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Vamos a contar mentiras

 

Fiodor Dostoievski ha reaparecido, casi como un milagro, sobre mi mesilla de noche en forma de los terribles Karamazov. Para que hablar del inmenso Dostoievski, que sea para aquellos que se lo merezcan…Los pasajes más conmovedores del libro regresan a mi memoria como si durante los últimos años hubiesen permanecido ahí guardados en un arcón protegido por cien llaves. Smerdiakov, el hijo bastardo de Fiodor Pavlovich, nacido al lado de un retrete, y de la tonta del pueblo, Lisaveta, una mujer pacífica y con una cara de tan “perfecta idiota” que ni siquiera los chicos osaban insultarla u ofenderla. Una bestia repugnante, muda, absolutamente necesaria para devolver la belleza al mundo y de la que solo Fiodor Pavlovich se atreverá a abusar. El pobre capitán estropajo humillado por Dimitri Fiodorovich ante su hijo, el pequeño Iliusha, que no duda en gritar al ofensor de su padre un desgarrador “perdónelo…”.Iván, intentando amar la vida más que a su lógica, el creyente Dimitri, incapaz página tras página de que Dios crea en él, Aliosha y su enorme corazón, la orgullosa Katerina Ivanovna en busca de un maltratador que le permita contemplar los constantes sacrificios hechos por “amor”…

 

Mientras tanto, la noche de Beirut navega vertiginosa en un mar de fantoches demasiado pagados de sí mismos. La mayoría se comportan como si fueran alguien en un país al que nadie le exigen sus credenciales, se presume de conocimientos de árabe entre aquellos que ni siquiera se expresan bien en español, la plétora de expertos en Oriente Medio después de unos cuantos meses saliendo de marcha por la capital libanesa es tan apabullante que resulta difícil comprender como España no dirige los navíos de un imperio hacia el futuro…

 

Allí está el ruido, las intrépidas reporteras confundiendo unas guerras con otras, mujeres, valientes, tomando partido por los desheredados que reclaman su indispensable presencia como privilegiadas retransmisoras del circo, en posesión de la verdad absoluta, contando a los crédulos lectores no cómo es el mundo sino como debería ser, la vida según mi ego, la última de sus novelas, la única de las novelas que podrían ofrecernos; y ellos, ridículos aspirantes a ser la voz de los que lo han perdido todo, gracias, gracias por estar ahí, artistas del click, de la luz, de la profundidad, no permitáis que olvidemos a los parias de Afganistán, de Irak, de Palestina, de Siria, del Congo, mucho más comerciales y solicitados por los buitres que un miserable y pudoroso español esperando a que den las diez de la noche para escarbar en los basureros de cualquier supermercado. Allí están los triunfadores aumentando la prole y apadrinando a varias esclavas etíopes por cada hijo que tienen, las esposas aburridas y desquiciadas por el tiempo libre, las exquisitas damas que una vez fueron algo y a duras penas logran disimular ahora su rencor, los engreídos que siempre le dan a la suerte el nombre de talento, la gente que ni apenas titubea un momento antes de lanzarse a explicar el universo, los que ni siquiera se cansan de sus constantes estupideces y poses,  los que ya son máscara…Allí estoy, por supuesto, yo.

 

Vivir es la historia de un naufragio. En los libros de Dostoievski no hay ganadores absolutos, todo el mundo pierde algo, incluso se pierde tanto que uno desearía junto a Iván Karamazov no haber comprado nunca el billete de entrada; sus seres atormentados, derrotados, sufrientes, arrojados una y otra vez al fango no solo existen sino que se parecen terriblemente a nosotros. Tanto que para soportarlo vamos a seguir contando mentiras…

 

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