Vermont

A todo el mundo le gusta Vermont. Pero nadie ha estado allí. Acabo de pasar cinco días en Vermont, recorriendo el estado de sur a norte. Ahora estoy en Nueva York, les cuento a mis amigos que he estado en Vermont y me dicen: «Ah, Vermont, eso es precioso.» Les pregunto que si han estado, y me dicen que no. Nadie ha estado en Vermont, pero todo el mundo sabe que es precioso.

 

Vermont no se parece al resto de New England. Es un lugar mágico, un rectángulo de perfección en medio de este mundo notoriamente imperfecto. Todo en Vermont es perfecto, preciso, delicado, hermoso, nutritivo. La simplicidad de la vida es aquí asombrosa. Los habitantes se dedican a cultivar manzanos y a cuidar vacas. La leche de Vermont es famosa. También sus quesos. Cheddar de Vermont. Tarta de manzana. Helados. Helados de Ben & Jerry. La fábrica de helados de Ben & Jerry es la principal atracción turística del estado. La otra son los colores de los árboles en otoño.

 

Pureza de Vermont. Los bosques más hermosos que he contemplado, en montañas redondeadas cubiertas de verdor que se organizan en hileras, una tras otra, hasta perderse en el horizonte. Arces, abedules, cedros, abetos, robles. Flores por todas partes, como si estuviéramos en mitad de la primavera. Y céspedes segados. Campos enteros, entre casa y casa, de céspedes perfectos. En mitad del campo, inmensas extensiones de céspedes segados. Rojos vehículos cortacéspedes corriendo por aquí y por allá, jardineros con orejeras para el ruido segando los rincones de los jardines con cortacéspedes de mano. Esta debe de ser la principal ocupación de los habitantes de Vermont: cortar el césped.

 

Por eso Vermont es un ideal, un idilio. Idilio en el sentido antiguo de la palabra, que tiene que ver con el campo y con la vida natural. Vermont es un estado cubierto de bosque, pero un bosque cuyo suelo es un césped perfecto. Apenas hay habitantes en este estado, las poblaciones son minúsculas. Es el mundo de los árboles, pero unos árboles tan educados y tan delicados que parecen todos poetas o filósofos. En ningún lugar la naturaleza es tan omnipresente y tan civilizada a la vez. Los habitantes humanos son en muchos casos antiguos hippies que huyeron aquí en los sesenta y que ahora regentan hoteles, tiendas de pasteles, librerías y vaquerías tan limpias y cuidadas que desde la carretera parecen hoteles.

 

Bosques con suelo de césped, vaquerías limpias como hoteles de lujo. Eso es Vermont.

 

La casa de Robert Frost cerca de Bennington. Una gran casa en medio de un césped. Aquí escribió Frost algunos de sus poemas más famosos. El más famoso, ese que todo el mundo conoce en América, es ese en el que habla de dos caminos que se separan en un bosque amarillo. El poeta los contempla y no sabe cuál tomar. Al final se decide por el que parece menos transitado, «y eso», dice al final del poema, «fue lo que lo cambió todo.»

 

Pero no sabemos si lo cambió todo para bien, o para mal, o si quien habla está diciendo la verdad o está haciendo una broma. La poesía de Frost parece muy sencilla pero es muy complicada.

 

Stowe, pequeña localidad donde se fue a vivir la familia Von Trapp (la de Sonrisas y lágrimas) al escapar de Austria. Maria Von Trapp hacía en Stowe lo mismo que hace Julie Andrews en la película: llevarse a los niños por el campo y cantar, cantar, cantar. Las librerías de Stowe venden su autobiografía.

 

Llegamos a un lugar, a un pueblo, a una ciudad, y parece que no hay nada, que allí no vive nadie. Poco a poco reconocemos un magnífico restaurante chino; una librería de primera categoría con una apabullante sección de novelas gráficas («Northshire Bookstore» en Manchester); un teatro al borde del río, blanco como un templo griego (en Weston).

 

Vermont. Verde monte. En Vermont he visto Arcadia, pero no la del pasado, sino la del futuro. Algún día todo el mundo será como Vermont. Aprenderemos a unir la naturaleza con la civilización, el silencio con el placer, la electricidad y las manzanas.

 

Vermont. Un lugar al que vamos en el sueño profundo.

 

 

 

 

 

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