En el patio del Hauptgebäude de la Rheinische Friedrich-Wilhelms-Universität de Bonn –de prusiana memoria– existe aún un monumento a los jóvenes alemanes caídos durante la 1ª Guerra Mundial, el Ehrenmal. Bajo la advocación Ver Sacrum aparecen enormes columnas con los nombres de los estudiantes de la Universidad de Bonn –muchísimos con apellido francés, de más que probable ascendencia hugonote– muertos en combate en las trincheras de Champagne o Flandes.
La historia es vieja como el mundo, que ya es decir. Los viejos, senatus, organizan, declaran y lideran una guerra en la que luchan y, por supuesto, mueren los jóvenes, juventus, a quienes no sólo no se pide su opinión, sino que además se les envenena el corazón y el alma con el ardor guerrero de las voces ancestrales y las canciones de batalla de su tribu. Dulce et decorum est (pro patria mori) es el título de un poema sobrecogedor de Wilfred Owen que resume en su epígrafe, tomado de un verso latino conocidísimo “Es dulce y decoroso morir por la patria”, el sinsentido de la gran matanza de la juventud europea en los campos de fango y muerte y en las tempestades de acero de Flandes. Dicen sus últimos versos, quizás presagiando su propia muerte en las trincheras de Flandes justo cuando terminaba la guerra:
Oh vile, incurable sores on innocent tongues,
My friend, you would not tell will such high zest
To children ardent for some desperate glory,
The old lie; Dulce et decorum est pro patria mori.
La vieja mentira (the old lie). Morir (y más importante: matar) por la patria. Porque los sumos sacerdotes de la patria, sus ancianos, deciden que los jóvenes tienen que luchar y morir por ella, como si se tratase de un sacrificio lustral para mantener controlada la población de machos jóvenes. En Grecia incluso estaba estipulado formal y sacralmente: una guerra cada 30 años, una guerra para cada generación. Es desasosegante estudiar la historia europea y comprobar cómo se ha reproducido este patrón hasta unos extremos que llenan de desesperación cualquier reflexión sobre la condición humana.
Morir por la patria. Porque lo pide la sangre de nuestros muertos. Porque lo piden nuestros ancianos. La vieja mentira. Homo necans, hombre que sigue sacrificando a sus semejantes, en este caso a través de la institución interpuesta de la guerra, que, repito, declaran los ancianos y en la que luchan (y mueren los jóvenes). La vieja mentira
Entre los pueblos itálicos y, más en general, entre los indoeuropeos, el ver sacrum (primavera sagrada) era un ritual de escisión grupal mediante la expulsión de grupos de jóvenes encuadrados en cofradías de jóvenes guerreros para contrarrestar los desequilibrios de población de una comunidad concreta. Autores antiguos como Estrabón, Dionisio de Halicarnaso y Festo recogieron en sus obras descripciones de estos rituales. Según el profesor Francisco Díez de Velasco, el análisis de estos testimonios demuestra que estos rituales se practicaban cuando graves peligros como hambrunas, enfermedades o guerras amenazaban la cohesión de la comunidad. La divinidad que presidía el ver sacrum era, no podría ser de otro modo, el dios de la guerra, Marte.
Marte, dios de la guerra, ha regido los destinos de los europeos durante siglos. ¿Habrá llegado el hartazgo definitivamente a nuestro continente de seguir sus designios o las voces ancestrales y los cantos de sirena de los arquetipos volverán a enloquecer a los europeos?