De los miles de textos que se han escrito sobre nuestra guerra civil, la carta que Simone Weil le escribió en 1938 a Georges Bernanos es uno de los más hermosos y más interesantes.
Georges Bernanos y Simone Weil vivieron la guerra en bandos distintos, y los dos acabaron desengañándose de las ideas que tenían antes de que empezaran las hostilidades. Bernanos, que era católico y conservador (o para ser más precisos, un monárquico legitimista), vivió los inicios de la guerra civil en Mallorca, a donde se había ido a vivir en 1934, acosado por las deudas y porque “la carne de buey y las patatas son más baratas que en Francia”, como le dijo en una carta a un amigo.
Al producirse la sublevación militar se puso de parte de los militares rebeldes, y hasta su hijo Yves se enroló en una centuria de Falange, pero muy pronto descubrió las atrocidades cometidas por los “nacionales” contra los republicanos, sobre todo a raíz del fracasado desembarco republicano en Porto Cristo. Desde aquel momento, Bernanos se empeñó en denunciar con toda la fogosidad de la que era capaz –y sin duda era un hombre muy fogoso- la crueldad de los militares sublevados, así como la complicidad cobarde de la Iglesia Católica. En 1937, Bernanos regresó a Francia y un año después publicó en la editorial Plon Los grandes cementerios bajo la luna, que es uno de los mejores libros que se han escrito sobre nuestra guerra: un largo aullido de rabia e indignación que nadie debería dejar de leer.
Simone Weil, por su parte, se enteró del estallido de la guerra en París. Pacifista, pero también simpatizante de los anarquistas y de los trotskistas (en 1934, en Barcelona, había conocido a Joaquín Maurín, uno de los dirigentes del POUM), cogió un tren y llegó en agosto de 1936 a Barcelona. Allí se enroló en el Grupo Internacional de la Columna anarquista de Buenaventura Durruti. A mediados de agosto, Simone Weil llegó con la columna Durruti a Pina de Ebro, a unos 15 kms de Zaragoza, donde escribió las escuetas anotaciones de su diario de guerra. Pocos días más tarde tuvo que ser evacuada a un hospital de Sitges, después de sufrir un estúpido accidente doméstico en una casa abandonada en tierra de nadie: uno de sus compañeros le ordenó que se pusiera a preparar la comida, y Simone Weil, que no debía de tener mucha práctica en estas cuestiones, se quemó un pie con una sartén llena de aceite hirviendo. A finales de septiembre del 36, una vez curada, regresó a Francia.
En la carta a Bernanos se perciben las complejas relaciones que Simone Weil mantuvo con el cristianismo. Aunque pertenecía a una familia judía no practicante, tuvo varias experiencias místicas y sufrió una especie de conversión en una iglesia de Asís. Pero durante toda su vida, Weil se mantuvo al margen de la Iglesia Católica y de cualquier institución religiosa. En este sentido, es muy significativo lo que le dice a Bernanos en esta carta, cuando le comenta que no le molestaría pertenecer a una iglesia que limitara los ingresos económicos de sus miembros. Pero como todos sabemos, una iglesia así no ha existido nunca.
Hay una referencia en la carta de Simone Weil que es necesario matizar. Weil cita a un falangista de 15 años que fue hecho prisionero y luego fusilado por orden de Durruti. Pues bien, este hecho no es cierto, o al menos no lo es tal y como lo cuenta Simone Weil, que ya no estaba en Pina de Ebro cuando ocurrió la muerte del falangista. Según las investigaciones de los historiadores franceses Myrtille Gonzalbo y Vincent Roulet –que se hacen llamar los “gimenólogos”, en honor del aventurero anarquista Antoine Giménez, también enrolado en la Columna de Durruti-, el joven falangista no fue fusilado por orden del líder anarquista. El falangista –que se llamaba Ángel Caro Andrés- estaba en la cárcel de Pina de Ebro cuando llegó al pueblo un grupo de milicianos socialistas y anarquistas que huían del pueblo cercano de Tauste, recién tomado por los franquistas. En la madrugada del 24 de agosto de 1936, esos milicianos asaltaron la cárcel y mataron al joven falangista, sin que Durruti supiera nada ni diera orden alguna.
En esa muerte estúpida de un chico llamado Ángel Caro aparece, una vez más, “el olor de la guerra civil, de la sangre y del terror” que tanto repugnó a Simone Weil como a Georges Bernanos.
Leer Diario de España y Carta a George Bernanos [PDF]
* Escritos históricos y políticos, Simon Weil (editorial Trotta, 2007, Madrid) Traducción de Agustín López y María Tabuyo