Volar

Contaba Tolkien que un buen cuento de hadas debería contar con cuatro elementos: fantasía, superación, huida y alivio. El olor a limonero me lleva, de nuevo, a la Avenida de la Inmensidad y a la terraza sobre el acantilado. Las vistas inigualables sobre la Costa Amalfitana y el Golfo de Salerno: Villa Cimbrone, en Ravello. El tiempo parece que se detiene. Es uno de los sitios más hermosos del mundo, donde nace el deseo de volar. Para los que hemos nacido en el Mediterráneo, lo más parecido a estar en casa. Como volver a salir a pescar con mi padre magres. Y meros en las rocas. El pintor Severo Almansa me trasladaba, en una entrevista, a su infancia. Cómo recogían algas de la playa, «las secábamos al sol y rellenábamos las fundas de los colchones. Sin luz eléctrica, nos alumbrábamos con lámparas de carburo. El ‘cabrero’ nos surtía de leche por las mañanas. Y los domingos, un personaje singular en bici-carro nos proporcionaba bollos de crema y piononos. De adolescente, subíamos al ‘Mosqui’ -lo que antes era una conocida tasca- para ver las citas que los amigos escribían con tiza en la pizarra de los menús: ‘Hoy, caldero’. ‘Antonio, a las cinco en casa de Blanquita. Llévate los discos». Severo, mientras hablamos, abre su móvil y me lo muestra, «hoy tengo que mirar mi ‘guasap». Todos esos escenarios señalaban el camino a tu gran cambio. Porque los sueños sólo se pueden cultivar en secreto. En soledad. Y, he aprendido la necesidad de irme. Huir. Lejos. Mientras, en una mesa contigua unas señoras cotillean sobre la superficialidad provinciana. Y me siento como en una obra de Galdós. Entonces recupero algo que me dijo el arquitecto Mesa del Castillo como perfecta vía de escape a una realidad llena de falsedad pero, al mismo tiempo, llena de magia y de posibilidades: «Entre los materiales descartados de La Grande Bellezza hay una falsa entrevista a un viejo director de cine un poco cebolleta que acaba dando un consejo: tened respeto por vuestra curiosidad. Y, explica que el abandono de nuestra curiosidad es una tragedia provocada por la pereza y el conformismo». Coincido, sospecho que ahí está la clave.

Salir de la versión móvil