Calle abajo voy, día de Difuntos,
me encuentro a Valle Inclán que camina entre la hierba,
buenos campos del Hades,
la gente anda pensando en sí misma,
Gran Vía, Sol, Calle de la Cruz, Carrera de San Jerónimo,
sólo en sí misma,
las bolsas caen otra vez,
Wall Street se apresura a demostrar el infierno que ha creado para todos nosotros,
malos campos los mercados,
para nosotros los vivos,
no para Valle Inclán entre la verde hierba,
justo en la puerta del Lhardy,
saca su mano entre su barba mágica,
la pone sobre mi hombro,
veo en su mirada el viejo olivo de Darío,
me dice: la norma suprema es la quietud,
la norma suprema es la quietud, repite,
y entra a comer con unos buenos amigos de su tiempo,
mientras me quedo muy quieto contemplando el movimiento continuo, parece infinito, de cada vecino de esta ciudad que amamos, Madrid, capital de este país que hoy parece vencido,
en un mundo que hoy parece en peligro, lo inventamos para que fuera así justo en este momento,
sin saberlo muchos, otros sí, desde luego,
sólo pensando en sí mismos, otros sí, desde luego,
y sé con Valle Inclán que es preciso detenerse durante un tiempo indeterminado,
detenidos incluso paseando,
y entonces quizá reconstruir,
y sobre todo crear, inventar lo que nos va a seguir sucediendo mientras estamos vivos.