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Viva la bagatela del ciberespacio

 

Oigo continuamente por ahí que hay inflación de textos y mensajes; que el ruido en las redes sociales es cada vez mayor y más insoportable; que todo el mundo habla y escribe en los foros; que a cualquier fulano le da por opinar en un blog. El tuiteo continuo y constante banaliza la realidad y deja por el ciberespacio un detritus de inútil palabrería. Las voces se confunden entre miles y miles de ecos. ¡Eco de ecos, el paroxismo de la entropía!

 

Pero, ¿es esto así?

 

Yo no lo creo. Hay mucho ruido en el ciberespacio, muchísimo, pero el internauta sólo oye aquello que quiere oír, ni más ni menos. Internet es ubicuo en su capacidad de proporcionar en un instante toda la información almacenada, pero nunca puede hacerlo a la vez, de manera simultánea, sino sucesivamente, con lo cual quien navega por la Red, abre su Facebook o examina el correo electrónico sigue, por así decir, un solo recorrido: el suyo propio. Podremos perdernos en aquel laberinto, pero somos nosotros quienes nos perdemos: nadie otro nos pierde, nos corrompe o nos confunde. La confusión, de haberla, está en nuestra cabeza, no en la Web, que es un inmenso almacén de datos que responde instantáneamente, mal o bien, a cualquier llamada que le hagamos. El fácil acceso a la información, así como la posibilidad de obtenerla u ofrecerla de inmediato, son, sin duda, dos avances extraordinarios del mundo actual.

 

La Red es todo menos una biblioteca de Babel cacofónica y absurda, por más que carezca de clasificaciones o jerarquías y apenas tenga filtros humanos. Es un espacio virtual ilimitado, sin puertas, cercas o fronteras. No tiene dueño definido ni policía con porra ni autoridad competente. Cada uno monta su propia sala de lectura y acude a las actividades que más le atraen con total independencia y libertad, sin interferir nunca con la libertad de los otros. El Internet representa en muchos sentidos el sueño anarquista de Proudhon hecho realidad, aunque lo sea solamente en el plano de la comunicación.

 

Desde luego la revolución digital nos hermana con el prójimo, a la vez que potencia la intrínseca singularidad de cada uno. El mundo cibernético suma, sin restar, limitar o censurar a nadie. Es un territorio abierto y diverso. Tiene la fuerza que da la multitud, aunque, paradójicamente, está habitado por una muchedumbre de solitarios, porque solo en soledad se escribe, se lee o se construye un nuevo programa.

 

Pascal dijo alguna vez que la humanidad se ahorraría muchos males si uno se quedara solito en su casa, al calor del brasero, con un libro en la mano. Conjeturo que si viviera ahora vería con muy buenos ojos el invento del Internet y quizá lo que diría es que la felicidad no es otra cosa que escribir en un blog, lanzar un tuit al ciberespacio o crearse una vida virtual entre las cuatro paredes de un gabinete.

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