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VERANO AUSTRAL

Hace tan solo unos minutos que Roger Federer acaba de ganar en Melbourne su enésimo torneo de los grandes, y la melancolía invade a este cronista. Con el tenis me ocurre como casi con todos los deportes de precisión: son tan largos los partidos, hace tanto sol en la pista, me aburren tanto los comentaristas, que casi siempre espero al set decisivo para ver quién se alza con el triunfo. El caso de Federer me abruma, por lo demás. Es un caballero suizo que parece no quitarse nunca la chaqueta de Wimblendon, sus golpes son un bisturí que acribilla las líneas, el flequillo nunca se descompone y sus extremidades, nerviosas y delgadas, son un mecano hecho en alguna siderurgia de Zurich de esas de los tiempos del acero inoxidable.

Nunca creí la verdad que Rafael Nadal le jubilara, ahi está de nuevo el suizo campando por los torneos del mundo con una superioridad insultante. Supongo que las dos últimas temporadas se dedicó un poco más a la vida familiar (es padre de dos gemelos) que al tenis. En Australia ha diseñado el mapa de la temporada, a no ser que Nadal vuelva muy fuerte a revolcarse en la arcilla de Roland Garros (su barro original), no creo que ningún delfín que le acosa desde la juventud como Murray, Djopkovic o Del Potro logren hacerle perder la cabeza, su facultad más temible e importante. Habrá que ver, eso sí, al escocés (que no ha ganado todavía ningún grande) apurar su suerte en la hierba de Wimblendon y ver al gigantón argentino pegar fuerte en el Open USA, pero ya digo me sorprendería muy mucho que Federer abandonara de nuevo el tenis por la crianza de los hijos.

Así las cosas, con un Nadal roto física y mentalmente y apurado por la nueva corte de aspirantes al cetro, la figura del suizo emerge como una especie de pastor que conduce el rebaño tenístico a relucir bajo el sol de los torneos: si se dan cuenta el tenis necesita del sol casi tanto como el fútbol el invierno, a los torneos disputados bajo techo (como ese Masters odioso y superpublicitario) les falta como el aire.

Es verano en el hemisferio sur y también me invade cierta fantasía con Australia, ese destino que todavía no conozco. Es como si el mundo empezara mucho antes en las antípodas, es como si la última frontera todavía guardara una luz, un eco, una épica del todo nueva. Melbourne, no cabe duda es un buen pretexto para huir por unos minutos de este invierno aunque el final de la película nos muestre de nuevo a ese campeón que juega sin despeinarse: Roger Federer.

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