No iba yo a escribir sobre la marcha de Varoufakis, que bastante he escrito desde anoche, que tuvimos el placer de volver a verle en los medios. Qué bien habla este hombre y qué porte. Las últimas horas de ayer domingo me las pasé comentando con mis amigas el tema de Grecia. Análisis sesudos, profundos, como no puede ser de otra manera viniendo de una mujer que es periodista económica: que si la quita, que si el default, que si cuantos países no pagaron sus deudas, que si los acreedores, el futuro del euro… Parecíamos Monedero… Pues no: la cosa más sesuda que escribí fue “madre mía qué tremendo está Varoufakis”. Hubo quien me respondió que “hay que ver lo que hace el calor”. Y yo pensé que el calor no tenía nada que ver. Que Varou estaba para tomar pan y moja, con y sin calor, incluso con calor mejor, que así le desnudas. Es poner Varoufakis y desnudar y me empieza un tembleque en las manos.
No iba yo a escribir, repito, de Varoufakis, pero los lectores me lo reclaman, viciosos ellos. Me escribe @ciscosanchez_ y dice: “Ahora que Varoufakis ha dimitido tendrá más tiempo libre para follar a destajo. Un empotrador como éste, que ha sido capaz de poner a la Merkel mirando a Sebastopol, no debieras dejarlo pasar”. Y a mí, si Javi, que es lector, vicioso y amigo, me pide que no deje pasar al griego, yo me muestro sumisa y acato.
No conozco a más griego que a Varoufakis, que le conozco virtualmente, ya me gustaría conocerle bíblicamente. Bueno, miento, conocí a uno una noche y no estaba nada mal debo reconocer. Que me lo habría follado, para ser sincera, el problema es que le sobraba ego y a mí los hombres que van sobrados de ego me generan pereza intelectual y física y así, no hay quien me lleve a la cama. Me hizo bailar varias veces, como si de en un baile de pueblo estuviéramos, mientras me aleccionaba sobre la hombría de los griegos: “Los griegos somos más viriles que los españoles, el hombre español parece que lo es, pero no, los realmente viriles somos los griegos, mira, se nota en la nariz, en la postura de los brazos, en el pecho…” me decía orgulloso y encantado de conocerse a sí mismo mientras inflaba la caja torácica, como si fuese a inflar muchos globos. En eso estábamos mientras vi a través de su camisa que llevaba una camiseta interior, de estas horribles Damart termolactil que se pone mi padre. ¡Pero es que mi padre tiene 80 años, qué queréis, y este gachó tenía 40! Sentencié la velada diciéndole que no ponía en duda nada de su soliloquio pero que a mí, que no soy griega, un hombre que lleva una camiseta interior blanca sin que estemos en invierno en Siberia, me parece muy sospechoso y que desde luego, viril, poco.
Varoufakis no necesita ponerse camiseta interior. De hecho, él ayer apareció simplemente con la camiseta de andar por casa. “Ahora mismo voy a dar la rueda de prensa con esta camiseta”, dijo antes de salir de su humilde choza. “Yanuscito, dios del Olimpo mío, ponte otra cosa más, que ésa tiene una mancha de aceite de las anchoas que tomamos este mediodía”, le dijo su mujer. Pero nada, Varou es muy hombre, y cuando él dice que sale con esa camiseta, sale en esa camiseta. Agarró la moto (Dios, tiemblo toda de imaginar ese momento en que sus muslos prietos se sujetan con fuerza al asiento) y tiró al encuentro con la prensa. Hubo quien le criticó por ir vestido así, diciendo que podría rodar la próxima entrega de Jungla de Cristal. Pues claro, porque seguro que el que lo escribía tenía un físico que daba para rodar una de Alfredo Landa no más. Esa camiseta usada tenía unas connotaciones de lo más evocadoras: a buen seguro es la misma que se pone cuando tiene que montar una estantería en casa, o cuando tiene que arreglar la moto. Que después de un rato de trabajo físico y de sudor, se tiene que quitar y dejar que el viento refresque esos brazos y pectorales bien torneados. Gensanta, me pongo mala solo de pensarlo.
Sí, Varoufakis tiene pinta de matón, de malote, de guardaespaldas de discoteca de polígono industrial, porque tenéis que saber, queridos hombres, que hay armarios roperos empotrados que están para follárselos hasta decir basta. Pero es que además, el ya ex ministro de Finanzas griego tiene una cabecita bien amueblada. Es un empotrador con intelecto. Y si un buen intelecto pone, que por lo menos a mí me pone mucho, no digamos ya si el intelecto va en un envoltorio de empotrador.
Estamos hartas de nenazas andróginas metrosexuales y de hipster que toman horchata. Queremos un Varoufakis en nuestras vidas que al más puro estilo Homo Sapiens nos empotre contra la lavadora sin tregua ni perdón. Y lo queremos ya. Voy a pedirle una entrevista, a ver si cuela.