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Mientras tantoVenimos de la lluvia y volveremos a la lluvia con Friedrich Nietzsche

Venimos de la lluvia y volveremos a la lluvia con Friedrich Nietzsche


Venimos de la lluvia y volveremos a la lluvia. Venimos del desconcierto, de la creciente pérdida de sentido del mundo, de la degradación exponencial de la política, de la inoperancia de la historia, de la incapacidad de la filosofía para iluminar o desesperar, de un teatro que no nos estremece, de un arte adocenado, complaciente, de una perplejidad creciente ante los agónicos excesos del deseo, ante un amor que balbucea convertido en parodia burguesa o devaneo banal. Venimos de una anomalía existencial, de una fatiga de materiales de la democracia y de una Europa que se busca el pulso (y se ha olvidado de leer a Dante y a Cervantes), mientras los grandes gigantes políticos del pasado vuelven a esgrimir sus áreas de influencia y exhiben obscenamente sus testículos y la ley del más fuerte. Venimos de un creciente temor y odio al otro, al diferente, de muros que se recrecen y coronan de concertinas y de una cobardía y ceguera moral en la vieja izquierda bajo cuyo deshilachado paraguas nos sentíamos a resguardo, izquierda incapaz de reconocer los errores atroces que llevaron a utopías criminales mientras desprecia con brocha gorda el capitalismo en el que consume y se consume. Venimos de un desierto en el que Franz Kafka vuelve a ser el autor más vanguardista y lúcido del momento. Venimos de una gran estepa física y ética a la que un amigo periodista y pequeño filósofo enamorado de la búsqueda y de la verdad nos consuela en un teatro clandestino de resistencia para que pensemos con Friedrich Nietzsche el estado de las cosas, un lenguaje que no se cifre solo en la cárcel gramatical de las palabras, en la razón miope y escuálida que no escudriña la noche oscura del alma, que nos propone bailar, caminar, volar con un cuerpo que él celebra mientras le tortura, le traiciona, le degrada.

François Musseau es el autor y adaptador de este Nietzsche/Amor Fati: el gran sí a la vida, que en dos noches de marzo y dos de abril, a teatro lleno (ojalá), ardiente, nos mira a los ojos como nos mira el abismo. Es él quien se atreve, con una camisa, un pantalón con tirantes, un lazo de estudiante alemán del siglo XIX, que se le desata y él vuelve a atar como para volver a subir a Sils Maria y a encerrarse en las pensiones y hoteluchos de su exilio interior, de su soledad extrema, de su escritura que nos sigue alumbrando con fogonazos que tanto nos asombran como desconciertan. Acompañado de Lila Horovitz, como una fugaz, pero no por ello menos lúcida, valerosa e inaccesible Lou Andreas-Salomé (que acaso tarda demasiado tiempo en aparecer), y una Paula Sánchez Arévalo que dará carne mediante la danza al cuerpo gentil y desgarrado ansioso de sentir el gran latido de la tierra en las montañas y en los lagos y en los ríos, pero también el de la muerte. Los tres bajo la dirección escénica no siempre acertada de Carolina Cerruti, que no consigue que el ritmo interior y corporal de un intérprete como este François Musseau que se planta ante nosotros como un árbol que camina, como un Nietzsche redivivo en un pequeño teatro de Madrid, que sabe y entiende lo que dice y lo convierte en sustancia vital, acabe de encontrarse. Y eso a pesar de que hay silencios, miradas, gestos, andares cargados de profundo sentido, que nos emocionan, nos dejan asombrados, sin aliento, agradecidos.

Ese Musseau a veces en primera persona, otras saliendo de sí mismo para entregarnos a un Nietzsche todavía caliente para mostrarnos su denodada pasión por una vida que se sobreponga a la muerte de Dios, que esté a la altura de ese formidable asesinato, para hacernos merecedores de un mundo, de un tiempo, de una época para la que no acabamos de ser dignos, de atrevernos a hacer como él, abrazándonos a ese caballo de Turín ensangrentado, azotado por el carretero, el funcionario, el siervo alienado con el poder que no ve más allá de su triste estampa, incapaz de entender el extraordinario gesto de pasión y compasión por un animal. Porque en ese caballo está abrazando nuestra orfandad, lo humano, lo demasiado humano que hay en nosotros y que tan pueril y pálidamente hemos enterrado. Friedrich Nietzsche no tolera que ese noble bruto más noble que muchos de nosotros muera en un empedrado triste de este mundo. Al rebelarse y revelarse nos está mostrando un camino que es como una cornisa sobre el precipicio, bordea la locura, nos obliga a convertir el pensamiento en carne viva, en acción.

 

Como señala el propio François, mi amigo, en su valiosa diatriba contra el pesimismo de la inteligencia y la cobardía de la razón práctica, Nietzsche, nuestro radical contemporáneo, “buscó hasta el final la manera de proponer nuevos valores a los que aferrarse, asumiendo que el mundo no está aquí para complacernos. Y lo hizo desde la alegría”.

 

Teatro La Grada, Madrid. Nietzsche/Amor Fati: el gran sí a la vida.

 

Fotos: Ana Escobar

 

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