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Visita a la imprenta

 

Los días laborables, a primera hora, el nudo de Manoteras es un hervidero distópico. El tren de cercanías y el metro ligero vomitan autómatas que avanzan como gotas de agua hacia el sumidero. Al bajar en la estación del tren se forma una hilera ante la escalera mecánica que desciende al pasillo, al fondo del cual te topas con una nueva y larga fila para salvar el torno de salida –hay sólo media docena para la avalancha–, que te permite llegar a la cola de la escalera mecánica que asciende a la calle. Ya en el exterior te ves abocado a cruzar un paso de cebra que los coches acechan, colándose casi entre dos personas ante el flujo interminable.

 

Las avenidas del nudo de Manoteras no son tales, sino calles estrechas sin apenas aceras con recorridos tortuosos donde sólo se escucha el toc-toc de los tacones de mujeres que parecen demediadas –como aquellos álbumes infantiles que jugaban a barajar las figuras–, de cintura para arriba con pañuelos, broches, gafas, bolsos colgados, auriculares y muchas pinturas y adornos, y abajo entubadas con una falda estrecha y justa. Se dispersan y cada cual entra en su edificio, enormes moles con carteles y logos enigmáticos que no dejan advertir si allí se fabrican pañuelos de seda u ojivas de carga hueca. Uno de estos centros, todo un complejo, compuesto por varias edificaciones desiguales, está coronado por un cartel que dice BOE, y en su interior hay una imprenta.

 

La imprenta del Boletín Oficial del Estado, que se trasladó a Manoteras en los años ochenta, llegó a ser de las mejores de España. A mediados de los noventa se tiraban allí más de 80.000 ejemplares de lo que en la casa se conoce como “el periódico”. Se redujeron a la mitad en el año 2000 y cuando, a finales de 2008, se dio carácter oficial a la edición en internet y se dejó de imprimir en papel, apenas se alcanzaban los 12.000. La rotativa fue enajenada y desde entonces el BOE trata de adaptarse a los nuevos tiempos buscando, sobre todo en la Administración –y con la ayuda de una legislación que obliga a pedirles presupuesto–, clientes que permitan mantener a una plantilla de unos 360 trabajadores, buena parte provenientes del mundo de las artes gráficas. Su evolución y la alta cualificación de sus profesionales convierten al BOE en un buen “observatorio”, por utilizar el pomposo término que gusta a los políticos.

 

El sector es uno de los que más duramente ha sufrido la crisis. Muchas de aquellas imprentas que invirtieron entre millón y medio y dos millones de euros y donde se trabajaba en tres turnos diarios, han echado el cierre, y el parque de maquinaria de segunda mano, dicen los expertos, es hoy en día “espectacular”. Quien mejor ha aguantado la crisis es el huecograbado, en primer lugar porque hay pocas casas especializadas y también porque el tipo de producto que ofrece –siempre de lujo: folletos de joyerías, de coches de alta gama, catálogos de arte, y una de las cabeceras de mayor calidad gráfica de España, la revista ¡Hola!– apenas se ha resentido. La impresión offset, sin embargo, cada vez va a menos y parece herida de muerte.

 

La imprenta del BOE cuenta con cinco máquinas offset, de diferentes cuerpos, así como con cadenas de plegado, embuchado y encuadernación que posibilitan obtener el ejemplar acabado. Estos días se prepara una partida del “Libro de familia”, con letras doradas grabadas en la cubierta sobre fondo azul, en español y en los diversos idiomas del Estado. Al tratarse de un producto que debe llevar una numeración correlativa, exige una verificación final que se realiza manualmente. Es lo que ofrece el BOE y por lo que trata de diferenciarse: un riguroso control de calidad de cada uno de los procesos. La Administración, en cualquier caso, cada día imprime menos y tiende a hacer sus publicaciones electrónicas o a abandonarlas en la web.

 

El caballo de batalla está en la edición digital, capaz de obtener tiradas más ajustadas y a mejor precio, incluso de personalizar cada uno de los ejemplares. El BOE fue consciente de la revolución digital y en los últimos cuatro años ha adquirido cuatro máquinas en color y dos en negro, y prevé seguir invirtiendo. Pasar del offset, con el arranque de la máquina, las planchas y el estruendo de los pliegos deslizándose, al contiguo entorno digital, aséptico y ciego como una fotocopiadora gigante, es como pasar de viajar en diligencia a hacerlo en un patinete eléctrico. Los trabajadores, en el primer caso, son extrovertidos y descamisados, mientras que en el segundo –otro olor, otra atmósfera– se limitan a cargar papel y a recoger el resultado, pues incluso la orden de impresión se da desde un ordenador lejano.

 

Todavía se traza una ecuación según la cual hasta 300-400 ejemplares es rentable la edición digital y a partir de esa cifra es mejor imprimir en offset. Los viejos prejuicios de la calidad han quedado atrás y hoy en día, afirman en el BOE, ni siquiera un ojo experto es capaz de diferenciar un producto de otro. La tecnología inkjet de alta velocidad, predicen, ya ha superado los últimos hándicaps de velocidad y calidad que pesaban sobre la impresión digital; se está desarrollando a toda prisa y los expertos calculan que llegará al mercado plenamente a mediados de 2018. Eso sí, advierten, siempre que no salga un nuevo invento. La impresión offset, con las inversiones y el trabajo que requiere, desaparecerá y quedará en el museo de algún edificio tan fantasmagórico como los del nudo de Manoteras.

 

La impresión digital permite cumplir un sueño: abordar la edición a pequeña escala, pues se puede adecuar al ritmo de venta de cada editorial con una inversión moderada. fronterad publica desde hace año y medio libros en un mercado ágil que se está diversificando, y cuenta ya, además de ebooks, con media docena de libros impresos. El último título, Siniestro Total. Crónicas de la crisis en España (2012-2015), de Pedro Simón, un relato apasionante de la crisis desde la perspectiva de las víctimas, está ya en la imprenta (digital), en preventa en la distribuidora (Librerantes), y en unos días, a la venta en las librerías. Sólo hace falta contar con buenos libros que publicar.

 

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