Walton Ford, ya rodando los 60 años, exhibe sus dibujos y pinturas de animales, en particular una pantera negra y un león del Atlas. También presenta una selección de dibujos de animales de la colección de la Biblioteca Morgan seleccionados por él. El arte animal, un subgénero que pudiéramos decir que se remonta a las cuevas de Lascaux, ya no es tan practicado como antes, en época tan reciente como el siglo XIX, como en el caso del pintor romántico Eugène Delacroix, que logró captar con exactitud la forma y el espíritu de los tigres. En la actualidad la supervivencia de las panteras y los leones en la naturaleza se hace cada vez más precaria debido al impacto de la actividad humana en sus hábitats. Percibimos a esos animales con asombro y con una melancolía esperanzada en su regreso a una naturaleza virgen que les permita su supervivencia.
Sin embargo, ya hace décadas, probablemente siglos, de que la flora y la fauna hayan existido sin la influencia de la actividad humana. Lo que significa que los animales de Walton Ford no solo pertenecen a una tradición romántica, sino también elegíaca. La pantera negra que se escapó de un zoológico de Zúrich en 1933 nos recuerda la belleza y gracia salvaje del animal, pero los edificios al fondo de muchas de las piezas de Ford nos cuentan una historia más triste que la que quisiéramos admitir: concretamente la de la destrucción inexorable de la tierra que fue la morada de los animales salvajes, por no hablar de la muerte de la pantera en las manos de un campesino hambriento que la capturó y se la comió.
No parece que haya mucho que se pueda hacer para frenar la usurpación continua de la tierra. Hay cambios permanentes en todas partes. Los glaciares se están derritiendo, dificultando la vida de los osos polares. Los leones desaparecieron del norte de África desde la mitad del siglo pasado. Nuestra relación con los animales tiene dos vertientes: idealista, al sentir que somos testigos de los últimos sobrevivientes de una especie, y cínica, al no responsabilizarnos con la destrucción de sus hábitats. Por tanto, el tratamiento frecuentemente idílico de Ford de animales que ya no podemos encontrar libres en la naturaleza provoca reacciones complejas. Si admiramos el temperamento independiente de un gran felino es particularmente difícil mantener esa admiración cuando lo vemos enjaulado en un zoológico. No hay nada más triste que verlos, otrora en la cúspide de la cadena alimenticia, enjaulados y repitiendo obsesivamente los mismos pasos en el poco espacio a su disposición.
Ya es demasiado tarde para devolverles a los animales una libertad verdadera. Pero los dibujos y las pinturas de Ford mantienen viva una época en que tenían la dignidad de un espacio abierto. El romanticismo de sus imágenes los mantiene vivos. Su logro se debe en parte a sus habilidades técnicas: Ford representa la ferocidad de las bestias cuyas energías contrastan con los animales pasivos y aburridos del zoológico. Aun así, la pantera negra de sus dibujos escapó del zoológico y los edificios de Zúrich aparecen en lugar de un bosque tupido. Su destino fue abyecto, un campesino la capturó y la mató para comérsela.
Es por eso que nuestras relaciones con la naturaleza están mediadas por el bathos y no el pathos, ya que solo nosotros hemos destruido a los animales que ahora tratamos de salvar. La necesidad de controlar el entorno vive en una parte de nuestro conocimiento ya casi inexistente. Sin embargo, la esencia misma del animal no da lugar a compromisos, a diferencia de la nuestra. El tratamiento de Ford de criaturas históricamente nobles tácitamente sugiere un futuro en que esos animales dejarán de existir.
Una de las reseñas de la exposición la vinculaba a la construcción del campo de concentración de Dachau en 1933, antes de que la pantera encontrara su libertad durante dos semanas. Es una conexión difícil de entender. ¿Piensan que Ford intenta hacer una alegoría política en su representación de un noble animal que ha sido aniquilado en un estado vulnerable? No es evidente, pero quizás sí encontremos su motivación en un contraste más marcado, entre civilización y naturaleza, que tendría más sentido. No parece lógico ese vínculo con la triste historia de la muerte de un animal enjaulado luego de haber logrado escaparse del zoológico. Es complicado intentar conectar la anécdota con los eventos históricos de la época. Más bien deberíamos ver la muerte de la pantera como trágica e inexorable: un momento de libertad que fue letal desde su comienzo.
Los dibujos de Ford ponen el énfasis en el romanticismo de una pantera enjaulada que se escapó en una gran ciudad. En un estudio para Verfolgen (Persecución, 2018), el artista ubica a la pantera en lo alto de un árbol que se alza desolado en un campo nevado. Los ojos del animal relumbran y resaltan su esencia salvaje. Su larga cola cuelga de la rama en que está echado y sutiles fulgores rojizos aparecen bajo su pelaje. Más allá del terreno nevado hay una montaña elevada hacia un cielo azul. La mayor parte de sus cimas angulosas están nevadas y el pico de la izquierda, cubierto de pinos, les hace sombra. La escena parece extraña, un esfuerzo deliberado de elogiar al animal solitario que disfrutaría de una breve libertad.
Otra pintura llamada Die Zeige (El espectáculo), hecha en 2016, nos muestra a la pantera solitaria y acostada desde la derecha hasta el centro de la composición. Sus zarpas frontales traban una cabra doméstica, probablemente una mascota, a juzgar por la cinta roja con cascabel alrededor de su cuello. El animal está muerto, enmarcado a la derecha por un árbol con las ramas cubiertas de nieve. A la izquierda, a cierta distancia, aparece un hombre en la nieve con el brazo en alto y con un cuchillo en la mano, podemos asumir que este es el campesino que finalmente mató a la pantera. Está de pie en una colina y a su espalda vemos montañas escarpadas. La imagen despierta a la vez pena, por la inocente cabra muerta, y miedo, por la muerte de la pantera a las manos del campesino.
Con la pérdida de territorio, la mayoría de los espectadores ven las ilustraciones de Ford como trágicos ejercicios de desesperanza, más allá de la habilidad de sus trazos. Se supone que consideremos la muerte de una noble especie. Puede que no sea necesariamente así. Por ejemplo, se ha constatado que África del norte, la antigua morada del león del Atlas, no la ha protegido desde mediados del siglo pasado. Las notas de la exhibición señalan que el león del Atlas tenía la melena más magnífica entre todos los tipos de leones. Su pérdida de hábitat se tradujo en una pérdida de nobleza en la naturaleza. En las manos de Ford el animal surge con una belleza feroz, tristemente socavada por su extinción inminente en estado salvaje. Ford intenta salvar al león de su extinción visual mientras que su verdadera extinción se acerca cada vez más.
La acuarela llamada Ars Gratia Artis fue pintada en 2017. Es una pieza alineada horizontalmente más ancha que alta. En ella un león feroz de enorme melena nos fulmina con la mirada. Está iluminado por una luz o un fuego que no podemos discernir. Ya es casi de noche, el cielo tiene un color azul muy oscuro, prácticamente negro. Al fondo, a la izquierda y la derecha, vemos una serie de colinas y peñascos. Más adelante, a la derecha, también aparece el interior iluminado de una edificación, probablemente una casa, que contrasta con la fiereza del animal: la domesticación en contraste con una libertad recortada. El primer plano frente al león es blanco, no parece ser nieve, más bien un elemento natural no identificado. El león aparece tan airado como orgulloso, probablemente conoce el destino de los suyos.
Incluso si las pinturas de Ford no son abiertamente tristes, inevitablemente provocan melancolía en el espectador. Es imposible ver la pantera sin tener en cuenta su ruina inminente, como a la vez meditamos tristemente en el colapso de la especie de los leones. Los zoológicos los mantienen con vida, pero no pueden borrar la desesperanza de su presente y futuro, condenados a existir en un número cada vez más reducido en terrenos que inevitablemente pierden su capacidad de sostenerlos. En su estudio para Augury (Presagio, 2018), Ford muestra un magnífico ejemplar de león con una hermosa melena negra y una fiereza evidente en el modo en que sostiene un pedazo de carne cruda. Hasta ahí no hay nada que decir, hasta que percibimos los barrotes grises azulados de su jaula. A la izquierda de la composición, detrás del león, vemos una puerta entreabierta, revelando la presencia de dos tigres. Es obvio que puede ser fácilmente cerrada, subrayando que su libertad es limitada. Está claro que este zoológico no ofrece muchas comodidades, como por ejemplo una capa vegetal en el suelo que pudieran hacer más llevaderas las vidas de los animales.
Al contrastar la grandeza del espíritu del león con la exigüidad de los confines de su jaula Ford juzga la necesidad humana de controlar la naturaleza. La situación es más que trágica, es inconmensurablemente violenta en su indiferencia hacia la libertad que los animales necesitan y representan. Ford encuentra precedentes a sus instintos en su selección de obras de los archivos del museo Morgan. Por ejemplo, Eel (Anguila), una pieza que el artista británico Thomas Pennant pintó en torno a 1769, nos muestra el cuerpo sinuoso del pez, que se ensortija detrás de sus agallas y de su pequeña cabeza. El verde oscuro y gris de su cuerpo contrasta notablemente con el fondo pastel del papel. La representación de la nitidez de sus detalles, a diferencia del enfoque más romántico de Ford, sutilmente acentúa la otredad de la anguila.
Antoine-Louis Barye, un pintor francés del siglo XIX, tiene un estudio de un león en reposo, hecho alrededor de 1850. A diferencia de Ford, que parece siempre sugerir circunstancias más trágicas en sus piezas, Barye nos muestra un animal diferente. Aparece echado y despreocupado en una pequeña colina de colores claros que contrasta con su color oscuro. Es aún libre, como en la época en que se pintó esta acuarela. El artista debe haber sentido una gran emoción al presentar al animal en tal contexto, tan diferente a los de las piezas de Ford.
Los dos dibujos seleccionados por Ford son estudios de la naturaleza, a diferencia del cariz más comprometido de sus obras. Como los dibujos son de otra época, pueden existir sin ironía. No es así en el caso de sus propias piezas. En efecto, la relación contemporánea entre las personas y la naturaleza está seriamente dañada, no podemos resucitar lo que nosotros mismos hemos aniquilado. No podemos desentendernos de una sensación generalizada de responsabilidad por la destrucción paulatina del medio ambiente. Al centrarse en la ferocidad indómita de los grandes felinos, Ford crea piezas idealistas, quizás con la esperanza de forjar nuevos lazos entre los humanos y los animales salvajes. La realidad es muy diferente: el león de la actualidad es más una criatura de zoológico que de la sabana. El tiempo no va a curar el daño causado. Lo mejor que podemos hacer es conmemorar el pasado a riesgo de forzar su lectura. La exposición no se desliga de la dura realidad del presente, de nuestra necesidad de hacer autocrítica por las pérdidas infligidas a la naturaleza. Preserva nuestro deseo de enaltecer a nuestros animales, incluso mientras los mantenemos encerrados en jaulas.
Traducción: Vanessa Pujol Pedroso
Original text in English