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Wikileaks


Las últimas filtraciones de Wikileaks confirman una sospecha
recurrente: el mundo está siendo gobernado por merluzos. Supongo que es una
ganancia respecto a otras épocas cercanas. Pienso, por ejemplo, en los años del
macarthismo, en la Guerra Fría y en el miedo a la hecatombe nuclear, en los
años tristes que siguieron a la Caída del Muro de Berlín. La sospecha
recurrente, en aquel entonces, era que el mundo estaba siendo gobernado por
malvados. Entre el merluzo y el malvado, el sentido común prefiere al merluzo.
El instinto, no; prefiere al malvado. El malvado es previsible, sigue un
designio y obra según cierta lógica. Del malvado se espera que actúe como un
malvado, de modo que se lo combate anticipando sus iniciativas y sus
reacciones. Del merluzo se puede esperar cualquier cosa; es imprevisible y, por
eso mismo, peligroso. El gobierno de los idiotas, en este sentido, es mucho
peor que el gobierno de los malvados.

            Los
documentos filtrados por Wikileaks son un auténtico compendio de imbecilidades.
Las más pertenecen al cotilleo diplomático, que tiene algo más de glamour (no
mucho más) que el cotilleo rosa. Sonroja el contenido de muchos documentos,
pero más sonrojante es el hecho de que hayan sido clasificados como del alto
secreto. Los servicios de inteligencia estadounidenses parecen formar parte del
casting de Burn after reading, una de las mejores películas de los
hermanos Coen. Muchas de sus observaciones son simplonas; muchas conversaciones
reseñadas son insustanciales; muchos de sus manejos son burdos; sus rankings de
amigos y enemigos, obvios. Las revelaciones de Wikileaks no deparan sorpresas;
confirman antiplatónicamente que las apariencias son la realidad. Los amigos de
los EE.UU. son los conocidos. Los enemigos, también. Y los tibios, y los
intereses estratégicos, y las líneas de acción, y la falta de escrúpulos
consustancial a la acción diplomática clásica. Las revelaciones confirman cuán
errática es la diplomacia norteamericana actual y cuán difícil es de entender
el mundo contemporáneo. Sobre los documentos trabajan ahora periodistas
avezados intentando sacar agua de las piedras y procurando, además, que las
crónicas no tengan un aire de vodevil, de cháchara insustancial. El caso es que
ahora sé que Gadafi usa botox y que Pepiño Blanco no es de fiar. Sé que los
chinos quieren fundar un imperio asiático y Vladimir Putin sigue siendo un zar
en la sombra. Ahora que lo sé todo, me doy cuenta de que ya lo sabía. Julian
Assange no sólo ha revelado secretos; nos ha confirmado a todos (los que leen
periódicos, libros, visitan portales como FRONTERAD, etc) lo que ya sabíamos,
nos ha convertido en finos analistas de la actualidad, nos ha doctorado en presentología.
Los que no se enteran de lo que sucede es que no quieren enterarse. Los que se
dejan engañar por cualquier majadería formulada en lenguaje políticamente correcto
son ignorantes voluntarios.

            El gobierno de los imbéciles ha decretado la persecución
universal de Julian Assange. Se lo acusa de poner en peligro la seguridad
mundial, que es como acusar de aguafiestas al que acude a una fiesta de
disfraces vestido de calle, es decir, de persona normal.

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