Se trata de un extraño encuentro cuando aquellas uvas tan certeramente pintadas por Zeuxis no despiertan nuestro interés, ciertamente no nos seducen. En el gesto de Zeuxis, en su virtuosismo, encontramos algo reconocible, algo que nos es extrañamente familiar: ¿no es esta la falsa ilusión del virtuosismo de nuestra época? Reconocemos en él el deseo de su pintura de ser exhibida, de ser vista; reconocemos su anhelo de crear espectáculo en torno a ese ilusionismo, y no podemos evitar pensar en nuestros tiempos.
En la confusión de nuestra mirada, en su agotamiento por este arbitrario invadir de percepciones visuales –siempre tan habladoras, tan elocuentes–, la imagen artística se disuelve, a pesar de sus constantes combates, dentro del desorden de las imágenes visuales. El arte que se presenta hoy para ser exhibido y con el deseo de conmover a las grandes masas hace uso de las extraordinarias herramientas publicitarias de nuestra sociedad del espectáculo. Pero ante esto, pensamos, en pausa: ¿dónde quedó su condición poética? ¿Su verso?
Cuestionar, como individuos comprometidos con la refutación de la desmemoria, si tendría cabida desde nuestro contexto, desde nuestros días, desde nuestra historia europea construida sobre las ruinas del acontecimiento, hablar de la urgencia de la poesía (en el arte). En esto Celan fue, sin duda, una contundente respuesta a la declaración de Adorno. Y nosotros, desde nuestro contexto, reclamamos también el retorno de un arte cuya condición poética no haya sido traicionada por el anhelo de impresionar a un público cada vez más inmerso en su consumo, como si de una feria de atracciones se tratara. Reclamamos la reconquista de su condición poética ahí donde la imaginación, que se empoderaría con un pensamiento artístico, es tristemente abandonada por la exaltación de la diversión de un exhibicionismo excitante. Parece que solo así se despierta nuestra mirada decepcionada, reclamando siempre mayores estímulos, pero se trataría de un falso despertar: es esta la ilusión recreadora del simulacro del arte de la que tantas veces nos advirtió Baudrillard.
Desde el interior de nuestra sociedad de la comunicación, hablar contra la transparencia en defensa de la imaginación podría originar una resonancia errónea, una interpretación de significados que podría despertar rechazos. Desde nuestras sociedades visuales hablar contra la transparencia podría despertar, seguramente, cierto recelo. En este escenario, empero, donde lo informativo y transparente de los lenguajes visuales subordina a los demás sutiles dialectos, quisiéramos invocar, desde el arte, el saqueo de la imaginación. Quisiéramos poner de manifiesto nuestro profundo desencanto con un sistema que nos arrastra hacia un imaginario construido en torno a imágenes agotables, agotadas. ¿No encontramos acaso en el gesto de Zeuxis un triste antecedente de nuestras actuales imágenes-superficie?
Ante el imperativo de ese excesivo mostrar y decir que desea anular nuestros espacios de secreto, de silencio y de intimidad, quisiéramos dar la espalda a la transparencia de las visualidades actuales, en refutación de la indiferencia y de la banalización de su contenido causadas por una mirada que ya no ve, una mirada derrotada, tan sobreestimulada, siempre excitada, siempre ansiosa. Y hacer una pausa, para poder devolver la mirada hacia otro terreno: un terreno de mayor abstracción, ciertamente de mayor opacidad, en el que emerge la complejidad y que resulta sugerente y enigmático, que nos seduce para trasladarnos a otros lugares de nuestra mente y de nuestra memoria: será este un recorrido que nos permitirá retornar, suavemente, al terreno de la ilusión en el arte, al de la imaginación.
Nos inclinamos con cierta ternura hacia Parrasio, apostando por una imagen artística que no exhibe, sino que esconde, una imagen pictórica que no detiene el pensamiento, sino que contiene pensamiento. Anunciaremos un divorcio de los excesos y de la ligera elocuencia de algunas prácticas del arte actual, de sus estridencias excesivamente expuestas, y abogaremos por las poéticas del silencio y de la ocultación, no como una osadía cualquiera, sino en confrontación con el perverso ejercicio de excesos, ahí donde nace la urgencia de una interrupción para la reconquista de la condición poética de las imágenes desde el arte.
Es esta por tanto una invitación a una mirada otra, una mirada desde ángulos transversales y no desde la visión directa. Deseamos distraer la nitidez de la visión, siempre anhelando el control, y apostaremos por introducir sombras, como aquella que es inherente al velo de Parrasio: un velo que esconde, que oculta, que establece un ejercicio de silencio visual en el acto de no mostrar, en un gesto pictórico pleno de simbolismos, un velo que se demoraría en ser desvelado o que, en ciertos casos, quizás no se desvelaría jamás sin traicionar la razón de ser de la obra.
El espectador de hoy es un sujeto de mirada cansada. Invalidada por el espectáculo visual de estridentes imágenes de instalaciones extraordinarias y de obras-espectáculo, su cansada mirada encuentra un refugio en las gramáticas del misterio, del recogimiento y en lo silente: ahí donde los excesos no tienen cabida, donde no hay grito ni juegos de espectáculo, ahí donde la imaginación encuentra finalmente un asilo, a pesar de todo.
Es este, pues, un silencio que no es mudo, sino lleno de lenguaje. Es este un silencio que es un escondrijo, un contenedor de secretos, un generador de correspondencias no declaradas públicamente. La imagen artística, por tanto, se convertirá en una reclamación silenciosa de un diálogo reflexivo e imaginario y podrá, finalmente, seducirnos. Será justo en su no-mostrar-todo donde podremos jugar los juegos del lenguaje y quizás así fabricar nuevas posibilidades de producción de sentido.
Al refutar el anhelo de la imagen artística de ser exhibida se abrirá un espacio ficticio, imaginario, más allá del perceptivo, donde ya no nos sentiremos espectadores sometidos y adiestrados, sino capaces de crear –y no recrear– imaginarios que no nos han sido impuestos; espacios indefinidos, espacios abiertos de interpretación, de imaginación y de pensamiento. Quizás nuestra cansada mirada pueda, entonces, aproximarse a la condición poética del arte, yendo un poco más allá, como pretendía Celan desde su telescopio de la fantasía.
Shirin Salehi (Teherán, Irán, 1982) reside y trabaja en España desde 1999. Artista visual, investigadora y docente, ha recibido premios de residencia artística por la Casa de Velázquez (Académie de France à Madrid), Il Bisonte Fondazione (Florencia) y la Fundação Bienal de Cerveira (Portugal) y de formación por la Fundació Pilar i Joan Miró (Mallorca) y por el Centro Internacional de la Estampa Contemporánea (La Coruña). Su trabajo ha recibido, entre otros reconocimientos, el primer premio al libro de artista de la Fundación Ankaria (Madrid, 2015), el premio especial Combat Prize (Livorno, Italia, 2015), y recientemente el segundo premio en el Premio Internacional de Arte Gráfico Carmen Arozena (Madrid, 2017). Ha participado en exposiciones en galerías, ferias e instituciones públicas y privadas en Europa desde 2009. Máster en Investigación en Arte y Creación por la facultad de Bellas Artes de la Universidad Complutense, a su término publicó (velado): manifiesto de una artista en tiempos de ruido (2016). En FronteraD ha publicado Hermanos que se devoran ‘y aquella pequeña acacia en el patio’. En torno a Farideh Lashai y Goya.