Año tras año, una de las visitas obligadas de ARCO es el stand de la Fundación Telefónica. Allí se exponen los proyectos ganadores del cada vez más prestigioso Concurso Internacional de Arte y Vida Artificial VIDA, que en 2010 cumple su duodécima convocatoria. Bajo la impecable dirección de Daniel Canogar, el jurado ha otorgado este año el primer premio a Silent Barrage, un compleja instalación de arte tecno-biológico en la que una red de neuronas de embriones de rata cultivadas en un laboratorio de Estados Unidos interactúa en tiempo real con los visitantes de Madrid por medio de una serie de postes robóticos. Cuando el público penetra en el espacio de la instalación, unos sensores detectan su presencia, elaboran a partir de ella una información sobre el entorno y la envían por internet a las neuronas en Atlanta. En función de los datos enviados y del área de tejido celular que las recibe, esta suerte de cerebro in vitro reacciona y manda órdenes a unos anillos mecánicos que van deslizándose por los postes y dibujando marcas en ellos. La pieza contiene un buen compendio de reflexiones en torno al cambio de paradigma sobre lo que podemos considerar vida: la separación física –incluso geográfica– entre cerebro y cuerpo, internet como herramienta de desmaterialización y recomposición, la hibridación de tecnologías, el mestizaje entre lo orgánico y lo inorgánico, la ingeniería de tejidos, el cerebro sin cuerpo, el cuerpo sin lugar.
En un ambiente tan artificioso como el de ARCO, impregnado de solemnidad afectada, la presencia de los científicos supone paradójicamente un soplo de naturalidad. La vida artificial es lo menos artificial de ARCO. El arte tiene una de sus más claras posibilidades de innovación en la recuperación de sus relaciones con la ciencia y en la implicación de las nuevas tecnologías como herramienta creativa. Esa es la línea de trabajo del Concurso VIDA, una idea impulsada en 1998 por el artista Rafael Lozano-Hemmer, que supo convencer a la Fundación Telefónica de la necesidad de apoyar este nuevo tipo de prácticas artísticas.
Lozano-Hemmer es el responsable de uno de los eventos extradeportivos más interesantes de las actuales Olimpiadas de Invierno, la mega-instalación «Alzado Vectorial». Desde el pasado 4 de febrero y hasta el día 28, el cielo nocturno de Vancouver aparece entretejido de geometrías luminosas generadas por veinte cañones robóticos de luz, situados en el área de English Bay. No es un sólo un espectáculo de luces. Más allá de su escala y vistosidad, la importancia de la pieza reside en que puede ser controlada de forma pública a través de internet. Desde la web www.vectorialvancouver.net y a través de un interfaz 3D basado en Google Earth, cualquier usuario puede mover los grandes focos y crear sus propias esculturas de luz. Una vez generado el diseño virtual en el ordenador, éste se ejecuta en el mundo real. Cuatro cámaras colocadas en distintos puntos de la ciudad captan el resultado y documentan la intervención en una página web creada a tal efecto para cada usuario.
Lozano-Hemmer conecta dos escalas y dos universos diferentes –lo virtual y lo real– a través de la erótica del control y pone en manos del público una experiencia que remueve resortes relacionados con el juego, el poder, la causalidad, las políticas desproporcionadas y las relaciones entre diseño y realidad. Una revisitación lúdica, colaborativa y pacífica del mito del botón rojo, del detonador, de la guerra a distancia, del Dr. No. La pieza está profusamente explicada y documentada en su excelente web y en ella, además de participar, pueden conocer la elaborada tecnología que hay detrás, las referencias históricas que el autor ha utilizado y otras ciudades en las que anteriormente se ha realizado la instalación.
Lozano-Hemmer es un artista tremendamente prolífico y su obra recorre todas las escalas, desde intervenciones casi geográficas hasta pequeñas obras objetuales o incluso piezas de Net-Art. En la presente edición de ARCO lo pueden encontrar representado en cuatro magníficas galerías: Haunch of Venison, Bitforms, Guy Bartschi y Max Estrella. La mayor parte de su obra utiliza la presencia del espectador para desencadenar, a través de la tecnología, procesos relacionales que permiten nuevas percepciones sobre el ser humano, la arquitectura, la política o la Historia.