Suena In the arms of sleep,
De The Smashing Pumpkins
En su anterior película, la incomprendida Los límites del control (The limits of control, 2009), Jim Jarmusch nos situaba a su enigmático protagonista, un asesino a sueldo que debe finiquitar su trabajo en España, frente a un lienzo, un collage formado únicamente por una sábana blanca y un poco arrugada. Ese instante lejos de resultar baladí o un simple chiste, se convierte en toda una declaración de principios, no solo respecto a esa película en concreto –reforzado por la declaración hecha por otro personaje del film: “Todo depende del color del cristal del que se mire, nada es cierto, todo es imaginado.”-, sino a la obra posterior del director de Extraños en el paraíso (Strangers tan Paradise, 1984), tal y como evidencia Solo los amantes sobreviven (Only lovers left alive, 2013). Es más, ya nos lo había anunciado a través de la referencia explícita y juguetona que suponía llamar William Blake al protagonista de Dead man (ídem, 1995). Su homónimo, el poeta y pintor inglés, afirmó: “La imaginación no es un estado: es la existencia humana en sí misma.”
Jim Jarmusch sigue preservando su espíritu independiente, pero además ahora parece convertirse en el paradigma de cineasta absolutamente libre que realiza las películas que le dan la gana y porque le dan la gana. Y si no, no las hace. Las películas citadas anteriormente ponen de manifiesto un indudable carácter iconoclasta. Si realiza un western –Dead man– no esquiva cierta iconografía pero el eje estético se vertebra a partir del misticismo poético de Blake, el hierático y cómico desconcierto de Buster Keaton y la letanía eléctrica de los acordes de Neil Young; si de lo que se trata es de hacer un thriller –Los límites del control– reduce la acción a los mínimos elementos y puebla el relato de tiempos muertos que avanzan con escenas dialogadas que conducen al absurdo, como absurdo resulta un desenlace apoyado en una elipsis que vulnera la lógica sin ruborizarse. La milimétrica teoría de Bresson sobre los huecos del relato llevada al sinsentido, o a la imaginación más libre. ¿Y si de lo que se trata es de hacer una película sobre vampiros? Está claro que Solo los amantes sobreviven no va a seguir caminos marcados por la ortodoxia.
Sí, evidentemente, hay elementos habituales al subgénero. Adam y Eve, la pareja de vampiros protagonista, un matrimonio que viven en la distancia –Detroit y Tanger respectivamente- y que vuelven a reunirse, necesitan de la sangre para sobrevivir, sin embargo, ya no les vale con ir clavando sus colmillos, que todavía conservan, al primero que pasa –esas son prácticas propias del s.XV afirman en la película-. Ahora necesitan acudir a bancos de sangre, recurriendo al soborno y al contrabando, porque la sangre de los humanos, o zombies, como ellos significativamente los llaman, está demasiado contaminada. La reformulación del tópico, pues, sirve para que Solo los amantes sobreviven se convierta en una desencantada parábola sobre la podredumbre que afecta al género humano. En un determinado momento, Eve hará alusión a la Edad Media estableciendo un paralelismo con nuestra época actual. El discurso resulta obvio, pero visto a través de la decadente mirada del vampiro su dolor resulta ciertamente punzante y entristecedor.
Así pues, nos encontramos con una película habitada por unos vampiros sumidos en el tedio y el nihilismo, amantes de la noche que deambulan por espacios vacíos y deshabitados, un Detroit que es símbolo de la decadencia capitalista. Adam y Eve –nombres, por supuesto, significativos- son personajes a medio camino entre los jóvenes desarraigados y confusos de Nicholas Ray –el propio Jarmusch reconoce que el título de su película es un homenaje a uno de sus cineastas de referencia- y los burgueses hastiados y eclipsados de Michelangelo Antonioni. El relato que articula la película se construye a partir de la cotidianeidad de sus dos protagonistas, reencontrados en la ciudad de la Motown, aunque el soul deje su paso a una música instrumental y monótona que acentúa más el languidecimiento de sus personajes y el de la propia película. Tan solo las vicisitudes causadas por la hermana díscola de Eve, Ava, provocan un giro narrativo en la película y la saca de su letargo. Solo los amantes sobreviven es una película que conscientemente, por coherencia con su propio discurso, con su visión del mundo, carece de acción.
La apuesta de Jarmusch, por libre, resulta no arriesgada sino temeraria. ¿Cómo enfrentarse a una película como esta? Nada más inoportuno, obviamente, que pensar en un film de género vampírico al uso. Solo los amantes sobreviven ni tan siquiera te permite plantearte la opción de la parodia o el de la relectura intelectualizada. Llena de homenajes a la literatura y a la música, poblada de chistes culteranos y bromas privadas, la película puede ser acusada de solipsista u onanista, sin duda, y acabar causando aburrimiento e irritación para quienes vean a un director tomándose a sí mismo demasiado en serio. Y sin embargo, es innegable que se trata de un ejercicio de absoluta libertad, plagado de un humor negro y absurdo marca de la casa. Por ello, debemos verla como la obra de alguien que se pone frente a un collage formado por una sábana blanca, aunque, eso sí, hubiésemos preferido que la manchara con algo más de sangre y cuyos pliegues hubiesen sido menos filosóficos.