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Viernes con autómatas y criaturas fantásticas

L queda con una amiga y sus dos hijos para ir a El Retiro un sábado por la tarde. Se han enterado de que hay un carrusel y otras atracciones que podrían gustarle a los niños. Las madres acuerdan verse a las 18 h en el piso de L. Es verano todavía y se puede aprovecha la tarde para que los niños jueguen. Mientras tanto, ellas hablarán de un libro de cuentos infantiles que preparan juntas.

 

Cogen el C2. Durante los 15 minutos que dura el trayecto los niños no paran de reírse y hablar sobre todas las cosas que harán una vez que lleguen al parque. Se bajan en la avenida Menéndez Pelayo. Muy cerca de la entrada hay un pequeño estanque con patos. Los niños se acercan a mirarlos, mientras las madres les siguen de cerca intentado no perder el hilo de su conversación. 

 

A los pocos minutos M pierde el interés por los patos y le dice a su madre:

-Mamá tenemos que apurarnos o no nos dará tiempo de subirnos al carrusel.

L le contesta que tiene razón y anima al grupo a acelerar el paso y dirigirse al Paseo de Coches. Encuentran el enorme carrusel. Se llama Manège Carré de Senart. No es la típica atracción de feria con animales clásicos adornados con cintas de colores, estos son insectos con miembros de otros animales, cabezas de peces de esos que sólo se encuentran en lo más profundo de los mares y búfalos gigantes. Están construidos en metal y pueden moverse a través de palancas al alcance de los niños.

 

M y su amigo D, el hijo mayor de la amiga de L, se impresionan al verlos. Para sacarlos de su asombro y animarlos a subirse, sus madres les preguntan cuál de esas criaturas les gusta más. D responde que quiere el búfalo. M duda un momento, pero al final se decide por la mariquita con cabeza de rana, pero le deja claro a su mamá que va a subir solo si ella la acompaña. Al fin, después de un rato aguardando, la atracción se detiene para dejar paso a una nueva tanda de niños y adultos. 

 

L compra los boletos, un euro por persona. Su amiga también decide acompañar a sus hijos en la aventura y se sube en el mastodonte de tres metros de altura. L se alegra de que M escogiera la mariquita, está embarazada de cinco meses y la barriga no le deja tanta facilidad de movimiento. La niña se sube a su insecto y su madre se queda a su lado, pero uno de los acomodadores le dice que no puede estar de pie, que tiene que escoger uno de los animales y subirse. L duda, pero M la mira pidiéndole que no la deje sola. El carrusel está casi lleno, sólo queda huérfano un saltamontes con cola de iguana con un asiento no apto para mujeres a las que empieza a notársele los kilos de más. A L no le queda otra opción que subirse, afortunadamente el acomodador se apiada de ella y le da un pequeño empujón para que pueda sentarse. Ya sin nada que interrumpa la función, el carrusel se pone en marcha. 

 

El suelo que está debajo del saltamontes-iguana gira en dirección contraria al de la mariquita-rana, lo que hace que por momentos M pierda de vista a su madre y cuando se reencuentran la niña se destornilla de risa. Cuando se acerca la vuelta final, el carrusel disminuye su velocidad. M y sus amiguitos comienzan a pedir “una vuelta más por favor”, las madres ceden y una “vuelta más”. 

 

A la quinta vuelta, logran convencer a los niños de ver la otra atracción que está en frente al carrusel. Se trata de un museo de autómatas. A la entrada de la caseta, hay varios muñecos de madera que recrean una escena de una orquesta de un cabaret cubano, los hombres ataviados con las camisas con vuelos y pantalones ajustados mueven sus bocas y tocan instrumentos. También hay una mujer que se mueve al ritmo de un son cubano. Los niños bailan y se ríen viendo a los muñecos. 

 

L y su amiga leen en un cartel de qué se trata la atracción: es un teatro de autómatas, dioramas que escenificaban de forma satírica escenas de la vida diaria en España a principios del siglo XX. Las piezas han sido restauradas durante dos años. Les suena muy bien la historia. Compran las entradas: dos euros por persona. Una vez dentro los niños se asustan un poco porque está oscuro, la poca luz ayuda a visualizar mejor los dioramas. El primero es de una cantadora muy hermosa, que tiene a su lado un guitarrista, están interpretando un flamenco, pero de pronto la cara de la mujer cambia y se convierte en una cantante fea, exageradamente maquillada. La segunda muestra a una mujer en el salón de su casa, sentada, leyendo mientras su marido está en la cocina con un bebé en brazos intentando hacer la comida… así hasta doce escenas más. 

 

El último de ellos es el que más le gusta a los chicos, se quedan embobados mirándolo, muestra a una mujer arrodillada sobre el colchón de su cama, tiene en su mano una escoba que levanta cada vez que sale de debajo de su cama un ratón sonriente. Al terminar el recorrido, los niños quieren volver a verlo todo. Cada uno va escogiendo la escena que más le gustó y la comentan. Mientras ha sucedido todo esto, L y su amiga han acordado varios puntos de su agenda, y el libro infantil comienza a cuajar en este ambiente propicio.

 

Salen del teatro y ya ha oscurecido. Las luces del carrusel empiezan a apagarse, el parque comienza a quedarse sin gente. Los niños tienen hambre. Madres e hijos dan una caminata hasta el Paseo de Recoletos para buscar un sitio donde comer y donde las amigas intentarán continuar su conversación.

 

 

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