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W. C.

Cinesporas en el blogo aerostático   el blog de Federico Volpini

 

¿ES NECESARIO TODO ESTO?

 

¿Es lo escatológico lo que nutre el útero primordial del que ha salido y al que desea regresar el ser humano? ¿Empieza todo, acaba y se resume en la caca? ¿’Caco ergo sum’, como quería Huxley? Al menos dos películas de Sitges este año apuntan en esa dirección. Una, como detalle próximo, simpático, que salva las distancias entre el espectador y las estrellas, los seres que la fama, la posición social, la trascendencia, hacen, en principio, inalcanzables: los príncipes y princesas, los reyes, los banqueros, las mayores fortunas, las divas, usan el retrete. Aquello tan extremo que, en nuestra adolescencia –me cuentan que sigue siendo así: no progresamos- espetaban los padres bien intencionados a las hijas o hijos en celo: “Imagínatelo, a tu amor, en el servicio”. “En las fuerzas armadas?” “No: en el cuarto de baño. Atendiendo a sus necesidades fisiológicas”. “¡¡¡¿Pero por qué, papá?!!!” (mamá, para ese momento, si escuchaba, solía estar ruborizada hasta las cejas). “Para que sepas si tus sentimientos son sinceros”. He ahí a un poeta. “Gracias, papá”. A uno, a una, sin papá, jamás se le hubiese ocurrido.

 

Pues, en Sitges, C.C.P.P, caca, culo, pedo, pis, dos títulos al menos acuden a la m. ‘Maps to the Stars’, de David Cronenberg, como detalle humano, jocoso, intrascendente; y ‘¡Qué difícil es ser dios!’, de Aleksei German, como materia prima que genera las formas.

 

 

 

En la primera, Cronenberg, enfermizo, morboso; o sea: Cronenberg, “destripa” (¡ay!. ¡que va a ser por eso!), dicen, Hollywood. Actor adolescente malcriado y prematuro drogadicto; padre que es el psicoanálisis del éxito; madre que vive de ello y vive de ello; hermana descarriada y peligrosa; actriz basura… Pasa muy razonablemente y se disfruta.

 

‘¡Qué difícil es ser dios!’ es otra cosa.

 

 

Quien no haya leído la novela de los hermanos Strugatski puede internarse en las calles enfangadas, detenerse en los rostros repulsivos que miran a la cámara en un guiño premeditado y sin duda inteligente, aspirar los efluvios del estiércol, rebozarse en las heces, sentir físicamente, a lo largo de casi tres horas, el asco –y nada más que el asco- y salir deslumbrado: es una apuesta estética de un poder innegable y se comprenden los motivos del autor, que tardó diez años en rodar y montar la película y murió, en 2013, antes de verla. Quienes la hemos leído y que, tras una primera y decepcionante versión germano-rusa de los últimos 80, ‘El poder de un dios’, esperábamos al Has de ‘El manuscrito encontrado en Zaragoza’; los que amamos ‘¡Qué difícil es ser dios!’, la verdad: no podemos.

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