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Vidas y cavernas en las causas de un siglo

Estamos ante un estupendo libro que no me he cansado de elogiar y recomendar desde que lo leí en su primera edición. Una obra a la que le pilló lo más crudo de la pandemia, lo que ha retrasado inevitablemente su presentación ante el público, pero que ha volado con fuerza por sus muchos méritos en un boca-oreja constante de lectores que ha hecho que en este momento estemos ante la 4ª edición del título.

Enric Juliana es un periodista de larga y acreditada carrera en los más importantes medios españoles, corresponsal que fue en Roma y, en la actualidad, director adjunto de La Vanguardia, al frente de la delegación del diario en Madrid. Juliana se caracteriza por un periodismo riguroso, bien informado, profundamente analítico y, a menudo, acompañado de una elegante ironía ─estilo con el que desvela las claves de una contemporaneidad convulsa, confusa y con tendencia a la distorsión─, ya sea en sus magníficas columnas y crónicas, ya en sus colaboraciones radiofónicas o televisivas.

Aquí no hemos venido a estudiar es uno de los trabajos más interesantes que se han producido recientemente en nuestro país. Estamos ante una fascinante combinación de periodismo, historia, memoria y literatura, lo que le sitúa en ese fértil espacio editorial en el que topamos con obras relampagueantes, superadoras de las barreras de los géneros y los estereotipos. Juliana, como hiciera Manuel Chaves Nogales, Emmanuel Carrere, Iván Jablonka, Patrick Radden Keefe o Javier Cercas, construye una obra llena de realidad y frescura a partir de ciertos sucesos de los que a veces no hay una gran memoria, pero que le sirven para explorar la contemporaneidad, la complejidad de nuestro pasado reciente y las bases de la confusión presente.

La aparente sencillez narrativa de la obra, merece atención y señalar alguna característica del texto. La primera de ellas es la estructura de la obra, que traslada en estas 350 páginas la perfecta inteligencia de lo que es la vida de un país: una urdimbre trazada a partir de historias anónimas o menores entremezcladas con la política internacional, la economía de bloques, lo grande y lo pequeño, lo inmediato con lo distante, al de arriba con el de abajo, con un estilo ágil y cautivador. A través de los 41 capítulos que arman el contenido, conoceremos los avatares de dos hombres que se vestían por los pies, Manuel Moreno Mauricio y Ramón Ormazábal, que, como tantos otros, convirtieron la dureza y miseria de su vida en una causa universal, en una entrega política que los llevó a ser elementos clave de una Historia ─con mayúsculas─ que se empeñaba en ignorar a los de su clase. El mecánico de Badalona y el roble de Euskadi son tan determinantes para esta historia del siglo XX, como lo son Churchill, Truman o Stalin. Y esta es una historia grande, la de nuestro mundo, tan compleja y bien trabada por Juliá que puede empezar a ser contada desde la Cárcel de Burgos para saltar a continuación a Postdam, París, Argelia, Washington, Argentina, Moscú o Pekín.

El libro se arma, permítaseme la licencia, con un sentido cuasi bíblico: no es una cuestión de plagas o de voces que claman en el desierto, que las hay, sino un inteligente deambular por el tiempo adelante y atrás, flashbacks y flashforwards, que permiten pasar de 1962 a 1947, asomarse a la Guerra Civil y avanzar hasta 1969 o 1974, pero también, como decía antes, entender el mundo como tablero de una partida universal en la que todo está interconectado. Una historia de historias de sesgos cervantinos, que en todo momento resulta clara, comprensible y adictiva. Una historia con mayúsculas que nos permite comprender y discernir mientras sus protagonistas luchan por interpretar adecuadamente los signos de su tiempo. Y ahí aparece el maravilloso uso que Juliana hace de la alegoría de la caverna de Platón, particularmente aplicada a la Prisión de Burgos.

Burgos es parte de este libro, pero no desde la acostumbrada exaltación del dictador y corte. La ciudad que aquí aparece es una sombra del sistema que convirtió a su Prisión central en uno de los ejes definitorios de la dictadura: la represión ideológica. Pero Burgos fue también solidaridad y apoyos, gentes, especialmente mujeres, que arriesgaron su vida para que la información entrara y saliera al y del patio, que se organizaron para acoger y apoyar a los miles de presos políticos y sus familias que vivirán la dictadura como una pesadilla constante. El Burgos franquista no fue, pues, únicamente el de los vencedores, el del nacionalcatolicismo, el de los cides, fernan-gonzáleces y demás pseudomedievalidad casposa con camisa mahón. Burgos también creció por la llegada de miles de familias represaliadas y maltratadas de toda España que trashumaban su dolor y pobreza acompañando a sus familiares presos por el suelo patrio. Franco quiso que la capital de la Cruzada fuera el núcleo de la represión y control de los presos políticos de todo el país, que la cárcel más fría de España fuera un nuevo Stalingrado en el que aislar y diezmar a los rojos capturados. Y lo que tenía que ser un centro de deshumanización y aniquilación —lo fue—, también se convirtió en un ámbito de formación y resistencia, en la Universidad, la primera Universidad de Burgos. De las filas de aquella famélica legión de presos y familias saldrían muchos de los agostadores de la dictadura y de los protagonistas de la Transición.

Enric Juliana nos traslada la crónica negra de una dictadura brutal, ciega, construida sobre el odio y la intolerancia, que estuvo al borde del completo desastre económico y que tuvo que cerrar ojos, boca y nariz para refundarse, no exactamente sobre los postulados de la Escuela de Chicago como haría después el Chile de Pinochet, pero sí aplicando las medidas del liberalismo que se decía combatir, renunciando a la soberanía económica con la que se había hundido al país para seguir los dictados de los norteamericanos y del Fondo Monetario Internacional. Y Burgos, o mejor, su cara oculta concentrada en la prisión central, fue uno de los espacios de determinación histórica de lo que podía ser la España de la posguerra y hasta de la postdictadura. Entre los muros penitenciarios sobrevivía toda la fauna de ideologías disolventes, marxistas, anticatólicas, separatistas, como se les decía entonces, se discutía la política del Partido —no hacía falta aclarar de qué partido se trataba entonces—, se trasladaba información a Radio España Independiente, se recibían consignas de París, de Toulouse o Moscú, se leían entrelíneas los movimientos de Washington, de toda la política internacional y de los avances del movimiento obrero en España. Y se construían espacios de solidaridad y resistencia interna. Como elige atinadamente Enric Juliana, una reunión de presos de 1962, hila la historia de la prisión con la de Europa, el llamado Mundo libre, la influencia de la URSS, los planes tecnocráticos de estabilización económica, la creación de la OTAN, el despegue del Mercado Común y la ulterior llegada de la democracia. Una reunión clandestina en una celda de esta prisión discutía continuar la lucha de resistencia —postura de Moreno Mauricio— o pasar a encabezar una vanguardia desestabilizadora del sistema —como pregonaba Ormazábal. El bocinazo de este último es el que da título al libro.

Aquí no hemos venido a estudiar funciona como una maravillosa contradicción de su enunciado: es un libro para empaparse de lo que cuenta, para disfrutar leyendo la historia de un siglo XX a través de crónicas personales, de inteligentes interrelaciones y análisis políticos y económicos, de aproximación a los grandes nombres de la historia y a los supervivientes más olvidados. Un libro que trufa lo más o menos sabido con las vidas de quienes viajaron escondidos entre plátanos de una bodega trasatlántica, que cruzaron ilegalmente fronteras, que sacrificaron sus vidas personales y familiares en una lucha de grandes ideales que les devoró y consumió, y que de no ser por gentes como Enric Juliana, habrían quedado sepultados por el olvido.

Juliana conoció a algunos de estos protagonistas fundamentales, los trató y admiró, particularmente al gimnástico Manuel Moreno Mauricio, y se nota. En Aquí no hemos venido a estudiar, encontramos destellos de admiración y respeto ante la grandeza de estas vidas humildes, su capacidad de compromiso y sacrificio, de lucha contra gigantes ante los que jamás se rindieron. Pero el resultado no es una suma de elegías, no son hagiografías de viejos comunistas o glorias nostálgicas de aquel “contra Franco vivíamos mejor”, sino un inteligente y ameno libro-crónica de un siglo, de un país, de un mundo polarizado, pero también interconectado, global y en permanente cambio. Un libro que cuenta con limpieza y estilo claro, directo, el del mejor periodismo, la complejidad y dureza de la vida, y la pasión con que debe arrostrarse. Una obra para eludir la resignación y el fatalismo, la pérdida de horizontes o de compromisos. Un libro que nos traslada que el desconcierto, la dificultad para interpretar las sombras, se supera con más trabajo y compromiso, aunque se yerre en algunos diagnósticos. Que, en definitiva, no era solo a los presos políticos de la cárcel de Burgos a quienes confundían aquellos ecos y reflejos del exterior, sino que todos estamos cautivos en la caverna, pero que hay que luchar por interpretar sus sombras, por conocer lo que esconden o lo que parecen querer decir.

Para aquellos que conforman los repertorios bibliográficos de Historia, Ciencias Políticas, Filosofía, Sociología y Antropología, he aquí una obra de indudable valor e interés, una mirada completa y compleja a un siglo de interconexiones, globalidad, grandes causas y no menores traiciones. Un libro con el que aprender y reflexionar, también disfrutar.

El libro ha sido galardonado con el Premio Rodolfo Walsh 2021 ─Semana Negra de Gijón─, a la mejor obra de tema criminal de no ficción escrita en español.

Reseña de Aquí no hemos venido a estudiar. Enric Juliana, Barcelona: Arpa, 2020.

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