No hagan caso al diccionario. Aunque se empeñe en que la arquitectura es el arte de proyectar y construir edificios, si indagamos veremos que es mucho más que eso. Ya Aristóteles hablaba de lo arquitectónico como un saber organizador y amplio destinado a la consecución de un fin. En términos parecidos se han pronunciado muchos otros pensadores de todas las épocas. Así que sería más lógico entender la arquitectura como la forma en que el hombre se organiza y actúa para habitar. En este asunto construir edificios es tan sólo una opción más, y desde luego no siempre la mejor.
Por eso es estimulante ver que las nuevas generaciones de arquitectos están empezando a abordar la profesión como ámbito global de acción para estar en el mundo. Un ámbito transversal propicio a la visión panorámica y al diálogo con otras disciplinas, donde cualquier proyecto para hacer más habitable un territorio tiene que plantearse a partir de estrategias participativas y donde la ciudad debe ser reivindicada como laboratorio de innovación social, como plataforma de encuentro, aprendizaje e integración.
Sobre ese cambio de mirada -local y global a la vez-, que tiene un importante aliado en internet y las nuevas tecnologías, pretendemos reflexionar en Arquitectura sin edificios, una serie de artículos que hoy iniciamos con un texto del joven arquitecto colombiano Felipe Velásquez. Creador de la red Lapapaya.org (Vitamina para tus sueños!), Velásquez trabaja con los social media para descubrir las necesidades y deseos de la gente y utilizar lo arquitectónico como herramienta para mejorar el mundo.
Emilio López-Galiacho
Vitamina para tus sueños
1. Arquitectura y arquitectos
Siempre he entendido la arquitectura como un oficio noble, destinado a transformar el territorio para lograr mejores condiciones humanas, sociales y medioambientales. Lastimosamente, durante los últimos años los arquitectos hemos dejado de ser constructores honestos de espacios, sensaciones y texturas para convertirnos en cómplices del enriquecimiento de unos pocos, en perjuicio del orden social, la equidad y el medio ambiente. Al mismo tiempo, la profesión se ha convertido en una competencia de vanidades, una lucha de apariencias, luces y espectáculo, que cada vez más desdicen de nuestro oficio y espantan este espíritu conmovedor y emocionante del que hablaban Paul Valery o Gastón Bachelard, dos de los autores que más me influyeron de estudiante.
Durante los últimos treinta años, la arquitectura ha pasado de crear cobijos para las personas y configurar ciudades capaces de envejecer con dignidad, a producir objetos y piezas que solo buscan la seducción inmediata, más vinculadas con las pasarelas de moda que con unas bases sociales equitativas y justas en el reparto de los recursos, el trabajo, la mano de obra y la tierra. Los arquitectos hemos prostituido el oficio y lo hemos llenado de formas extravagantes que guardan más relación con el caos interno que vive nuestra sociedad que con una conexión honesta con nuestra procedencia y nuestro entorno. Hemos estado inmersos en un negocio basado en el ansia de lucro, la falta de coherencia y un reparto centralizado e injusto del territorio y la riqueza. He sentido tanta vergüenza por ello que en muchas ocasiones he preferido camuflar mi profesión.
Muchas veces me he sentido incapaz de tocar un ladrillo, de hacer una raya o de participar en un proyecto sabiendo que estábamos haciendo el trabajo sucio de aquellos que han traído el caos al mundo actual. Aunque nosotros no fuimos en muchos casos los promotores de los proyectos inmobiliarios ni quienes vendimos las hipotecas subprime, sí hemos sido los que ejecutamos el trabajo y vimos pasar por nuestras narices los escándalos de la especulación y las burbujas inmobiliarias, sabiendo que estábamos metidos en un negocio ficticio o, peor aún, fraudulento.
Me avergüenzan gran parte de las arquitecturas actuales, siento desconsuelo al pensar que muchísimos estudiantes esperan seguir los pretenciosos estilos de Calatrava y de Ghery. Jóvenes que no tienen ni la más mínima idea de lo que se van a encontrar en el futuro, que piensan más en el estrellato formal que en desarrollar una actividad profesional que aporte valor a la sociedad y ennoblezca el territorio. Muchos de ellos desearían formar parte de despachos de arquitectura estelares con recursos ilimitados; sin embargo, donde realmente hacemos falta es en los países subdesarrollados que apenas pueden sobrevivir. Creo en la arquitectura como oficio honesto, riguroso y solidario, respetuoso con unos códigos de conducta, alejado de toda vanidad artística. Me parece que se está produciendo un movimiento importante en esa dirección y hay muchos arquitectos conteniendo el vómito y deseando estallar para reinventar la profesión.
2. Sostenibilidad
Aunque ahora todo el mundo habla de arquitectura sostenible, hay un gran desconocimiento sobre lo que esto realmente significa. ¿Es acaso sostenible un edificio lleno de paneles solares que ha tenido un costo de ejecución de obra de alrededor de dos o tres veces su valor real? ¿Acaso muchos de estos edificios no han necesitado inversiones provenientes de la explotación de personas? ¿Es esto sostenible?
Ser sostenible no es seguir consumiendo como lo hacemos y buscar nuevos recursos y planetas para poblar. Tampoco es buscar nuevas fuentes de energía, que con seguridad también agotaremos. Ser sostenibles significa que todo lo que consumimos sea equivalente a lo que producimos, que podamos reducir nuestra huella ecológica, de manera que nuestro paso por el planeta tenga la menor repercusión posible sobre unos recursos que no nos pertenecen, porque solamente estamos de paso. Actuar sosteniblemente es actuar con responsabilidad y conciencia de las situaciones.
3. Nueva economía y redes sociales
Las nuevas tecnologías están abriendo en la sociedad y en la economía un nuevo universo de posibilidades a desarrollar y compartir, en el que desaparecen muchos de los condicionantes que lastran el mundo real.
En lo económico, la relación entre los bancos y las personas está limitándose cada vez más. El dinero real tenderá a desaparecer y ganará cada vez más fuerza el dinero digital, que tiene un comportamiento y patrones completamente distintos.
Estamos hoy ante un cambio de los modelos de producción. Los economistas y emprendedores digitales que seamos capaces de entenderlo, ejecutarlo y compartirlo, seremos capaces de generar nuevos puestos de trabajo, fuentes de empleo, innovación y creatividad. Creo en un futuro donde la innovación social y la sostenibilidad será una meta compartida de competencia entre las empresas y donde las personas tendrán un lugar en la sociedad según sus capacidades, su reputación en internet y su responsabilidad en el uso de los cada vez más escasos recursos naturales.
4. Latinoamérica
Mi viaje por Suramérica se inició en Colombia y terminó en Argentina. Pasé por toda la cordillera del Pacífico, viendo las mismas costumbres y las mismas condiciones naturales de los indígenas en Perú, Ecuador, Bolivia y Brasil; las mismas condiciones para los campesinos de la sierra colombiana, ecuatoriana, peruana, boliviana y chilena, lo mismo pasa con las zonas pesqueras de Colombia, Ecuador, Perú y Chile. Resulta increíble que los países latinoamericanos hayamos seguido tan de cerca los modelos económicos europeos, que estaban creados bajo unas condiciones naturales tan distintas a las nuestras. En este sentido me asombra que no haya, por ejemplo, una gestión de los recursos y de la selva más centralizada en el Amazonas como unidad natural. Cuando estuve viviendo en el Amazonas peruano me di cuenta de que sus habitantes tenían mucha más relación con Leticia, que es Colombia, y con Manaos, que es Brasil, que la que tenían con el gobierno central peruano de Lima. Esto ocurre a todo lo largo y ancho del continente.
¿Por qué durante los últimos doscientos años, todos los países del mundo han pretendido copiar el mismo modelo europeo de desarrollo? ¿Acaso el territorio y las condiciones laborales, políticas, sociales y culturales de Inglaterra son y deben ser las mismas que las colombianas, peruanas, bolivianas o las de Pakistán o India?
La globalización tiende a crear patrones de referencia que nos hacen creer que solamente hay una forma de pensar cuando hay muchas y muy diversas. Antes de vivir en el Amazonas, creía que era un excelente ciudadano y un excelente profesional, me crié en una familia de las que dicen «de bien», siempre fui buen estudiante, saqué buenas notas, creé una empresa joven y la vendí. Hasta pagaba impuestos. En la selva me di cuenta de que todo lo aprendido me servía para tres cosas: nada, nada y absolutamente nada. Allí era un absoluto analfabeto natural y no hubiera podido sobrevivir más de unas cuantas horas o días de no ir acompañado por algún indígena. De manera que lo que aprendemos en las ciudades, el inglés, los sistemas, el manejo del dinero y todo este tipo de cosas obedecen a códigos de conducta para vivir y formar parte del sistema, pero eso no significa que sea el único ni el mejor patrón de comportamiento.
Las crisis económicas están provocando el pánico en muchos países, pero yo me pregunto: ¿Acaso, por que haya una crisis, los seres humanos dejamos de ser lo que somos? ¿Los recursos de los países dejan de existir o a los trabajadores nos cortan las manos? Me impresiona mucho pensar que en estas crisis haya gente que se haya llegado a suicidar e incluso a matar a su familia. Aterrador. ¿Cómo es posible que alguien sea capaz de semejante atrocidad, por el simple hecho de sufrir una pérdida en los negocios o perder credibilidad frente al resto?. Si el dinero es simplemente un acuerdo entre las personas, ¿cómo es posible que un país, familia, empresa o lo que quiera que seamos, entremos en pánico simplemente por que los acuerdos que hace siglos que generamos ya no corresponden con las nuevas necesidades humanas y urbanas? Mi viaje Latinoamérica fue muy significativo en este sentido y me permitió adquirir muchas destrezas a la hora de emprender y llevar mis proyectos actuales. Uno de ellos es que, si en algún momento llegase a fracasar y tuviera deudas imposibles de pagar, podría volver al Amazonas y vivir sosteniblemente. Tengo una propuesta formal de la comunidad con la que estuve viviendo.
5. ¿Cómo cambiar?
1. Replantear el modelo económico desde dentro y adaptarlo a las nuevas condiciones naturales y sociales.
2. Entender la forma en que las nuevas tecnologías ofrecen nuevos mecanismos y maneras de trabajar y relacionarse.
3. Invertir en proyectos que en la medida de lo posible pongan en riesgo la menor cantidad posible de recursos. El consumo de productos digitales provoca menos huella ecológica que la mentalidad consumista industrial.
4. Generar acuerdos mejor que confrontaciones. Cualquier tipo de contienda física, significa también un consumo importante de recursos.
Es preciso sacar todo el partido posible a internet, acelerar los procesos de toma de decisiones velando por la protección de los recursos naturales, apoyar e incentivar la innovación. La cooperación, la sinergia, los entornos participativos, la tecnología abierta, un nuevo humanismo, la difusión y las campañas expansivas y virales, el apoyo para los movimientos sociales, la contribución a las ONG, de hecho no sólo con dinero, sino también con voluntariado, la difusión de la información, la asistencia a eventos…, son todo pequeñas acciones que van haciendo que el cambio sea más rápido y menos doloroso.
Mi vida y mi trabajo están profundamente influenciados por los escritos de Ken Wilber y su llamado «enfoque integral» sobre el progreso y la evolución de la humanidad. Sé que quizás mi visión sea excesivamente idealista, pero yo creo que hoy tenemos más medios que nunca para regar la semilla del cambio y hacerla crecer. Estamos en un momento clave de transformación social y económica. Debemos aprovecharlo. Y, por favor, no más premios para Calatrava o Ghery.
Felipe Velásquez, Madrid, enero de 2011.