Lo han vuelto a hacer. WikiLeaks cumplió su palabra y el mundo se ha estremecido de nuevo con la publicación de 391.831 informes del ejército de Estados Unidos desde la tierra de Irak, la mayor filtración de su tipo hasta la fecha. El archivo, un diario colectivo de incidencias de la ocupación redactado por los propios soldados, permite, por primera vez, delimitar las fronteras del desastre humano en el que Irak vive sumido desde que Estados Unidos iniciara, en marzo de 2003, una guerra para derrocar a Sadam Hussein, afianzar la democracia en la región y proteger la paz mundial. Parece un enunciado esquizofrénico y, en cierto modo, así es porque ya hace tiempo que las pesadillas de Orwell y Huxley emigraron a terrenos menos literarios.
Las entradas de los Diarios de la Guerra de Irak, conocidas en el argot castrense como SIGACT o actos relevantes, ofrecen mucha información nueva sobre el conflicto a muchos niveles, pero hay dos hechos que sobresalen: los 66.081 muertos civiles (un 60% del total de 109.032 víctimas que se completan con 23.984 “enemigos”, 15.196 de la “nación huésped” -iraquíes luchando con la coalición- y 3.771 “amigos”) y el beneplácito norteamericano al uso extendido de la tortura y el asesinato por parte de las fuerzas de seguridad del nuevo Estado iraquí, un crimen de guerra de manual sobre el que la prensa norteamericana ha pasado de puntillas o, aún peor, dejándolo acribillado a eufemismos. El sonrojante titular del New York Times al respecto: “Los detenidos fueron peor tratados en manos iraquíes”. En una guerra que dura ya siete años, Abu Ghraib o Sadam colgado de una soga parecen prehistoria.
Es necesario recordar que las revelaciones, aún siendo valiosísimas, provienen de una sola fuente no precisamente neutral: el ejército de Estados Unidos. Obviar la posibilidad, como ya se apuntó en el caso de la filtración de Afganistán, de que muchos incidentes hayan quedado fuera de todo registro sería absurdo. La propia naturaleza de los hechos relatados apoya esa lógica: ¿cómo contar los muertos de un edificio reducido a polvo en Faluya para acabar con un francotirador en la azotea? La revista científica The Lancet publicó dos estudios, en octubre de 2004 y en octubre de 2006, sobre la mortalidad atribuible a la ocupación. En el segundo de los trabajos, el cálculo combinado de muertes por violencia directa -combates, atentados, bombardeos indiscriminados, etc.- y muertes producidas por falta de infraestructura, atención sanitaria y otras causas indirectas arrojó un número de víctimas de entre 392.979 y 942.636. El mínimo de The Lancet, con un periodo analizado menor, triplica la cifra oficial del ejército norteamericano que, en ningún caso, digamos, contempla en su inventario el ataque al corazón del ciudadano al que un misil inteligente ha dejado sin familia.
Hay otro dato a tener en cuenta, la publicación de WikiLeaks sobre Irak incluye documentos que van desde el 1 de enero de 2004 hasta el 31 de diciembre de 2009. Es decir, nada se sabe de los diez primeros y los diez últimos meses de la guerra. No busquen, por ejemplo, la versión cruda y burocrática de lo que pasó el 8 de abril de 2003 en el Hotel Palestina de Bagdad o cómo fueron las semanas previas a la declaración del final de las operaciones de combate hecha por el presidente Obama el pasado 31 de agosto. No busquen los muertos que hay en ese agujero negro de 20 meses, ni tampoco se pregunten si la guerra ha acabado de verdad. Sólo los iraquíes lo saben.
La práctica sistemática de torturas y asesinatos de detenidos a manos de unas fuerzas de seguridad iraquíes que la fuerza ocupante, Estados Unidos, creó, entrena, financia y a las que, finalmente, ha entregado el mando, ha recibido más atención fuera de la burbuja norteamericana. Naciones Unidas y el viceprimer ministro británico, Nick Clegg, han instado a Estados Unidos -en la fórmula de compromiso al uso- a que abra una investigación, aunque por dar un poco de batalla al neolenguaje, uno se pregunta si la petición no debería ser la de iniciar un juicio, dada la rotundidad de las pruebas expuestas. Una búsqueda sencilla en los Diarios me lleva al siguiente informe secreto del 19 de junio de 2005 (con los códigos militares traducidos y, a diferencia de Afganistán, sin nombres propios):
Iraquí a iraquí detenido incidente abuso cerca de Iskandariyah:___ civil herido, ___ fuerza de la coalición herido/dañado
Iraquí a iraquí detenido abuso resumen 3 ___ junio
___. Iraquí a iraquí (No tropas de Estados Unidos involucradas)
Nota: Per___ Frago ___, solo un informe inicial ___ por aparentes ___ violaciones por o contra fuerzas militares aliadas o personal civil no involucrando a fuerzas de Estados Unidos. No más investigación ___ a no ser ordenada por ____.
A. Descripción del incidente con el detenido ____:
El ___ junio ___ desde la Base Operativa Avanzada de Iskandariyah. ___ fue detenido por /___ ACR ___ el ___ mayo ___ durante una redada y entregado a ___ policía iraquí. ____ hizo una declaración diciendo que fue golpeado por la policía iraquí en sus oídos, espalda, brazos y piernas. ___ tenía morados visibles y ____ en su espalda. No hubo fuerzas de la coalición involucradas en el incidente.
“Frago” es el acrónimo de “orden fragmentaria”, una especie de protocolo que es utilizado en su modalidad 242 (omitida en el informe) desde junio de 2004. La Frago 242 ordena “a la fuerzas de la coalición no investigar ninguna infracción de las leyes de la guerra, tales como el abuso de detenidos, a no ser que sean cometidas directamente por miembros de la coalición. Cuando el abuso es cometido de iraquí a iraquí, ‘sólo un informe inicial será realizado… No más investigación será requerida a no ser que sea ordenada por el Cuartel General’”, explica un artículo del diario británico The Guardian al respecto.
Las leyes de la guerra referidas son, entre otras, el IV Convenio de Ginebra, que prohíbe de forma específica la tortura, el asesinato, los castigos corporales y “cualquier otra medida brutal” o el artículo 44 del Convenio de La Haya sobre las leyes y costumbres de la guerra, que prohíbe “a un beligerante obligar a la población de un territorio ocupado a proporcionar información sobre el ejército del otro beligerante, o sobre sus sistemas de defensas”. La compleja perversión retórica y jurídica de los términos que la Administración Bush dejó como herencia -y que Obama, como queda demostrado, ha seguido tolerando- no facilita, en modo alguno, la posibilidad de que lo publicado pueda servir para nada más que para poner el grito en el cielo. Sadam Hussein no firmó en su día, por razones obvias, el estatuto de la Corte Penal Internacional y aún cuando el nuevo Estado iraquí lo firmara hoy, la Corte no goza de poder retroactivo.
El grito en el cielo habla de centenares de civiles asesinados en puestos de control estadounidenses, asesinato de insurgentes que iban a rendirse, víctimas civiles de las que nunca se informó a los medios, masacradas en operaciones de combate, torturas a detenidos por parte de las fuerzas ocupantes, 57 periodistas iraquíes muertos en fuego cruzado y otros 89 asesinados, ocultación de bajas por fuego amigo, uso creciente de empresas privadas de seguridad y atrocidades cometidas por éstas a plena luz del día -cuyos casos, los pocos denunciados, languidecen en los tribunales norteamericanos-, corrupción y contrabando en las fronteras, la infiltración de Irán en la insurgencia y un largo etcétera. Un día en la guerra de Irak es un día muy largo y muy sangriento.
Julian Assange, fundador y director de WikiLeaks, dijo en la presentación en Londres de los Diarios que “el ataque a la verdad por parte de la guerra empieza mucho antes del inicio de la guerra y se mantiene mucho después de su final”. El australiano ya no luce pelo blanco, pero está recibiendo por todas partes desde la revelación de los secretos de Afganistán, periodo que él mismo ha reconocido como el más duro desde la creación de WikiLeaks. Por ejemplo, el New York Times, socio de conveniencia para la difusión de ambas filtraciones, publicó una crónica, al día siguiente de la exclusiva, en la que detallaba las desavenencias internas en WikiLeaks, la dimisión de algunos de sus voluntarios que acusan a Assange de una manera de hacer autoritaria -incluso se mostraban algunos extractos poco favorecedores de conversaciones de chat entre él y miembros del equipo-, el abandono repentino del apoyo que la organización tenía en Islandia… WikiLeaks contraatacó desde su cuenta de Twitter acompañando al artículo del Times con el siguiente mensaje: “El tabloide New York Times y su pieza calumniosa, destripada por sus propios lectores”. Assange ha reconocido el cese del exportavoz Daniel Domscheit-Berg, pero niega la rebelión en el seno del colectivo.
Al respecto de si WikiLeaks hace periodismo o no, el profesor de Nuevos Medios de Comunicación de la universidad The New School en Nueva York, Sean Jacobs, cree que “WikiLeaks está haciendo lo que los medios tradicionales occidentales no hacen, que es avergonzar a los gobiernos y exponer sus flaquezas. A su vez, los medios de toda la vida hacen muy bien su trabajo de informar sobre Beckham y la familia real británica para evitar meterse donde está WikiLeaks”.
En todo caso, el secretismo que envuelve a Assange, que sí se considera periodista, aplica también para los supuestos intentos de Estados Unidos de acabar con WikiLeaks. Al parecer, un equipo de 120 agentes del Pentágono está dedicado a ese propósito a tiempo completo. Una causa por espionaje en Estados Unidos podría estar en camino y el rumor dice que Assange busca un refugio, un país que le otorgue la residencia y la garantía de no ser extraditado a suelo norteamericano.
En agosto, tras el revuelo causado por la filtración de Afganistán, Assange volvió a ser noticia cuando una fiscal sueca emitió una orden de busca y captura contra él por acoso sexual y sospecha de violación contra dos mujeres. La orden fue retirada poco después, WikiLeaks lo atribuyó a burdas maniobras y presiones de Estados Unidos, pero, a pesar de todo el embrollo, la investigación judicial sigue su curso y Suecia ya le ha comunicado a Assange la denegación de su solicitud de residencia. Al ser preguntado repetidamente por el caso en una reciente entrevista en la CNN, el hombre de hablar pausado decidió marcharse después de decir que él es el “pararrayos” de la organización y de acusar a la periodista de “contaminar la muerte de 104.000 personas (sic.)”. ¿Descontó Assange a los soldados norteamericanos caídos en Irak?
Mientras, el otro gran y casi desconocido protagonista de esta historia, Bradley Manning, el soldado destacado en Bagdad que presuntamente envió a WikiLeaks los documentos de Afganistán y de Irak, sigue detenido a la espera de juicio militar y ha sido trasladado desde una base de Kuwait al cuartel de marines de Quantico, Virginia. Desde hace semanas, el logo de WikiLeaks en Twitter, un globo terráqueo inundado por las filtraciones de otro globo más oscuro boca abajo -como un reloj de arena-, está acompañado del anagrama “Free Bradley” -Liberad a Bradley-.
El periodista y gurú de las nuevas tecnologías, Jeff Jarvis, tiene una interesante opinión sobre el último golpe de Assange y su equipo: “en internet, decían, sólo se encuentra opinión, pero WikiLeaks sólo expone hechos y los hechos, al final, son más incendiarios y peligrosos, ¿no?”. Como en el caso de Afganistán y el de tantos otros escándalos de nuestro mundo boca abajo, el destino de los Diarios de Irak apunta más al cajón de la infamia que al del fiscal.
Nueva York. 25 de octubre, 2010
* Pablo Mediavilla Costa es periodista