimientos referentes a la moderna Metafisica; Madrid: [s.n.],  Gráfica Universal, 1923. 

(5)  Rodriguez Lafora, Gonzalo: Don Juan, los milagros y otros ensayos; Madrid: Espasa-Calpe, 1927. 

(6) Rodriguez Lafora, Gonzalo: Sobre el espiritismo en Don Juan, los milagros y otros ensayos; Madrid: Espasa-Calpe, 1927

(7) Masriera i Rubio, Miguel: La metasomoscopia; ‘La Vanguardia’, Barcelona, sábado, 16 de Febero de 1924, pág, 5

(8) Scot, Reginald: The Discoverie of Witchcraft, Wherein the lewd dealing of witches and witchmongers is notablie detected, the knaverie of conjurors, the impietie of inchanters, the follie of soothsaiers, the impudent falsehood of cousenors, the infidelity of atheists, the pestilent practises of Pythonists, the curiositie of figure casters, the vanitie of dreamers, the beggerlie art of Alcumystrie, The abomination of idolatrie, the horrible art of poisoning, the vertue and power of naturall magicke, and all the conveiances of legierdemaine and juggling are deciphered: and many other things opened, which have long been hidden, howbeit verie necessarie to be known, 1584. London, William Brome.

(9) Houdini, Harry: Houdini exposes the tricks used by the Boston medium ‘Margery’ to win the $2500 prize offered by the Scientific American: Also a complete exposure of Argamasilla, the famous Spaniard who baffled noted scientists of Europe and America, with his claim to X-ray vision… Adams Press, 1924 –

(10) La Época: 24 de mayo de 1924

(11) Masriera i Rubio, Miguel: La metasomoscopia , ‘La Vanguardia’, Barcelona, sábado, 16 de Febero de 1924,

(12) Zozaya, Antonio: La Esfera, 19 de septiembre de 1925

(13) Lafora, Gonzalo: El Sol, 18 de febrero de 1926.

(13) Valle-Inclán responde a una alusión, Heraldo de Madrid, 25 de febrero de 1926.

(14) Luis Araquistain: La visión en los cuerpos opacos, ‘El Sol’, 23 de febrero de 1926..

(15) Argamasilla de la Cerda y Bayona, Joaquín: En honor de la verdad: la dictadura española, su obra beneficiosa y su fracaso en la pública opinión, causas mediatas e inmediatas de éste; Madrid: Imp. de Juan Pueyo, 1930 .

 

 

 

Ramón Mayrata es escritor. Ha publicado varias novelas, entre ellas El imperio desierto (Editorial Calamar, Colección Sgarit, Biblioteca del desierto). En relación con el tema del artículo ha sido guionista de espectáculos de magia en teatro y televisión, dirigió la revista de la Escuela Mágica de Madrid y publicó junto con Juan Tamariz: Por arte de magia. Una historia del ilusionismo. Escribe el blog ramonmayrata.com, donde apareció por primera vez este texto, en dos entregas 

 

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