L llega junto a los niños y a una amiga de M al Museo del Traje. Justo en la entrada principal, aprovecha para fotografiar a las niñas que se abrazan. Están contentas porque van a hacer un taller de hadas y durante dos días saldrán de la rutina de ir al campamento de verano de su cole. Tras la pausa, el grupo sigue el camino bordeado por árboles y jardines muy cuidados hasta acceder al hall de las salas de exposición. Justo en el mostrador, están los dos responsables del taller, armados con la lista de participantes. L se suma a la fila de padres que están entregando las autorizaciones que exigen los organizadores para poder dejar a los niños en el Museo. L les entrega la de M, su hija de 5 años, así como la de P, que viene firmada por su madre, quien no ha podido acompañarlas porque está de reuniones de trabajo toda la mañana. Cuando son las 10 en punto, los monitores llaman a los niños para que se sumen al grupo que les corresponde por su edad. M y P se despiden con una sonrisa y caminan hasta perderse en una de las salas del Museo.
L se acerca al mostrador y pregunta si hay conexión wifi, le responden negativamente, pero uno de los empleados le dice que si lo que quiere es consultar el mail, en la sala de lectura hay unos ordenadores donde puede hacerlo. L coge el cochecito de S y se va a la zona que le ha señalado uno de los recepcionistas. S ya empieza a hacer los ruiditos característicos de “necesito hacer mi siesta”. L llega a uno de los ordenadores que tienen un teclado de aluminio no apto para personas con problemas en las articulaciones, y tras golpear cada letra de su dirección de email y contraseña logra cerciorarse de que todo está bajo control y que se puede desentender del correo un par de horas.
L baja con el niño a la cafetería a comer algo, con las prisas de la mañana ella no ha desayunado. Toma unas tostadas con aceite y tomate, y café con leche, se sienta en la terraza del local. Antes de empezar a comer inclina el asiento del cochecito de S, le prepara un biberón para que haga su siesta. Con S tranquilo, L saca su netbook y entre mordisco y trago de café, aprovecha para terminar un texto sobre una reseña de una murga uruguaya que se presentará en unos días en el Teatro La Latina de Madrid. Mientras escribe, unas risas la sacan de su concentración, son los niños del taller de hadas, M y P incluidas, que están buscando lo que parece ser unas hojas con formas de mariposa y que están escondidas en las plantas del jardín. M ve a su madre, y a gritos le cuenta que tiene que encontrar un hada, que sólo hay diez y que ya han localizado cinco, así que tiene que concentrarse para hacerse con una de ellas. L le muestra el pulgar alzado, en señal de que le parece perfecto, sin hacer más gestos para que la niña no se sienta tentada a dejar la actividad para contarle más detalles.
El grupo se queda unos minutos en el jardín, M no ha tenido suerte, pero no se muestra desencantada. La monitora parece darle ánimos para seguir con el resto de la actividad. Los niños dejan el jardín.
S ha batido su record de siesta, lleva hora y media dormido, y no es de extrañar con el clima templado y el sonido de las hojas de los árboles agitadas por el viento y el canto de los pájaros le gana la batalla al molesto tráfico de los alrededores de Moncloa. L le saca provecho al tiempo de tranquilidad y termina el texto, hace un par de llamadas de trabajo y comienza a escribir el blog de la próxima semana. Antes de que pueda terminarlo, mira el reloj. Son las 12:15, y S comienza a desperezarse. Es hora de subir a buscar a las chicas.
M y P salen con el resto del grupo y corren en cuanto ven a L y a S. Les muestran los dibujos que han hecho y les cuentan que al día siguiente harán muchas cosas más divertidas y que seguro que se lo pasarán tan bien como hoy.
Suena el móvil de L, es la mamá de P que quiere saber cómo va todo. L le cuenta los detalles y acuerdan venir juntas el segundo día de taller. C, que también es autónoma, ya tiene todo organizado para venirse al día siguiente con la oficina a cuestas.