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Volver


 

 

«Le dolía que los hechos pasasen con esa facilidad a ser recuerdos; notar la amarga sensación de que nada, nada de lo pasado, podía volver a repetirse”. Miguel Delibes

 

Volver a casa –a la de los padres- con treinta y cinco años, soltera y sin trabajo, solo es inspirador en una película de Hollywood. O esto es lo que pensaba hasta leer Todo lo que una tarde murió con las bicicletas. Porque la autora, Llucia Ramis, escribe justamente acerca de eso: de regresar cuando no toca. De volver, pero no de vacaciones. Y desde esa situación tan real, la de la vuelta forzada, la escritora y periodista mallorquina revisita las paredes de su niñez para escribir un libro cuya primera frase, cuya primera mentirijilla es: “Esto no es una autobiografía”.

 

O sea que sí que, efectivamente, es una autobiografía. Porque negar es, en ocasiones, la mejor declaración de intenciones. Pero también es cierto que el libro es más que una autobiografía. Llamémosle crónica generacional, libro de memorias. Cada cual que escoja su etiqueta que para eso están. El libro lo conforma un bello mosaico de recuerdos, un intrincado puzzle que elabora una mujer que vuelve a casa a deshora. Que vuelve cuando se supone que debería estar ahí fuera, comiéndose el mundo como tantas veces le dirían en el colegio. Pero doy gracias de que Llucia Ramis volviera a casa –como esta Navidad que se nos acerca– porque si no lo hubiera hecho, no habría encontrado el tiempo de decirnos tantas cosas y en tan pocas páginas. Es cierto que cuenta muchas cosas, aunque yo solo me quedo con dos. Ahí va la primera: no hay formas de volver a casa. Ese es solo el título de un libro de Alejandro Zambra. Y la segunda: los recuerdos son siempre frágiles, aleatorios. Uno nunca está seguro de recordar lo que debería. Porque de nuevo, recordar, como regresar, es otra manera de irse.

 

Quizás –pero eso solo es una suposición–, irse es más fácil. Siempre nos vamos de lugares, de personas, de situaciones. Para eso hacen falta maletas, razones, pretextos. Quién sabe. Sin embargo, volver cuesta más. Porque uno nunca vuelve al mismo sitio. Y la ropa de las maletas, las razones y los pretextos nunca caben en los armarios del lugar al que volvemos. Los sitios, como el agua de ese río de Heráclito, son cambiantes; escurridizos. Porque nosotros también lo somos. Y porque Carlos Gardel se equivocaba: veinte años son algo más que nada.

 

Es difícil dar más pistas acerca de Todo lo que una tarde murió con las bicicletas. Solo decir que ése es el título que querría haberme inventado. Y añadir que el último capítulo reproduce una de mis citas favoritas de Josep Pla: “La vida es una cosa complicada y difícil, imposible de describir, que consiste en ir tirando”. Y hasta aquí puedo leer.

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