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ArpaViaje a Santiago de Compostela

Viaje a Santiago de Compostela

De todas las rancias ciudades españolas, la
que parece inmovilizada en un sueño de granito,
inmutable y eterno, es Santiago de Compostela.

                                                           La lámpara maravillosa, Ramón del Valle-Inclán

                                    

En 1999, por tercer año consecutivo, se organizaban en la ciudad gallega de Santiago los cursos de la Escuela Internacional de Teoría en las Humanidades, teniendo como artífices al rector de la universidad de Santiago de Compostela, Darío Villanueva, y al profesor americano, de origen rumano, Mihai I. Spariosu.

Aquel año estaba colaborando con la televisión nacional TVR, escribiendo el guion y presentando, cada semana, el curso de español titulado Viaje al español, realizado por TVE y la Universidad de Salamanca, junto al renombrado hispanista y profesor universitario Andrei Ionescu. Durante todo ese tiempo había tenido la oportunidad de conocer España, gracias a una beca de investigación en Madrid. Desde entonces soñaba con conocer dos ciudades que me fascinaban: Santiago de Compostela y Salamanca.

Uno de mis deseos se hizo realidad en 1999, cuando obtuve una beca y el día 2 de julio me embarcaba en un viaje deseado desde hacía mucho tiempo. Un viaje que me iba a llevar directamente al campus universitario de Santiago de Compostela (Residencia Universitaria Burgo das Nacións). Se trataba de participar, durante un mes, en workshops, debates, encuentros literarios, reuniones con artistas plásticos internacionales, oportunidad de visitar los centros de arte de la ciudad y de conocer tanto a profesores y rectores de la universidad de Santiago como a los guest professors de distintas universidades de Estados Unidos, como Yale, Harvard o Georgia.

Mi llegada, por la noche, fue un poco abrupta, marcada por el frío del norte, que me hizo pensar, en un principio, que había llegado a un lugar inhóspito, donde imperaban las bajas temperaturas y el fuerte viento, aunque fuera verano.

Al día siguiente salió el sol y en la sala para desayunar se estaba escuchando hablar en inglés. Los que estaban allí, hablando alegremente e intercambiando opiniones y sonrisas, se iban a convertir en mis compañeros de viaje durante un mes. Una mezcla de culturas formada por representantes de Bélgica, Holanda, Bulgaria, Rumania, Francia, Tailandia, y, la mayoría, de Estados Unidos.

Una de las primeras personas que conocí fue a Paul C. Taylor, profesor de filosofía. Estaba por vez primera en España y quería conocer el idioma. Cuando teníamos un poco de tiempo libre solíamos pasear por Santiago, por sus calles estrechas, con encanto, por el casco histórico, sin olvidarnos de los parques y del Ateneo, que se encontraba cerca de nuestra residencia universitaria.

El viaje es siempre aventura y oportunidad de conocer una ciudad a través del camino que uno hace andando. El caminar era más que una actividad cultural, un ejercicio de observación del mundo que te rodea y del detalle, de admirar la naturaleza y la fuerza invencible que transmiten los árboles. En el paseo de la Herradura los árboles eran los protagonistas, y, colocados a ambos lados del paseo, daban una sensación de protección.

En el parque de la Alameda, que bordea el casco viejo de la ciudad, una estatua de bronce, sentada en un banco, nos llamó la atención. La escultura, obra de César Lombera, inaugurada el mismo año, representando a don Ramón del Valle-Inclán, quien solía sentarse allí para admirar la belleza de la catedral. Al mirarle recordé los momentos pasados en compañía de sus Sonatas. Le hablé entonces a Paul de Valle-Inclán, uno de mis escritores favoritos. Al día siguiente nos fuimos a una librería, donde pasamos un buen rato. Más tarde, Paul quiso hacerme un regalo. Aquel día recibí uno de los libros más representativos de la picaresca americana: On the road, de Jack Kerouac, en versión original. Gracias a Paul llegué a conocer al uno de los creadores de la generación beat y su novela cumbre, En el camino, donde el viaje y la carretera son la propia vida.

El momento cumbre lo íbamos a vivir el día del apóstol Santiago, cuando las celebraciones dedicadas al santo llenaban la ciudad de gente de todos los lugares del mundo. Aquel 25 de julio caminábamos incesantemente por las calles en busca de lo desconocido. Al llegar a la Plaza del Obradoiro teníamos la intención de entrar a la catedral, disfrutar del arte y vivir la experiencia de la misa organizada en honor al santo.

La catedral domina la plaza. Es el centro del mundo. Allí donde Mircea Eliade coloca la iglesia en Lo sagrado y lo profano: aquel axis mundi donde la fe, la devoción, la creencia profunda, algún que otro sentimiento religioso o simplemente la curiosidad invitan a todos a adentrarse en su interior.

Una vez dentro contemplamos ese lugar de culto con asombro, emocionados, silentes y expectantes, intentando desentrañar los enigmas que escondían los muros del templo, llevados de la mano por el hilo invisible de La lámpara maravillosa de Valle-Inclán: “La contemplación es una manera absoluta de conocer, una intuición amable, deleitosa y quieta, por donde el alma goza la belleza del mundo”.

Como cualquier peregrino, habíamos agudizado la vista para mirar más allá, levantando la mirada a la altura del Botafumeiro, siguiendo los movimientos, aturdidos y casi incrédulos del gran incensario que nunca erraba su ruta de ida y vuelta. Durante muchos minutos, abducidos por el espectáculo, envueltos por el olor del incienso y del humo, quedamos inmovilizados ante una experiencia nunca vivida antes. El ambiente estaba lleno de una sacralidad a la que nos estábamos acercando con una especie de mysterium fascinans a través del cual el ser humano descubre “el temor religioso donde se despliega la plenitud perfecta del ser”, como señala Rudolf Otto.

A la salida, contemplando por última vez el Pórtico de la Gloria llegamos a la conclusión de que habíamos recorrido la ruta interna por la catedral con la misma fe, devoción y amor que cualquier otro peregrino viajero. Y lo que sucedió fue precisamente que nos dimos cuenta de que la mirada curiosa del viajero fue la clave para verlo y sentirlo todo. Como decía don Ramón María del Valle-Inclán, “si miras con todos los ojos, amarás con todos los corazones”.

Ese viaje nos acompañaría en muchos momentos desde entonces, una muestra de que, más allá de una experiencia religiosa, habíamos encontrado y contemplado la belleza que llegaba a nosotros a través de sensaciones, emociones y olores únicos, algo difícil de explicar: “La belleza es aquella razón inefable que por la luz descubrimos en las cosas para ser amadas, y para crear, porque amor es la eterna voluntad del mundo”. Otra vez Valle-Inclán, esta vez en La piedra del sabio.

Los visiting professors, invitados por la Universidad de Santiago, llegaban allí para impartir cada uno de ellos una conferencia sobre los temas elegidos que formaban parte de los cursos que ellos mismos desarrollan en sus universidades. Cada uno de nosotros podía elegir un curso o varios y recoger los textos del servicio de reprografía de la Facultade de Filoloxía de Santiago. Teníamos así la posibilidad de poder debatir con los profesores para formularles preguntas o aclarar dudas, incluso entrar en pequeños debates. Ese tipo de encuentros se convertían en pequeños acontecimientos donde las fronteras no existían, donde podíamos empaparnos de conocimiento y experiencias, donde el idioma llegaría a ser el de todos, y donde el amor por la cultura traspasaba cualquier barrera física y lingüística.

Los verdaderos pedagogos tienen un don especial a la hora de transmitir a los demás sus conocimientos y el amor por la cultura compartida. Son aquellos que eligen su oficio por vocación. Es el caso, por ejemplo, de Giuseppe Mazzotta, profesor de literatura en la Yale University, quien llegó a Santiago para hablarnos de Galileo Galilei. Giuseppe hablaba con tanta pasión que no era difícil adivinar que la mayor parte del tiempo lo dedica al estudio y a la investigación.

Nos conquistó a todos por su gran calidad humana, por su modo exquisito de acercarse a las personas y no quedarse en la superficialidad en la apariencia. Tuve la oportunidad de conocer a Giuseppe y de poder hablar con él durante los días que permaneció en Santiago. Fue él quien me propuso ir a dar clases de español a Yale, y, empezar así mi propia aventura americana. Pero mi amor por España, por la cultura española, a la que considero que ya pertenezco, no me dejó decir que sí.

Giuseppe Mazzotta, que recibió el premio Lifetime Achievement Award por The Italian scientists and scholars of North America Foundation, conocía muy bien la historia de España y sentía una admiración especial por ese país. En una entrevista concedida a Alberto di Mauro, exdirector del Instituto Cultral Italiano en Los Ángeles, ponía como ejemplo España, hablando del papel del idioma como una herramienta de hegemonía: “Como nos ha enseñado una de las mentes filosóficas más brillantes del Renacimiento, Lorenzo Valla, la grandeza y la extensión del latín en la época romana dependía del poder de Roma y viceversa. La aguda visión de Valla sobre la existencia de un vínculo orgánico entre el poder y la importancia de la lengua y la cultura fue recogida por el humanista español Antonio de Nebrija, autor de la Gramática de la Lengua Castellana y, en 1492, se la regaló a la reina Isabel: Isabel, sin duda, entendió que la lengua era una herramienta de hegemonía y, de hecho, anticipó la construcción del imperio que Cristóbal Colón puso a disposición de la Corona española. ¿Qué pueden hacer los italianos con su propia lengua?”.

El profesor estadounidense Roald Hoffmann fue otro de los invitados de honor. Llegó en la segunda mitad del mes de julio. Su cercanía y simpatía hicieron que nos acercáramos a conocerle y a escucharle. El profesor Hoffmann vino a pronunciar una conferencia sobre la obra de Bertold Brecht, The Life of Galileo, titulado In case of doubt – Brecht and Galileo. El profesor Hoffmann recibió en 1981 el Premio Nobel de Química junto a Kenichi Fukui por su Applied theoretical chemistry.

Sobrevivió a la guerra y llegó a Estados Unidos en 1949, dedicándose a estudiar química en las universidades Columbia y Harvard. Además de científico, había mostrado siempre un especial interés por las humanidades, logrando crear un mundo interconectado entre la ciencia, la poesía, la filosofía y la dramaturgia.

El premio Nobel de química se consideraba profesor por encima de todo. En una entrevista le preguntaron sobre la importancia de ser profesor. Su respuesta encarna la esencia de ese oficio: “Obtengo mucha satisfacción personal al cooperar y despertar la inteligencia y el talento que hay en la mente de la gente. Digo cooperar porque ya está ahí. Así es como Aristóteles habló del proceso de enseñanza como un proceso cooperativo entre maestro y estudiante. La base está ahí. Por no hablar de una especie de despertar, una especie de ayuda para formalizar lo que ya existe. No son los hechos los que son importantes, sino las formas de tratar y organizar los hechos que están ahí”.      

El mundo del arte estuvo representado en aquellos días de Compostela por el artista alemán Jürgen Partenheimer. Nació en Múnich en 1947, un artista constructivista y posminimalista, que había preparado una serie de obras escultóricas para el Centro Galego de Arte Contemporáneo. Jürgen, un artista pluridisciplinar, creaba esculturas, pintaba y le encantaba dibujar. Tuvimos la oportunidad de hablar y me confesó su pasión por la poesía y, en concreto, su especial admiración por la poesía de Paul Celan. Hablamos también de sus esculturas y de cómo empezó a estudiar a los grandes artistas tanto que preparó su tesis doctoral sobre el reconocido escultor rumano Constantin Brâncuși. Con Jürgen Partenheimer volví a tener la oportunidad y el placer de colaborar, en 2008, mientras ejercía de directora adjunta del Instituto Cultural Rumano en Madrid, en un proyecto que propuse al Instituto Goethe de Madrid: Brâncuși, artista universal. Fue entonces cuando el artista alemán compartió con todos nosotros su amor por la escultura y su gran admiración por el artista rumano.

La literatura extranjera estuvo representada en Santiago por el escritor francés Michel Rio (Bretaña, 1945). Recibí un ejemplar del libro y me ofrecí a leer el libro Merlín (Debate, 1994), traducido al español por Alberto Conde. El libro era una reinterpretación del mito de Merlín y de los caballeros de la tabla redonda, hecha con una libertad absoluta, una versión del mago Merlín totalmente distinta, combinación entre la ficción y la historia. Al final pude hablar con el autor sobre su libro y recibir una emocionante dedicatoria por su parte.

Hacia finales del mes de julio, Mihai Spariosu quiso llevarnos a un viaje a Finis Terrae. Con solo pensar que podíamos llegar al fin del mundo, allí donde se acaba la tierra y empieza la inmensidad del océano, era el mejor evento que nos podía pasar, antes de concluir nuestra estancia en Santiago. Así que nos llevó en su coche a Paul, Mark, Anne, la chica holandesa, y a mí hacia unos parajes maravillosos donde pudimos conocer las playas, el océano, el faro, los delfines, las carreteras y un paisaje que nunca abandonaríamos en la memoria.

Si tuviera que sacar una conclusión de nuestra experiencia en Santiago de Compostela lo definiría con las palabras del profesor Giuseppe Mazzotta: “Creo firmemente en lo que yo llamo la movilidad de la cultura –la necesidad e importancia de los intelectuales, artistas, científicos, teólogos, educadores, etcétera– para moverse y hacer del mundo una escuela para el bien”.

Todo lo observado se convierte más tarde en instantes de reflexión que se posarán en la memoria para siempre, como los de una experiencia que recordaríamos con la misma emoción con la que la hemos vivido.

Los cursos de la escuela internacional finalizaron con una cena organizada por la dirección de la Universidad de Santiago en nuestro honor. La cena se celebró en una de las salas de un recinto histórico, perteneciente a una de las universidades más antiguas del mundo. Pudimos reunirnos todos y compartir, por última vez, nuestras impresiones de todas las experiencias vividas allí, durante un mes. También pudimos conocer y agradecer a los rectores de la Universidad de Santiago. Uno de ellos era Darío Villanueva, exdirector de la Real Academia Española, quien amablemente habló con nosotros y junto a él pudimos reflejar esos momentos en unas fotografías que hablan por sí solas del paso del tiempo y de nuestras vidas. Unas fotografías que dejan plasmados momentos únicos, irrepetibles, que captaron un paisaje, una luz, una mirada, un rostro y nuestra felicidad.

Aprendí también a valorar el gallego, con una pronunciación muy cercana al portugués, a maravillarme por la musicalidad de palabras únicas como morriña, tan profunda como saudade, sinónimos de la palabra dor, la nostalgia rumana, una profunda melancolía. Palabras casi intraducibles. El idioma no es solo un instrumento de comunicación, sino mucho más cuando se habla desde el alma. Descubrí que los gallegos y los rumanos tenemos algo en común que quizás no tenemos con otros pueblos: una honda sensibilidad del alma y una atención especial por el detalle.

Este es mi particular homenaje a Santiago de Compostela, a una ciudad que me fascinó, un canto a Galicia y a los gallegos que nos acogieron con tanta calidez, un recuerdo con un agradecimiento a los que lo hicieron posible, a la Universidad de Santiago de Compostela, a Darío Villanueva y a Mihai Spariosu, a los profesores y a las autoridades que nos pusieron a disposición todo lo que hemos necesitado durante nuestra estancia allí.

Queda en la mirada el color gris del granito, la arena fina de la playa, el olor de la ciudad, mezcla del mar e incienso, de un viaje que nunca acaba. Como decía Saramago, “el fin de un viaje es sólo el inicio de otro”. Al final de cualquier viaje andando empieza siempre otro, el interior, de los recuerdos y de la memoria. Porque “un viaje no existe si no es en la memoria” (Viaje a Portugal, José Saramago).

 

Notas:

Mihai I. Spariosu es profesor de literatura comparada, distinguished research professor en la University of Georgia, Ph. D. Stanford. Codirector de la International School of Theory in the Humanities, Santiago de Compostela, entre 1997 y 2000, junto al rector Darío Villanueva. Presidente y cofundador de la International Foundation for Global Studies, Atlanta, Georgia, 1998-2003. Entre sus libros figuran: Remapping Knowledge: Intercultural Studies for a Global Age, Oxford y Nueva York: Berghahn Books, 2006; The Seventh Letter: A Philosophical Enigma at Plato’s Academy, traducida al rumano y publicada por la editorial Humanitas y en vía de publicación por Random House de Nueva York; Global Intelligence and Human Development: Toward an Ecology of Global Learning, Cambridge, Mass: MIT Press, 2004; The Wreath of Wild Olive: Play, Liminality and the Study of Literature, Albany, NY: SUNY Press, 1997; God of Many Names: Play, Poetry, and Power in Hellenic Thought from Homer to Aristotle, Durham, N. C.: Duke University Press, 1991; Dionysus Reborn: Play and the Aesthetic Dimension in Modern Philosophical and Scientific Discourse, Ithaca, NY: Cornell University Press, 1989; Literature, Mimesis and Play: Essays in Literary Theory, Tuebingen: Gunter Narr Verlag, 1982. Entre sus traducciones se encuentra el libro de Darío Villanueva Theories of Realism, traducido del español al inglés por Mihai Spariosu y Santiago García Castañón, Albany, NY: SUNY Press, 1997.

Roald Hoffmann es autor de ensayos como Chemistry Imagined junto con la artista Vivian Torrence, The Same and Not the Same and Old Wine (traducido a seis idiomas), New Flasks: Reflections on Science and Jewish Tradition, junto con Shira Leibowitz Schmidt. En teatro: co-autor de la obra Oxygen, junto con el científico Carl Djerassi, llamado Science as Theatre, traducida a diez idiomas; Should’ve, 2006; We Have Something That Belongs to You, con el primer workshop representado en 2009. En poesía: Catalista: Poemas Escogidos, editado por Huerga & Fierro Editores, Madrid, 2002.

Giuseppe Mazzotta es actualmente sterling professor en el departamento de Humanidades de la Yale University. Entres sus libros figuran Dante, Poet of the Desert: History and Allegory in the Divine Comedy, Princeton,1979; The World at Play in Boccaccio’s Decameron, Princeton, 1986; Dante’s Vision and the Circle of Knowledge, Princeton, 1993; The Worlds of Petrarch, Duke UP, 1993; The New Map of the World: the Poetic Philosophy of Giambattista Vico, Princeton, 1998 (hay traducción italiana en Turín: Einaudi, 2001); Cosmopoiesis: The Renaissance Experiment, Toronto UP, 2001 (traducido también al italiano en Palermo: Sellerio 2008).

Paul C. Taylor es profesor de filosofía y estudios americanos y africanos en la Pennsylvania State y Ph. D. en filosofía por la Rutgers University. Entres sus libros figuran Race: A Philosophical Introduction, Polity, 2003; On Obama, Routledge, 2016; Black is Beautiful: A Philosophy of Black Aesthetics, Blackwell, 2016, libro por el cual recibió el Monograph Prize concedido por la American Society for Aesthetics en 2017.

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