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Mientras tantoWagner, antropólogo

Wagner, antropólogo

El señor Alpeck va a la ópera   el blog de Andrés Ibáñez

Una buena manera de comenzar a entender la magnitud de la figura de Wagner es el libro Wagnerismo de Alex Ross. Otro libro reciente, El anillo de la verdad, de Roger Scruton, ilumina también con singular claridad el legado de Wagner.

Wagner es un músico, desde luego, pero un nuevo tipo de músico, ya anticipado por la figura de Beethoven: el músico filósofo, el músico como humanista total, como psicólogo, mitólogo, antropólogo, sociólogo, etc.

Una de las acusaciones típicas que se le hacen a Wagner y, en general, al arte romántico, es su interés por el medievalismo y por el pasado remoto. El tratado clásico, en este sentido, es el libro que Heine escribió sobre el romanticismo, que crea la postura del hombre “progresista” y “de izquierdas” con respecto al romanticismo ya para siempre y con apenas modificaciones. El libro de Heine es completamente absurdo, desde luego, porque aunque las cosas que dice pueden ser ciertas en un sentido absoluto, la interpretación que hace de ellas es tendenciosa e incompleta. Primero, porque identificar el romanticismo con el pensamiento conservador no tiene el menor sentido, teniendo en cuenta que todo lo que llamamos “revolucionario”, “transgresor”, “rebelde”, etc. así como la idea del arte “socialmente comprometido”, y la visión del artista como reformador social, que identificamos naturalmente con la izquierda, son todas ellas creaciones del romanticismo. Segundo, porque el propio Heine era un escritor romántico. Hemos de entender su crítica al romanticismo como la que le hace Verdi a Rossini, ya que para el romántico Verdi todo lo malo de Rossini son sus supuestas cualidades “románticas”.

Pero vayamos al “medievalismo” de Wagner y a su interés por el mito.

Todas las óperas de Wagner, con excepción de Los maestros cantores, están basadas en leyendas o en mitos. En todas, con la curiosa excepción de Tristan, que es al tiempo su drama más abstracto y filosófico y también el más humano, hay personajes sobrenaturales y acciones mágicas.

Pero ¿cuál es la visión que el propio Wagner tenía del mito? ¿Qué era para Wagner un “dios”, una “diosa”, una valkiria, un gnomo, un gigante, un dragón?

Cada uno a su manera, Jung y Lévi-Strauss nos proporcionaron herramientas para comprender los mitos de una manera que lograba salvar esa ruptura con el pasado que pretendieron instituir los ilustrados y más tarde ciertas tendencias materialistas del siglo XX. Los mitos, dentro de la visión ilustrada eran “supersticiones”, historias falsas. Para los marxistas, meras herramientas de dominación y engaño. Para Durkheim, un reflejo de las estructuras sociales (una idea de lo más curiosa y fácilmente rebatible si comparamos, por ejemplo, la sociedad griega con sus mitos). Para Harari, más recientemente, un intento erróneo de explicar la realidad, que debe ceder el paso a las verdaderas explicaciones, a las explicaciones correctas, que son las científicas.

¿Qué es un mito para Wagner?

Veamos un ejemplo en uno de los personajes centrales de la Tetralogía, el dios Loge. Loge es un dios extraño. Es, en realidad, un semidiós, un ser intermedio entre el mundo humano y el divino. Los dioses no le admiten en sus brillantes salas, y Loge los odia por esa razón. Le llaman cuando le necesitan, porque Loge es el dios del fuego y también de los cambios, de las transformaciones, de los viajes, de los mensajes, pero no le consideran uno de ellos.

La música de Loge llena completamente la Tetralogía desde el principio hasta el final. Aparece ya en El oro del Rin, donde, ya en fecha tan temprana advierte a los dioses que un día llegará su fin, y oímos su música al final de El crepúsculo de los dioses, cuando el fuego acaba por destruír el Valhalla y también a los dioses.

Si observamos la evolución de la figura de Loge, veremos que en El oro del Rin es un personaje. El dios es una “persona”, un ser dotado de voz, cuerpo, carácter, intención. El oro del Rin es una ópera llena de dioses (Wotan, Fricka, Freia, Loge, Donner, Erda). En las siguientes óperas los dioses como “personas” irán desapareciendo. En la última ya solo aparecen sus altares: las antiguas presencias vivientes se han convertido en ritual, en religión.

En “La valkiria”, Loge ya no es una persona. Es el fuego invocado por Wotan al final del tercer acto para que rodee a Brunhilda dormida. Wotan le llama por su nombre, “¡Loge!”, pero el dios no aparece, solo aparece el fuego.

Entonces, ¿qué es un dios? En los tiempos antiguos se concebía al dios como una “persona”, como un ser antropomórfico, pero en realidad esa es solo una forma de explicar una fuerza de la naturaleza, en este caso el fuego.

La música de Loge, que es tremendamente cromática, imita siempre la forma complicada y retorcida del fuego mediante una interminable serie de modulaciones. Es uno de los motivos más complejos de la Tetralogía y también, sin duda, el más rico armónicamente. Frente al carácter fuertemente diatónico de los motivos asociados con la naturaleza (la Tetralogía comienza con lo que parece casi una progresión de armónicos), el de Loge es retorcido, caprichoso, cambiante, inestable.

Por eso, aunque Loge ya no vuelva a aparecer en persona en las otras óperas de la Tetralogía, su presencia es fácilmente detectable aquí y allá.

Una de las apariciones más curiosas del motivo de Loge aparece en el extenso “prólogo” de El crepúsculo de los dioses, que culmina en una de las páginas orquestales más famosas de Wagner, el “Viaje de Sigfrido por el Rin”.

Esta brillante página está basada en dos motivos: el motivo de Sigfrido, que es su llamada de trompa, y luego una ligera e ingeniosa melodía que se superpone en los violines. Esta es una de esas melodías “nuevas”, que no hemos oído nunca antes y que no es, por tanto, un leitmotiv. La Tetralogía está llena de estas melodías que suenan solo una vez y que no son leitmotiv. En el caso del “Viaje de Sigfrido por el Rin”, dura muy poco, ya que enseguida se enreda con una música que, a estas alturas, nos resulta muy familiar. Claro, se trata del motivo de Loge.

Pero ¿por qué “El viaje de Sigfrido por el Rin” no es, en realidad, más que una variación singularmente alegre y brillante del motivo de Loge? ¿Qué tiene que ver Sigfrido con Loge, ni el viaje que está realizando por el Rin con el fuego?

Nada, es verdad. Pero seguramente habrá una manera de explicar la presencia del “dios” Loge en este episodio.

Se trata, desde luego, de la última transformación de Loge, aquí invocado no como “dios del fuego”, sino como inspirador de los viajes, dado que Loge es el mensajero de los dioses y el que pone en contacto lo alto y lo bajo.

Primero es un dios personal y antropomórfico que habla, discute, manipula. Luego es un fenómeno de la naturaleza. Finalmente, un aspecto de la vida moderna: el turismo.

Esto es un dios, explica Wagner: una cierta fuerza que se manifiesta para nosotros en distintos niveles. No hay un nivel “sagrado” y otro “profano”: lo profano también es parte de lo sagrado porque TODO ES UN DIOS: la manipulación, el fuego, los viajes. La exuberancia del “Viaje de Sigfrido por el Rin” es la alegría un poco frívola del turista que lo único que quiere es ver cosas nuevas y bonitas y divertirse. Recordemos, por supuesto, que el turismo es una de las muchas creaciones de ese rico e inagotable siglo XIX. Creación de románticos ingleses, pero también de caminantes alemanes (recordemos la importancia de la caminata y del paseo en las novelas de Adalbert Stifter, por ejemplo) y de Goethes, Flauberts y Glinkas que viajan a Italia, a Grecia, a España, a Egipto, a Marruecos…

El anillo del nibelungo es, a su manera, una historia de la humanidad o incluso de la vida en la tierra desde el pasado mítico, desde los orígenes en el agua (que es donde comienza El oro del Rin) hasta la aparición del homo sapiens, así como de su separación de la naturaleza y de la progresiva sustitución de las fuerzas naturales y luego mágicas y religiosas por símbolos y más tarde por las costumbres prosaicas y aparentemente “desencantadas” de la vida contemporánea.

La antropología de Wagner afirma que el pasado mítico y mágico nunca desaparece, sino que se limita a cambiar de forma.

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