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Vanessa Rousselot: «En los proyectos de cine la mayoría de las mujeres trabajan como asistentes y no como directoras»

La fábrica de historias   el blog de Iara Matiñán Bua

 

Había cambiado Israel por Palestina, Palestina por Málaga, Málaga por La Coruña y La Coruña por Santiago. Sí, Santiago, en esa esquina de España me encontraba yo, trabajando en el Gabinete de Comunicación del Festival Internacional de Cine Euroárabe, AMAL2012. En mi último post entrevisté al director del Festival, Ghaleb Jaber Martínez, también es interesante leer sus opiniones en el Ibérico de Londres donde se lamentaba acerca de la distancia entre el cine árabe y el europeo. Pero este post no es para hablar sobre Ghaleb, ni sobre mí, sino sobre la cineasta francesa Vanessa Rousselot directora del documental Bromas AParte

 

La recuerdo en el Hotel Araguaney de Santiago de Compostela, vestida con vaqueros, con expresión dulce y cara de recién aterrizada en Galicia. La entrevisto en la recepción, haciendo uso una vez más de mi viejo MacBook, compañero de batalla –como Don Quijote y su inseparable compañero Rocinante–. Converso con ella sobre Palestina y me cuenta, hablando un español perfecto bañado con un acento francés, que ha estado en Belén –la ciudad más hermosa después de mi inolvidable Jerusalén–, donde rodó el documental.

 

Quizás lo que más me haya llamado la atención es la tesis de su trabajo: utilizar el humor palestino para hablar de la situación política del país. Le pregunto por qué escogió basar su historia en los chistes que los palestinos le contaban –la mayoría de los cineastas se centraba en documentar el conflicto utilizando imágenes de guerra, violaciones de derechos humanos, o testimonios sacados de los campamentos de refugiados–, ella me responde que estuvo «viviendo en Belén un año» y durante su estancia la gente de su alrededor «no paraban de hacer chistes sobre la ocupación, el muro, los soldados israelíes y las relaciones entre hombres y mujeres». Mientras Vanessa habla, y yo tecleo como una desquiciada sus palabras en mi machacado MacBook, mi mente viaja a Cisjordania recordando la hospitalidad del pueblo palestino.

 

«La gente que tiene humor tiene esperanza», comenta Vanessa, aunque la mayoría de los palestinos ha perdido la fe tras la decadencia de la situación posterior a los acuerdos de Oslo, y tras vivir cada día encerrados en un mundo sin sueños, ni ganas de soñar.

 

Continúo la entrevista preguntándole cuánto tiempo ha estado en Palestina y me responde que la ha visitado como doce veces entre 2005 y 2011: «Estudié un máster en Jerusalén especializándome en historia, quise viajar por Siria, Líbano y otros países de Oriente Medio, pero me quedé a vivir en Belén», vuelve a suspirar y dice: «Palestina tiene algo que ata».

 

Vanessa estaba en lo cierto. Una vez que conoces Palestina es difícil volver a tu vida cotidana sin recordarla, igual que África. Me abstraigo de mis memorias de Oriente Próximo y vuelvo teclear en el MacBook –observando cómo los compostelanos disfrutaban el expresso de las 18:00h en la cafetería del Hotel Araguaney–,  vuelvo a abrir otro tema de diálogo preguntándole si cree que en el mundo del cine hay igualdad entre hombres y mujeres.

 

—Hace poco he hablado por Skype con Nefise Özkal Lorentzen, directora del documental A Ballon For Allah. Nefise afirmó que la industria del cine de ficción está dominada en su mayoría por hombres mientras que en los documentales hay más mujeres, ¿Está de acuerdo?

 

—No sabría decirte. Lo que sí observo es que en los proyectos de cine la mayoría de las mujeres trabajan como asistentes y no como directoras. No insisten por ser las cineastas o productoras de las obras.

 

—¿Podría reflejarnos cómo ha tratado el rol de las mujeres en sus trabajos?

 

—Mi último rodaje —Pioneras—, aún en fase de producción, trata sobre dos mujeres candidatas a la presidencia de Libia: Myriam el Tayab y Leila Sounoussi. Libia va a celebrar las primeras elecciones democráticas en su historia. Una de las vivencias que más me ha impactado fue cuando pregunté a los hombres de un pueblo de Libia si votarían por una candidata mujer. Recuerdo que de repente se hizo un silencio sepulcral en la sala donde estaban reunidos. Los entrevistados me respondieron que debería preguntar al sheikh. Él me respondió que en el Corán hombres y mujeres son iguales, pero enseguida me di cuenta que ninguno de los hombres que tenía delante daría su voto a una mujer. Por desgracia, las mujeres tienen un largo camino que recorrer para conseguir la igualdad. En Libia de los 120 legisladores independientes tan sólo una es mujer: Amina Mahmud Tajij, elegida por la circunscripción de Bani Walid, situada en el este del país.

 

Puse fin a mi conversación con Vanessa para escribir este post. Si algo he sacado en conclusión es que no importa que las mujeres seamos judías, cristianas, musulmanas, cineastas, escritoras o políticas. Todas estamos en el mismo barco. Siempre me he preguntado qué pasaría si firmase mis textos con un nombre masculino, si serían más leídos o no, si tendrían más difusión o la misma. Creo que –tal y como apunta Vanessa– a las mujeres aún nos queda un largo camino por recorrer.

 

Fotografía de la directora Vanessa Rousselot

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