Todos los intérpretes de «La función por hacer», la sobrecogedora versión que Miguel del Arco hizo de los «Seis personajes en busca de autor», de Pirandello, en el recibidor del teatro Lara de Madrid, vuelven a exponerse de lo lindo, con un elenco notablemente reforzado, en esta versión rabiosamente contemporánea de los «Veraneantes», de Maxim Gorki. Aunque no lo diga en el programa de mano, Del Arco, que firma tanto la adaptación (que es una versión arriesgada, que divierte y duele, que asombra e ilumina) como la dirección, su montaje parece una respuesta a la observación que el reportero polaco Ryszard Kapuscinski le hizo a Arcadi Espada en una entrevista: «Los medios han difundido la consigna: la lucha no da resultados». Contra eso se rebela con fiereza Miguel del Arco: «Ya ni siquiera creemos que una revolución sea posible, por mucho que algunos países árabes intenten convencernos de lo contrario luchando contra los sátrapas que nuestras progresistas y modernísimas sociedades occidentales contribuyeron a crear buscando su propio beneficio. El dinero manda y lo aceptamos como un axioma más. Es el sistema que nos rige y que no tiene alternativa… ¿No la tiene? ¿En serio debemos aceptar como inevitable un sistema que ahonda de una forma cada vez más salvaje y descarnada en primar el beneficio económico frente a la dignidad del ser humano?”. Su respuesta son estos “Veraneantes”, un zoo contemporáneo en un chalet de nuestro urbanizado Mediterráneo, desgarrándose, copulando, mintiéndose, lastimándose, descomponiéndose, viviendo, apurando hasta las heces un ácido trago de vida ante nuestros ojos, en un teatro circular, en un teatro que no va a cambiar el estado de las cosas, pero acaso nos cambie la mirada. Bárbara Lenine ya sobrecogía en aquella “función por hacer”, y lo vuelve a hacer al alcance de la mano aquí, tan cerca que dan ganas de hacer como el público de algunas funciones africanas: intervenir. Y con ella Israel Elejalde, Miriam Montilla, Raúl Prieto, Miquel Fernández, Lidia Otón, Manuela Paso, Elisabeth Gelabert, Cristóbal Suárez, Chema Muñoz y Ernesto Arias, que logran, con sus verdaderos nombres, que el mundo sea, al menos durante las dos horas y medio que nos tienen en vilo, un lugar más inteligible. Aunque la lectura sea atroz. La tela que hace de techo y que refleja la brisa, los cambios de luz, el temor y el temblor, acaba cubriendo como un paracaídas a los veraneantes, ante el desprecio ahogado de la “criada”. Estoy seguro de que Ángel Fernández Santos, el añorado gran crítico de cine que escribió soberbias críticas de teatro en el primer “Primer Acto”, se hubiera emocionado en esta función que se está haciendo de manera milagrosa ante nuestros ojos. En el Teatro de la Abadía de Madrid.