Nellie Mae Rowe (1900-1982) fue una artista autodidacta que nació en Georgia, hija de padres esclavizados nacidos en 1863, el año de la Emancipación. Row, que se crio en la pobreza, se casó joven, se divorcio dos veces y, más tarde, desarrolló sus talentos artísticos con cuadros visionarios famosos por su colorida energía. Se trata de una época en la que el arte del sur negro estadounidense y de otras partes –y, en especial, el de artistas sin formación– está adquiriendo reconocimiento, no solo por su excelencia, sino también por su interés para los académicos (ahora hay cuatro comisarios dedicados en exclusiva a los artistas autodidactas en los museos estadounidenses). Dadas la pobreza y las dificultades sociales de muchos de estos artistas, no podemos sino mostrarnos asombrados por su resistencia y su voluntad de seguir adelante a pesar de sus tribulaciones, y en especial del arraigado y organizado prejuicio contra ellos. El concepto de canon se ha ido soslayando cada vez más, a favor de una estética en la que a todos los experimentos artísticos son tratados en pie de igualdad en lo relativo a su valor, sin que importe el bagaje de la persona que crea la obra. Este cambio tuvo la consecuencia de nivelar las distinciones en el arte, de modo que las obras de arte se contemplen por sus propios méritos, al margen de jerarquías basadas en la tradición. Las bellas artes, en especial, se han convertido en la trascendental categoría imaginativa de nuestro tiempo, probablemente porque son accesibles y pueden acomodar con facilidad diferentes tipos de imaginería, en diferentes épocas, geografías y contextos, y afirmar una estética cada vez más individualizada. Esto ha sido así durante algún tiempo.
Cada vez más, los artistas autodidactas se están abriendo paso en los debates convencionales sobre el arte. Ahora el hincapié se hace en experimentar toda la producción de imágenes como arte por derecho propio, sin el estorbo de los juicios históricos y de clase. Es un momento muy interesante, en un sentido crítico, porque las bellas artes se han desplazado de la perspectiva aristocrática hacia la imaginación demótica. Hoy, las bellas artes son notablemente hábiles en su incorporación de imaginerías democráticas que beben de la calle tanto como de la historia del arte. Y también, cada vez más, la valoración crítica se aleja del concepto de canon tradicional y tiende más a aceptar todo tipo de obras. Los abigarrados cuadros de Rowe muestran caballos, ejemplos visionarios de la naturaleza, y aves, que ocupan un espectro que incluye lo que parecen pavos reales o aves del paraíso. No hay mucho ritmo o razón en la estructura general de las composiciones de Rowe, donde a todo se le otorga igual valor visual y parece tener lugar en el mismo instante. En esto no se diferencia mucho de otras obras de arte más convencionales. Sin embargo, desde el punto de vista de Rowe, la simplicidad de sus formas, agrupadas en una comprensión tácita de la simultaneidad de los elementos de la obra, se convierte en una forma notablemente atractiva de mostrar la presencia de elementos mundanos, todos a la vez.
Inevitablemente, el arte de Rowe se verá a la luz del arte que lo precede, en especial las obras consideradas importantes en la historia del arte. Sin embargo, la importancia de la comparación ya no pesa tanto como antes. Ahora estamos fusionando categorías –de clase, etnia y género– de un modo que elimina el aura de las obras apreciadas históricamente como arte, a favor de una visión abierta que acepta todo arte como igualmente válido. Se podría aducir que esta es una interpretación equivocada; que la crítica y el conocimiento han establecido jerarquías de logros que nos parecen ciertas. Sin embargo, esta idea de que existen distintos niveles de obras presupone, para muchas personas, diferencias en los logros que podrían estar basadas en la clase y la educación. En Estados Unidos, al menos, se han agrupado –aunque no exactamente fusionado– obras de personas de muy diversos bagajes mediante una amplia aceptación de diferentes categorías de imaginería. Las estructuras sociales que sostenían la alta cultura han sido desmanteladas a favor de una democracia cultural que apoya orígenes artísticos que quizá tengan poco o nada que ver entre sí. Sin embargo, los artistas y escritores sobre arte contemporáneos sostienen –exigen, de hecho– que apreciemos el arte del artista sin formación con la misma seriedad con que antes considerábamos el arte de los grandes pintores europeos. El cambio es conceptual: ahora no vemos diferencias entre los logros de los artistas europeos de hace siglos y los de artistas de otras épocas, estéticas y economías.
Es evidente que Rowe, en cuanto trabajadora doméstica negra que vivió en el sur durante la mayor parte del siglo xx, debió tener una notable voluntad de sobrevivir y resistir cuando produjo más tarde esos cuadros de extraordinaria energía. Su obra no se alinea con la comunidad artística activa en esa época, con estudios y en su mayor parte blanca. Rowe perseveró con un punto de vista luminoso sobre el mundo, donde los animales y las personas, la figuración y la abstracción se establecen en pie de igualdad en el mismo plano. Es como si la artista no tuviera la paciencia de determinar una visión racional, y delineara en su lugar un mundo cuyas partes adquirían la misma importancia, al margen de su existencia como elementos grandes o pequeños. Esto significa que el arte manifestaba una independencia que trascendía el establishment artístico; una notable independencia señalada en el título de la obra: Really Free: The Radical Art of Nellie Mae Rowe [Libre de verdad: el arte radical de Nellie Mae Rowe]. En el actual momento de nuestra cultura, la determinación de Rowe y su larga resistencia como artista afroestadounidense que vive sin dinero en el sur prevalecería sobre cualquier otro juicio académico sobre su arte, a menudo determinado por la clase. Lo que se ve es una notable energía y un imaginativo propósito de celebrar la diversidad de nuestras vidas.
La obra, pues, se convierte en una réplica, aunque no se haga de forma consciente, a las dificultades de ser una persona de color en el sur. Esta exposición –que intenta corregir siglos de prejuicio– está claramente comprometida con dar a conocer las obras de una artista que trabajó en los márgenes de la sociedad. Las bellas artes han sido cada vez más sometidas a una radicalización del motivo, aunque la intención disidente no se explicite en el arte. La obra de Rowe, entusiasta hasta el extremo, depende de un cargado sentido del color para exponer su argumento, que no obedece a una preocupación social, sino a la alabanza gozosa. Su postura se acerca bastante a la piedad, dada la igualdad de trato que concede su imaginería a todos los objetos y las personas de sus cuadros, como si todos fuésemos niños bajo la mano benigna de Dios. Solo en contadas ocasiones vemos representaciones abiertamente religiosas en el arte de Rowe; más bien, la decisiva intensidad de sus tonos y figuras dan lugar a una emoción exaltada que nadie, y en especial en la terrible opresión del prejuicio sureño, puede arrebatarle. En ese sentido, el título de la exposición es correcto: el sintagma “arte radical” indica que el placer de Rowe no conocía límites, y declaraba su libertad como evidente en sí misma.
Ahora que hemos alcanzado un punto en el que la manifiesta democratización de la creación artística tiende a la permanencia, se vuelve necesario ver el enfoque de Rowe con ojos desprejuiciados. Es absolutamente necesario entender las difíciles circunstancias en las que Rowe trabajaba, pero también cómo su arte deja atrás su situación y va hacia el área donde trabajan todos los artistas: una oportunidad que permite a cualquier persona acometer la labor de la creación imaginativa. Dada la larga y sórdida historia del prejuicio racial estadounidense, no podemos sino admirar el esfuerzo de Rowe, junto con el de otros destacados artistas como Bill Traylor, que nació en la esclavitud, Mary T. Smith y Thornton Dial. No podemos subestimar las represivas circunstancias sociales en las que trabajaban estos artistas; de hecho, Dial enterró su arte en su patio, presumiblemente por tratarse de obras privadas, pero quizá también para no llamar la atención de la sociedad blanca. Las cosas han cambiado ahora hasta cierto punto: hay, en todos los aspectos, un mayor acceso a la educación y más respeto por la libertad creativa para los artistas afroestadounidenses. Sin embargo, el recuerdo se resiste a morir: la artista afroestadounidense Jennifer Packer, que aún no ha cumplido los cuarenta años, ganó el Premio de Roma y habla con pasión sobre el arte que vio allí, pero en su obra aborda sistemáticamente las actuales tragedias de la vida estadounidense negra, incluido el asesinato de mujeres a manos de la policía.
Rowe, naturalmente, pertenecía a una época distinta. No recibió una educación artística convencional, pero sus cuadros revelan una comprensión intuitiva de los fundamentos del medio. Para este escritor, el aspecto más notable de la obra de Rowe es la presentación de las cosas con el mismo énfasis: una especie de tratamiento integral de los objetos encontrados en su mundo. El arte marginal ya no es marginal, sino que ahora se ve a la par de otros artistas con formación académica. Además, ahora en el mundo el hincapié se hace sobre un expresionismo crudo, que suele rechazar la destreza evidente. La alta cultura se está fusionando con toda la cultura, en el sentido de que ha habido una tradición de décadas basada en la inteligencia ruda y sesgada, y en especial en la pintura. Esto significa que casi cualquier cosa puede cobrar forma en el lienzo, desde los anuncios de cigarrillos y los grafitis a los símbolos originados por culturas antiguas. En la obra de Rowe no se evidencia esta sensibilidad, sino que pintaba lo que ella conocía, en términos muy vívidos. Su jerga la intensifica su conocimiento del tema que trata. Sin embargo, en las pinturas también puede darse un elemento de abstracción, que podría no estar basado en obras conocidas de otros artistas de la época. En su lugar, sus cuadros pueden mostrar una comprensión intuitiva de patrones creados per se.
Si miramos las obras de Rowe, vemos similitudes en su construcción estilística. Una y otra vez, las obras rebosan de elementos coloridos y reconocibles. Suelen aparecer pájaros; tradicionalmente, son un símbolo del espíritu, y habitan el arte como si mostrasen la necesidad de la artista de trascender lo convencional. Por ejemplo, en la obra Untitled (Woman with Butterfly Wing) [Sin título, mujer con ala de mariposa], realizada en 1980, solo dos años antes de la muerte de Rowe, la artista empleó ceras y rotuladores sobre papel para desarrollar un realismo simbólico. En esta pieza, vemos a una mujer de pie a la derecha, con un vestido marrón y un corte de pelo redondo y, detrás de ella, una gran ala de mariposa con líneas verticales amarillas. Bordean la parte superior e inferior del cuadro perros de diferentes formas y colores, pintados en una sola fila, sobre un fondo azul. En la esquina superior izquierda, vemos a otra mujer de perfil, y delante de ella, un gran racimo de uvas. El cuadro está lleno de objetos que podrían tener un significado emblemático para la artista, de sensibilidad devota. Sin embargo, los símbolos parecen privados, que en su mayoría solo podía entender Rowe. Como ocurre con muchas de sus obras, no podemos sino conjeturar sobre su significado más profundo; solo unos pocos afirman directamente su orientación y la profundidad de su interés.
Es cierto que Rowe se inspiraba en la fe cristiana. Una bella y sencilla composición, titulada Untitled (Cross and Trees) [Sin título (Cruces y árboles)], realizada antes de 1978, consiste en un tríptico unido por el centro por una cruz amarilla. A cada lado de la cruz vemos un árbol, separados por líneas negras, cuyos finos tallos y su floreciente follaje están coloreados de verde. Después, en el centro del cuadro, detrás de la cruz, hay dos arbustos de color rojizo, con un sol rojo en la parte superior derecha que irradia líneas negras. La identificación de la fe con el cuadro es completa: no existe ninguna diferencia entre la intención de la pintora y su imagen. En la imagen de 1978 titulada Peace [Paz], una mujer parece extender los brazos y las manos hacia una cabra o cordero azul (¿un símbolo de Dios?). Las manos están decoradas con laca de uñas y, en la muñeca izquierda, una pulsera roja. El fondo es complejo, con una banda vertical verde claro a la izquierda, una de un luminoso amarillo en el centro y, entre los brazos, una masa más bien rosa y naranja de líneas finas. En el extremo derecho, vemos erguirse un tallo de trigo. El título de la obra nos convence de la inclinación espiritual del cuadro. Es evidente que Rowe hallaba solaz en una arraigada creencia, y la franqueza de ambos cuadros transmiten con bastante contundencia su pasión por las imágenes orientadas hacia Dios.
En What It Is [Lo que es, 1978-1982], Rowe parece presentar una realidad forzosa que, según el título, existe por sí misma. En la imagen vemos un niño pequeño negro, con camisa amarilla y un pantalón corto azul, de pie en un tobogán plateado. La cabeza de la figura se convierte en una flor, con pétalos azules y amarillos. Debajo del tobogán, al fondo, se ve un árbol negro, con animales variopintos, perros y probablemente gatos, a ambos lados del tobogán y detrás del árbol. En la parte superior izquierda, hay un perro gris delante de casas con hastiales, y, sobre ellas está escrito el título de la obra. El visionario tratamiento de la infancia parece ser el tema de esta maravillosa obra, psicológicamente compleja. ¿Cómo es que un niño se convierte en una flor? ¿Y qué significa eso? Da la impresión de que se trata de una idealización de la niñez, con ambición simbólica, donde el niño parece estar bajando una escalera. A pesar de sus dificultades en la vida, Rowe parece haber sido una optimista a la larga, como muestra esta obra. Otra imagen de inocencia, esta vez expresada en términos más simples, es Untitled (Woman with Green Hair) [Sin título. Mujer con cabello verde], realizada antes de 1978. La imagen no es nada compleja: presenta a una joven sonriente con una espesa mata de pelo verde. Lleva un vestido verde de cuello redondo y con rayas verticales. Lo que destaca, sobre todo, es la franca alegría del semblante de la chica. Representa la inocencia de la juventud, ajena aún a los problemas del mundo.
El título de una llamativa obra, This Worl Is Not My Home [Este mundo no es mi hogar, 1979] proviene de un cántico góspel de mucho tiempo atrás. Rowe es bastante osada al pintar el retrato de una mujer desnuda sobre un banco gris. A su izquierda hay una maceta con flores rojizas y naranjas, y un perro gris sentado en la parte superior. Esa parte está cubierta de cañas cortas negras, como si los objetos liberasen energía. A su derecha, hay una planta naranja con hojas con forma de plumas. En la parte superior derecha vemos el título del cuadro. Lo que atrae nuestro interés es la vivacidad de la pose de la mujer. Rowe pintó esta pieza en 1979, y en aquel entonces el desnudo se había explorado tan minuciosamente, que su encanto erótico ya era del todo aceptable. Sin embargo, Rowe dota a su imagen de una sorprendente inmediatez del sentimiento, y su sensualidad, aunque sutil, constituye gran parte del cuadro. Su forma de presentarlo subraya implícitamente que el deseo es parte de la imaginación de las personas de todos los géneros y extractos sociales. Por tanto, un cuadro de una mujer desnuda –atípico en Rowe– se convierte en una declaración de sinceridad y placer desinhibido.
En este repaso general a la obra de Rowe, que abarca más de un centenar de cuadros realizados en los últimos quince años de su vida, la artista siguió la pista del imaginario negro estadounidense, pero, aún más, los detalles de una vida vivida sin concesiones. Su ardor por vivir llega casi a abrumar a su público, asombrados por su don para el color sensorial, la vida cotidiana y su sentimiento por los animales, en especial por los perros y los pájaros. Su imaginación adoptó la forma onírica, en el sentido de que las relaciones entre los objetos y criaturas eran líricas y se abrían a la interpretación. Parece como si Rowe se refugiara en su fe cristiana, pero siguió siendo tan devota realista como pintora devota. A pesar de ciertas adversidades a las que tuvo que enfrentarse como mujer de color, transformó su vida en un rosario de alabanzas. El arte resultante esclarece la postura de alguien que simplemente no quería ser derrotada. Este sentido de triunfo se desarrolla mediante un dotado sentido del color, así como de un interés en la multiplicidad del mundo, cuyas rebosantes energías equivalen al paraíso concedido por Dios. De este modo, da cuenta, con certera precisión, de las energías que nos rodean, y que existen en nuestro interior. Pertrechada con una decidida voluntad, una energía física que mantuvo hasta sus últimos años y una creencia dedicada tanto al arte como al sentimiento espiritual, Rowe nos ha dado una vida extraordinaria encarnada en un arte trascendental.
Traducción: Verónica Puertollano
Original text in English