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Veinte segundos de cada corazón en la isla de Teshima

 

 

No conocía a Christian Boltanski, pero le he entregado mi corazón. Fue el sábado pasado al final de la exposición On the Road donde se ha desempolvado con arte contemporáneo a san Francisco de Asís. Esperé mi turno sentado en una silla que en poco se parecía a la de una consulta después de haber cogido número como habría hecho en la charcutería del supermercado. Entonces entré y me recosté en un butacón negro. Me coloqué unos auriculares y me acerqué un fonendoscopio al pecho. Comencé a escuchar mis latidos. Durante veinte segundos, la encargada de la obra grabó en su ordenador portátil mi sonido. Tras cumplimentar una ficha de registro, quedaré para siempre almacenado en un archivo del artista francés en la isla japonesa de Teshima junto a miles de personas. Yo volví a casa con mi corazón en un disco. El galo guardará nuestras matrículas para que hagamos historia, aunque no aparezcamos en los libros de texto. Ayer por la tarde oí la intensidad con que late la reivindicación de las víctimas del Alvia. Qué lejos se sienten de la prensa.

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