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Mientras tantoVoces ancestrales

Voces ancestrales


 

 

24 de abril de 1916. Dublín, Irlanda, Imperio Británico. En plena guerra en las trincheras de Flandes, en la que estaban combatiendo miles de irlandeses por el Rey y la Patria, un puñado de revolucionarios irlandeses encabeza una rebelión contra el dominio británico que no tiene ninguna probabilidad de triunfar. Dos días después el centro de Dublín estaba humeando y casi todos los cabecillas del levantamiento, dieciséis, entre los que no se contaban los dos revolucionarios que se enfrentarían en la guerra civil irlandesa, Eamon de Valera y Michael Collins, habían sido pasados por los armas. ¿Fue inútil esa muerte al fin y al cabo? Ahora sabemos que no. Ofreciéndose como víctima propiciatoria desencadenaron la independencia de Irlanda, al menos la de los veintiséis condados del sur.

 

Un poema. Cuatro estrofas por cada mes transcurrido de 1916 hasta abril, el más cruel de los meses. Dieciséis versos por el año 1916 en la 1ª y en la 3ª estrofas; veinticuatro versos por el 24 de abril en la 2ª y en la 4ª, con un verso final que se repite tres veces como una letanía y que forma parte de la historia de la poesía en lengua inglesa y de la historia de Irlanda: a terrible beauty is born (“ha nacido una belleza terrible”). Un siglo después del Motín de Pascua seguimos dando vueltas al impresionante poema de William Butler Yeats, Easter, 1916. ¿Una elegía? ¿Un réquiem? ¿O acaso se trata de la celebración de un sacramento, la resurrección de la carne de la patria irlandesa sacrificada entre el 24 y el 26 de abril de 1916? Con Jon Juaristi, y gracias a él con Conor Cruise O’Brien, aprendimos acerca del irresistible poder que ejercen sobre las comunidades nacionales las voces ancestrales. Con ellos y con René Girard y Walter Burkert aprendimos también acerca de las víctimas propiciatorias y de la transferencia de sacralidad que  se produce  desde el campo religioso hacia la política en toda configuración de una comunidad nacional. Un fenómeno fascinante que tuvo lugar entre  los irlandeses y también en nuestra tierra entre los vascos, que como es bien sabido conmemoran cada Domingo de Resurrección en las campas de Euskal Herría el día de la patria vasca, el Aberri Eguna.

 

Yeats estableció en su poema el sacrificio de los revolucionarios de 1916 como la condición necesaria del renacimiento (o invención, que viene del latín inventare, “encontrar”) de la patria irlandesa. Aquel cadáver que proporcionaron los británicos al reprimir con mano dura e inmisericorde el motín y que, como en la Tierra baldía de T.S. Eliot, los nacionalistas enterraron en su verde jardín irlandés. Un cadáver que resucitaría en breve abriendo un ciclo de violencia que ha mantenido a Irlanda, sobre todo a Irlanda del Norte, maniatada por sus voces ancestrales hasta prácticamente un siglo después. 

 

Con este poema Yeats se convirtió en el chamán de la atribulada tribu irlandesa, una tribu que, como la de los serbios, la de los polacos o la de los vascos, conmemora la derrota que, en clara analogía con la muerte en la cruz de Jesucristo, fue antesala de la resurrección. Los serbios conmemoran cada 28 de junio el Vidovdan, el día de San Vito, el día de la derrota de los serbios ante los otomanos en la Batalla del Campo de los Mirlos, Kosovo Polje. El mismo día en que Francisco Fernando de Habsburgo tuvo la ocurrencia de visitar Sarajevo en 1914. Henry Sienkiewicz llegó en su conocidísima Quo vadis? a identificar al pueblo polaco con los cristianos perseguidos por los rusos/romanos, sin que la censura zarista sospechara del éxito propagandístico que iba a suponer ese libro para la causa polaca.  Lo dijo Tertuliano: “Sangre de mártires, semilla de nuevos cristianos”.

 

Sólo la sangre de las víctimas propiciatorias de la naciente comunidad nacional irlandesa con su amor exagerado, sin tasa (un sacrificio tan largo/es una piedra en el corazón) podía hacer reaccionar al aletargado pueblo irlandés después de siglos de dominio británico. Los revolucionarios tuvieron eso claro y lo llevaron a la práctica, ofreciendo sus vidas para ser inmoladas en el altar de la patria irlandesa. Yeats comprendió el carácter sacramental de esa ofrenda y la inmortalizó en su poema perfecto, que culmina con una salmodia en la que se recitan los nombres de los mártires: MacDonagh and MacBrideAnd Connolly and Pearse. Ahora y en el futuro, dondequiera que surja el color verde, todos ellos habrán cambiado del todo. Una belleza terrible ha nacido. 

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