En este mayo del calendario de casa aparecen Marilyn Monroe y Jane Russell vestidas de blanco dejando sus huellas en el teatro chino de Los Ángeles. En el blanco y en sus sonrisas, más incluso en sus poitrines generosas, se ha visto una premonición, otra más, para el sábado, cuando el Madrid deje en Lisboa no ya sus pisadas sino sus rodadas como las de los carros de combate.
Frente a la algarabía atlética está la renuncia madridista a una Liga que es el silencio de hoy, el retiro espiritual donde se reza a la gloria del pasado para hacerla presente. Uno imagina a esos peloteros arrodillados con trajes de luces frente a sus altares. Con los ojos cerrados y la respiración serena, igual que la gimnasta rusa Shushunova antes del salto perfecto que le dio la victoria en los Juegos Olímpicos de Seúl frente a la gran rumana Silivas.
Se ve el silencio igual que una ley, esa no escrita de los estibadores neoyorquinos que rodó Elia Kazan con Marlon Brando de protagonista. Pero no es una norma con carácter perenne sino temporal, que se deroga en el momento de partirse la cara. El silencio retumba en Valdebebas y se oyen a lo lejos los pasos de Godzilla, que se acerca: al monstruo hay que cazarle por décima vez.
Esta es una Misión de hombres y el mercenario De Niro ya ha cargado con los aceros en penitencia hasta las alturas donde viven los guaraníes, que le han perdonado. Uno casi se siente un guaraní con taparrabos al que vienen a convertir (a Cristianizar) con esa Copa de Europa que es el evangelio del fútbol.
El campeón de España es el pescador de Hemingway, curtida la piel en miles de jornadas y a cuyo bote al fin ha llegado la suerte. Está cansado y herido pero sólo le queda llevar el pez a la tierra firme que se ve en el horizonte. El Madrid no es Messi, el escupidor paseante, del que dice Ruiz Quintano que ya no le dibujan el eslalon y por eso huelga.
El Madrid es Ronaldo que se lanza por todas las pendientes a pesar de las incógnitas. Hay que lanzarse en una blitzkrieg que no encuentre freno, atravesar las alambradas de espino del Cholo con los tanques, cruzar sus trincheras con todo el peso de la historia y rendir a una infantería cuyos fusiles ya sólo disparan, como si fuera poco, munición de coraje.
El silencio. Retumba el silencio, y al otro lado del Manzanares aúllan los indios al son de los tambores agitando las cabelleras de los granjeros azulgranas, porque una granja es Can Barca donde el capataz de los veinte millones netos zanganea en el pajar. Hay que ir allí, tras las Colinas Negras de los sioux y construir toda una ciudad, incluido un teatro chino para que Marilyn y Jane, como auténticas mocitas madrileñas, puedan dejar sus huellas vestidas de blanco.