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Mientras tantoVivir en la India

Vivir en la India


 

El gobierno balear ha descubierto que un beneficiario de la ayuda contra la exclusión social vive en la India. Están indignados. No sé por qué. El mejor modo, sin duda, de evitar la exclusión social en España es emigrar al Tercer Mundo emergente. Si se hubiera quedado en las islas baleáricas, sería un paria a la caza de un empleo miserable. Quizá doblase sus ingresos trabajando como camarero, o porteador de pizzas, o descargabultos, o dependiente infrapagado de una tienda de souvenirs. Para vivir holgadamente de la marginalidad subvencionada hay que sumar varios óbolos. Con uno solo no basta. Como mucho, los cuatrocientos euros dan para malvivir, mantienen a quien los cobra en la menesterosidad total. La mala vida, a su vez, conduce a mayor gasto social. Los ambulatorios se atascan, las solicitudes de alquiler subvencionado se multiplican, la demanda de cutricursillos sindicales aumenta, etc.

 

En la India, en cambio, el cuatrocientoseurista no molesta. Es probablemente feliz; la cantidad no da para grandes alegrías en el maravilloso subcontinente indio, pero es suficiente para llevar una vida agradable. Basta, además, hacer un cálculo sencillo: si se subvenciona con cuatrocientos euros a los cinco millones de parados para que emigren a la India, el Estado se ahorraría una barbaridad. La operación costaría veinticuatro mil millones de euros anuales, ciertamente, pero se lograría de inmediato el pleno empleo. Obviamente, podrían suprimirse todas las prestaciones por desempleo, sustituidas por la universal prestación pro-India de cuatrocientos euros. Es una versión imaginativa de la doctrina Feito, tan actual, según la cual un parado debe buscar trabajo dónde lo haya, incluida Laponia.

 

Gracias a esta gigantesca operación de trasvase poblacional, la Seguridad Social, la sanidad pública, el sistema público de enseñanza y un sinfín de organismos filantrópicos del moderno Estado de Bienestar disfrutarían, en pocos meses, de la bondad inapagable de los números negros. La deuda española se aproximaría a la alemana y —mirabile visu— se reducirían espectacularmente los intereses que paga el Estado. Quizá llegaríamos pronto no sólo al déficit cero, sino a la ausencia total de deudas. Serían, sin duda, los veinticinco mil millones de euros mejor empleados de toda la historia de la Hacienda española.

 

Lo mismo podría proponerse a las viudas españolas, que también son cuatrocientoseuristas; si se goza de buena salud, ¿para qué malvivir con míseras pensiones de viudedad, mendigando una plaza en un asilo, padeciendo listas de espera interminables y malcomiendo? ¿Por qué no emigrar a la India?

 

La operación índica costaría seiscientos euros anuales a cada ciudadano español, unos cincuenta euros mensuales No es mucho, habida cuenta de que una cantidad similar se destina al pago de intereses de la abrumadora deuda pública del país. Mantener a un compatriota en la India equivale a una modesta cuota de comunidad, o un cartón y medio de tabaco, o un par de menús en restaurantes de medio pelo, o a la mitad de la factura mensual de la luz de una mínima familia. A cambio, se contribuye a la felicidad de un congénere y la prosperidad de la mayor democracia del mundo.

 

Digo yo.

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