Cuando me propongo a hablar del debate político español siento la necesidad de explicarme. En este mi país, Guinea Ecuatorial, en el que estuve, durante más de 20 años, en la primera línea de la actividad política como miembro de la Comisión Ejecutiva Nacional de Convergencia para la Democracia Social (CPDS), se prohíbe a los extranjeros opinar sobre los temas políticos nacionales, salvo, evidentemente si es a favor del partido gubernamental (aquí es el Partido Democrático de Guinea Ecuatorial (PDGE), partido que fue único y que aspira a volver a serlo). Y es así para casi todo: las normas y leyes se cumplen cabalmente si el cumplimiento favorece al régimen, y se violan si la violación favorece al régimen. Y por extensión, una de las tergiversaciones del sentido de los términos aquí en Guinea Ecuatorial es ésta: hablar de política o hacer política (en el sentido peyorativo–delictivo) es sólo cuando se hace en contra del régimen. Tanto es así que en Guinea Ecuatorial, si algún extranjero quiere emitir una opinión política no favorable al régimen debe estar muy seguro de que está con una persona de confianza, y que no hay testigos detrás de las paredes. Aun así, los extranjeros se cuidan de que no se les note amistad con los militantes, ya no digamos dirigentes, de partidos políticos de la oposición. A mi amigo Luis Costart ya le costó la expulsión de Guinea Ecuatorial, cuando creíamos ingenuamente que la interpretación de hacer política era militar en un partido político y que esto no afectaba a ser simplemente un amigo de un dirigente de la oposición.
Esta situación hace que instintivamente uno tenga reservas para hablar de la política de otro país, como me quiero atrever hablar de la española, aún a sabiendas de que en otras partes del mundo (España, por ejemplo) cualquier persona tiene total libertad de expresar su opinión sobre la situación política de cualquier país ya sea en sus círculos de amistad o en otros medios.
Por otro lado, España, para la mayoría de los guineoecuatorianos no es un país tan ajeno. Incluso los que manifiestan un antiespañolismo oficial y radical, cuando tienen que ir a Europa, su primerísimo destino es España. Y los que nos hemos dedicado a la política hemos mirado mucho a España; pues siempre hemos creído que España era el país que más podía influir en el proceso político de Guinea. Lo sigo creyendo. Por esto nos importa que a España le vaya bien. Yo nací español y he vivido en España 21 de mis 61 años. Los primeros 13, desde mi nacimiento hasta la independencia en los Territorios Españoles del Golfo de Guinea (España); y durante ocho años estudiando en España. Y en este tiempo, en los años que viví en el Colegio Mayor San Pablo de Madrid, me acostumbrada a discutir de la política española con los compañeros de colegio como si fuera otro español más. Quizás empezaran a asomar mis sentimientos de izquierdista; porque una de las características de la izquierda es el internacionalismo. Y por esto me quedo confuso cuando algunos partidos regionalistas españoles (perdón por llamares españoles) dicen ser, al mismo tiempo, nacionalistas y de izquierdas. Para mí, las dos cosas no deberían darse en las mismas personas.
Digo que la mayoría de los guineoeuatorianos, y sobre todo los que nos dedicamos a la política, seguimos la actualidad española, seguimiento facilitado por las nuevas tecnologías (satélites, parabólicas, etcétera). Y hubo un momento en que TVE internacional tenía programas informativos y de debate interesantes; me quedaba muchas veces a seguir los debates de 59 segundos.
Pero últimamente me cansa, y casi me aburre el debate político de España. Por la forma y por algunos elementos del fondo.
Por la forma: me cansa un debate en el que nadie reconoce, ni por poco, que el adversario puede tener alguna mínima razón en algo o que puede haber hecho algo bien durante el tiempo en que hubiera gobernado (PP, PSOE). Me cansa el lenguaje que se utiliza en el intercambio con el adversario político: me cansa que la descalificación personal y el insulto sean la forma ya habitual de responder al adversario político. Yo le he enseñado a mis hijos que decirle a alguien que miente (en un debate o en una conversación que no en un careo) es insultarle.
No sé si el debate político en España ha sido siempre así (y eso que lo he seguido desde que en el año 1977 me fui a España). No lo sé. O es que me he olvidado o tenía otras capacidades de percepción; pero de lo que me acuerdo es que la llamada crispación se introdujo en la política española con el famoso “Váyase señor González”. Vino Zapatero, que quiso que se tuviera más talante en los modos, y le respondieron con lo de bobo solemne; y continuó la espiral de crispación y en esta espiral seguimos. Y con este lenguaje no es extraño que pase lo que está pasando después de las elecciones del año pasado. En efecto, ¿cómo uno se sienta a negociar investiduras y gobiernos con alguien al que ayer llamaba casta (Podemos)? ¿Cómo se puede llegar a acuerdos con el que acabas de llamar payaso (PP) y otras lindezas por el estilo?…
Me cansan también algunos aspectos del fondo, el tratamiento que hacen de los temas de debate; me aburre que el lenguaje político español huya de llamarle pan al pan y vino al vino. Y sea hacer promesas que se sabe no se irían a cumplir o esconder las dificultades para hacer determinadas cosas que les gustarían hacer. Si me dicen que es así en todas las partes me seguiría cansando igualmente. Una de estas cosas que me trae de cabeza es el tema de los impuestos. Parece ser un tabú decir que se van a subir los impuestos: muy pocos políticos se atreven a decir que subirían los impuestos. Como si subir los impuestos fuera delito. En este punto de reflexión he recurrido a Google; he cliqueado países en los que se pagan más impuestos: y me sale Dinamarca, y otros países nórdicos. He buscado países como mayor renta, y me salen los mismos. He buscado la clasificación del informe PISA, de los países con mejor nivel de educación, y me salen los mismos países. Y los países con mejor Índice de Desarrollo Humano, y me salen los mismos. Y yo saco la conclusión (puede que ingenua): cuantos más impuestos pagan los ciudadanos más dinero para unos servicios públicos de calidad, más desarrollo y más bienestar. Que uno de derechas diga que va a bajar los impuestos, ya lo sabemos: nunca le ha gustado pagarlos: prefieren tener el dinero en los paraísos fiscales en una cantidad que no gastarían ni en diez vidas (Papeles de Panamá). Lo prefieren así porque no les importa mucho la calidad de los servicios públicos.
Digo que me cansa que no se le llame al pan, pan y al vino, vino. Es posible que me digan que si un político que se atreviera a llamarle al pan, pan y al vino, vino, o que prometiera sólo cosas factibles y que llamase la atención sobre las dificultades de resolver algunos problemas, o que dijera que subiría los impuestos, no conseguiría votos y no llegaría a gobernar. Entonces, digo yo que el responsable de esto que me cansa de la situación política española no es el que vende humo y promesas fáciles, sino el que le obliga a venderlos porque es lo que quiere comprar: el pueblo votante y el pueblo abstencionista.
Y aquí está otro tema que me cansa: este tan cacareado dicho de que el pueblo no se equivoca. Este es un paradigma absurdo. El pueblo está compuesto de individuos que asumen que pueden errar, incluso que pregonan que las personas tienen derecho a cometer errores. Y si cada uno puede equivocarse, no es descabellado deducir que el conjunto también puede equivocarse. Y tratándose de votar, ejemplos no faltan: el pueblo alemán se equivocó al votar a Hitler; el guineoecuatoriano se equivocó al votar a Macías.
Y a la vista del panorama sociopolítico que hay en España en este momento es hora de que alguien señale al último responsable (ciertamente desde la comodidad de no tener que pedir el voto a ese pueblo): el pueblo. Es el pueblo que vota a corruptos. Es el pueblo el que vota al que utiliza el terrorismo con fines electorales. Las encuestas que últimamente se publican en España citan los problemas que les preocupan a los españoles: ponen el paro, la corrupción, la clase política, etcétera, etcétera. Que les preocupe el paro, de acuerdo; pero que vean la corrupción y la clase política como un problema, a mí me parece cuanto menos paradójico, puesto que dicha clase política no viene ni de otro planeta ni de otro país, sino que surge de la misma sociedad, del mismo pueblo (ya dijo alguien que cada pueblo tiene los gobernantes que se merece). Y cómo les preocupa la corrupción si van y votan a los corruptos, y otros se quedan en casa esperando que otros decidan por ellos y esos otros que deciden por los que se quedan en casa van y votan a los corruptos. ¿Cómo les preocupa la clase política si van y votan a los de la promesa fácil y a todos esos que se dedican a insultar, y a los que dicen que van a bajar los impuestos?
Es el pueblo, al fin, el que ha votado un Congreso de los Diputados del que no puede surgir un gobierno. Y aquí hay otro tema que me resulta incomprensible. Me han dicho que en un sistema parlamentario (España lo es), en unas se vota a unos parlamentarios (en este caso diputados) para que a su vez voten al que vaya a presidir el gobierno. Y gana las elecciones el grupo que consigue el número suficiente de diputados que le permita apoyar a uno de los suyos para que sea elegido presidente de gobierno por el Parlamento. Que un partido (PP) reivindique su victoria en las elecciones del año pasado, pero que no pueda formar gobierno, me parece simplemente, una victoria rara (los del PP dirían que pretender haber ganado las elecciones y no poder formar gobierno es un insulto a la inteligencia humana).
Volviendo al tema del responsable último de la situación. Digo yo que no hay que darle la razón al pueblo: el pueblo se ha equivocado en las elecciones del 20 de diciembre pasado. Menos mal que lo digo yo y nadie me va a hacer caso. El pueblo debe votar para que se forme un gobierno; y si en unas elecciones (las del 20 de diciembre) no se ha conseguido, no hay otra solución que devolverle le pelota al pueblo. Que dicen las encuestas que volverá a salir un resultado parecido: pues a repetir las elecciones tantas veces sea necesario para conseguir un resultado que permita formar gobierno. A ver si se empieza a votar, no por cabreo, ni por sentimientos, sino reflexionando y con la cabeza. Que es como debería ser.
Amancio Nsé Angüe es arquitecto guineoecuatoriano. En FronteraD ha publicado La frustrada observación de la muerte natural de una mosca.