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Veto de sangre para Guinea Ecuatorial

En los últimos meses han tenido lugar hechos muy graves en las relaciones entre los hombres, mujeres y niños de Guinea que les han hecho reforzar la idea de que los hombres, mujeres y niños de raza blanca nunca serán de fiar. Que los blancos nunca querrán a los negros, que los españoles, en definitiva, y de esto se trata, te sonríen por delante y por detrás te clavan la puñalada. Escuchándolo de tantos guineanos, uno tiene se pregunta por la vivencia aleccionadora que han tenido en su vida común con españoles para tener esta percepción tan negativa de ellos. ¿Qué ha pasado?

 

No es posible saberlo, toda vez que sería imposible ahondar en la vida personal  de cada hombre con que se topa uno, por más paisano que fuera, pero hay un archivo histórico colectivo que cada guineano puede consultar para responder a ciertas preguntas sobre hechos que podrían haber influido en esta negativa categorización de los españoles. Esto está escrito en las páginas de nuestra dolorosa historia inmediata. Ocurrió con los desmanes del primer presidente de la Guinea independiente Macías Nguema. Apoyado y aupado al poder por unos de los grupos del poder de la España de aquellos días, Macías instauró desde los primeros meses una dictadura que sorprendió a todo el mundo. Lo suyo quizá no había que llamarlo sólo dictadura, pues fue un régimen que fue a más. Más que dictadura, tenía componentes esquizofrénicos, pues no parecía que Macías y sus esbirros estuvieran asistidos de la racionalidad. Pero toda aquella irracional brutalidad ocurrió sin que lo supieran los españoles, porque los que gobernaban decidieron por ley que no se difundiera ninguna información procedente de la antigua colonia. Entonces Guinea padeció once años de penalidades sin ningún testigo.

 

El 3 de agosto de 1979, Obiang Nguema Mbasogo dio un golpe de Estado y quitó del poder a Macías con ayuda de España. Esta ayuda no fue notoria para todo el mundo, pero un rastreo por la escasa información existente hace creer que fue así. El ahora dictador, quien no había tenido poco protagonismo en los desmanes de régimen anterior, pidió ayuda a España. No sabríamos ponderar el alcance de la respuesta, pero el inicio del alejamiento de la llamada madre patria se inició cuando Obiang contrató a la guardia marroquí para su seguridad, servicio militar pagado sorprendentemente por España, aunque ella se desmarcara luego de las consecuencias del mismo. Fue el inicio del endurecimiento de Obiang, quien pudo sortear todas las presiones y críticas a la deriva personalista y dictatorial de su régimen hasta el descubrimiento del petróleo. Hasta que esto ocurriera, hemos vivido de todo en Guinea: fusilamientos, torturas, palizas, expropiaciones, confinamientos, sin que estos actos fueran suficientes para una acción más enérgica de la comunidad internacional.

 

Durante la etapa en que transcurrían los episodios narrados ut supra, empezó a crecer un sentimiento antiespañol del que todas las autoridades guineanas han hecho gala. La materialización de este sentimiento se manifiesta en trato vejatorio, insultos y denegación de ayuda a los ciudadanos españoles que han necesitado de cualquier tipo de ayuda de las autoridades guineanas. De hecho, y sin mediar una causa conocida o aparente, no es fácil para cualquier español obtener un visado de cualquier tipo para Guinea, aunque sea para un cometido oficial. La concesión de este derecho está sometida a criterios caprichosos de los funcionarios de la embajada, quienes muchas veces son del entorno familiar del general Obiang, aun sin la formación específica para asumir estas responsabilidades.

 

Lo paradójico de esa actitud es que es llevada a cabo por personas que oficialmente parecer querer desmarcarse de las maneras pocos “católicas” del régimen anterior y que por su edad no habían vivido los rigores, que los hubo, del régimen colonial. Entonces, tenemos que reconocer que en la sociedad guineana hay una grieta por la que se filtra el antiespañolismo. ¿No sería la misma que alimenta la creencia popular de que los españoles no son de fiar? Cierto es que en la época más álgida del terror nguemista todos los niños escolarizados, aleccionados por muchos de los que  hoy ocupan cargos en el Gobierno y en el Ejército, sabían que Juan Carlos I era un “títere”, que Faustino Ruiz González era un “fantoche y asesino”, y abominaban todos ellos del colonialismo, del neocolonialismo, pero sin saber qué era cada uno de los personas o elementos denostados, pues aquel régimen había dado completamente las espaldas al saber.

 

La trayectoria política descrita probablemente justifique el hecho de que a partir de cierta fecha la mayoría de los emisarios españoles que se relacionan con Guinea siempre ha adoptado un rol de clara subordinación a las autoridades locales, como si abdicara de sus responsabilidades o renegara de su formación o de sus recursos mentales o espirituales. Esta consideración no tiene ningún objetivo enjuiciador de la capacidad del guineano, pero es justo aclarar que la actitud de subordinación es chocante, teniendo en cuenta la vaciedad argumental de los planteamientos de los guineanos en todas las esferas. Y es que cuando las legaciones españolas viajan a Guinea con la intención de entablar relaciones en áreas determinadas, encuentran que sus contrapartes guineanas son personas sin formación y sin ningún mínimo del sentido ético. Y si las encuentran formadas, descubren que no tienen los hilos económicos y políticos necesarios para establecer ninguna relación común, porque en la dictadura del general Obiang todo se hace por su particular iniciativa y es el que tiene la rienda de cualquier asunto o cuando lo delegare en otro. Un ejemplo irrisorio es el hecho de que el ministro de Información es el encargado de conceder permisos a los extranjeros de ciertos países para viajar a ciertos puntos de Guinea. Un simple trámite que en los países vecinos se realiza con una sonrisa de sorpresa, porque en ellos no se exige.

 

La vergonzosa lenidad y subordinación de los españoles en Guinea contrasta con la arrogancia sonrojante con que los tratan los altos funcionarios guineanos, y alcanza, tras el paso por el incremento de la desconfianza de la población hacia lo hispano, en la actitud cínica  de los representantes del Gobierno de España durante la reciente visita del presidente del Congreso de los Diputados y nuestra huelga de hambre. Para uno, el parlamentario, hay más cosas que unen a los españoles a Obiang que las que les separan, y para el embajador, dar acogida a una voz crítica con España es un delito social que puede llevar  a la pérdida de empleo a quien en ello incurriere. La normalidad es someterse a Obiang y a sus analfabetos seguidores y no darle ningún susto que le haga sentir dudas sobre la seguridad de su poder. Está claro, son cosas que nos unen al pueblo español.

 

Pero la realidad es otra, y, otra vez más, los guineanos van a saber que España está de parte de los que comen su alma, gesto que se exterioriza con la vergonzosa claudicación de sus emisarios ante un régimen, el guineano, que hace de la ignorancia la bandera de su actuar. Guinea es el país con un Gobierno con el más bajo índice de escolaridad del mundo, eso cuando presumiblemente tenemos las mismas estructuras sociales que los países vecinos, en un mundo donde el acceso a la educación ya no es tan difícil.

 

Si quiere que se lo digamos, José Bono Martínez, es cierto que entre Guinea Ecuatorial y España más cosas nos unen que las que nos separan, pero sepa que los pasos que ha dado públicamente para sostener esta dictadura que nos animaliza quedarán en la memoria de los guineanos y aumentará el número de los ellos que creen que los españoles no son de fiar. Si fuera sólo por esto, dejaríamos esto a cargo de su conciencia, pero sepa que el Gobierno de España tiene una aclaración pendiente a Guinea y al mundo sobre estos negocios tan importantes que deben pasar por encima del gozo de los derechos humanos básicos. Esta cita con la verdad siempre será exigida, al margen del final que nos reserve la Historia.

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