Voces

Donde se cuenta cómo los que se van retumban en los oídos de los vivos y demás intensidades de la primera canícula

Los años de la pandemia, esos días de oscuridad y amargura, han sido meses de un goteo sin final de fallecimientos. Han muerto cientos de miles, muchos en soledad absoluta, mientras nuestros partidos se enzarzaban en disputas estériles. Todas esas soflamas son confesiones poco disimuladas ante un juez, la opinión pública, que ya dictó sentencia.

He perdido, en estos meses de mierda, a muchas voces conocidas a las cuales tenía afecto y que no volveré a oír. Está estudiado en neurociencia cómo el sonido de los más queridos permanece como recuerdo inmanente, quizá junto al olfato: génesis de tanta novelita romántica. Esas voces, esos “yo”, desaparecen quedando solo los recuerdos impagables y dolorosos de aquellas personas que, alguna vez, coincidieron con nosotros en algún momento. Pero, ¿Cómo recuperar aquellas voces? ¿Cómo vencer al tiempo, tarea homérica, y que estas sobrevivan y puedan calmar como paños consagrados ese dolor?

El director de cine Henry Jaglom grabó las conversaciones que tuvo con su padre, el empresario Simon M. Jaglom, durante treinta años. Ese procedimiento, que luego repitió con Orson Welles, le permitió que el sinuoso afluente que es una afinada conversación, suerte de música casi celestial que apacigua almas, emociones y genitales, no tuviera un destino y siguiera fluyendo.  Ese mismo dispositivo, esa conversación / río sin desembocadura, es lo que hace poderosa, grave, Una cuestión de tiempo; un filme de Richard Curtis que quizá mereció más suerte. En la película el protagonista Tim Lake, un bisoño Domhnall Gleeson, podía viajar en el tiempo y una de las decisiones que tomaba gracias a este poder era revivir las conversaciones eternas con su patriarca (el inevitable y senatorial intérprete Bill Nighy).

«Papá cuéntame otra vez tu historia en Benidorm con aquella húngara…»

Todos ellos no perdieron las voces, las cuales perduraron como testimonio de sabiduría triste, camino polvoriento pero seguro, a un oasis de conocimiento y tranquilidad. Y allí dormir, citando a otro caído (Battiato), sobre “las almohadas de la tierra”.

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